sábado, 9 de febrero de 2008

CuentaCuentos nº 65 "Lo que pasó con la canción"

Imprescindible leer antes Carrigan y Sam para entender la historia.

Lo que pasó con la canción

    “-Me he tragado una canción. – susurró Carrigan.
    -Bueno muchacha tranquila, no pasa nada. Muchas veces yo también he tenido que aguantar más de una canción – le dijo Sam.
    -Pero es que gggggg...
    -¿Qué dices niña? – y se dio la vuelta justo a tiempo para ver como el final de un estribillo desaparecía por la boca de la chica. - ¿Qué era eso?
    -La canción que me he tragado...
    -¿Pero te la has tragado de verdad?
    -¡Ya te lo había dicho! ¿Acaso no me escuchas cuando te hablo?
    -Sí, pero no pensé que sería algo así... ¿Y como ha sido?
    -Pues que estaba cantando y...
    -¿Cantando? ¿Qué canción?
    -¿Eso importa?
    -¡Pues claro! ¿No se te ha ocurrido pensar que podemos estar ante un claro caso de canciones asesinas?
    -¿Qué? Cacaca... ¿Canciones asesinas?
    -Sí, piénsalo bien. Un grupo de canciones que se aprovecha de los descuidos de los jóvenes cantantes aficionados para colarse dentro de ellos y hacerse con el control de su cuerpo.
    -¿Y por qué querrían hacer eso?
    -Pues supongo que para dominar el mundo – dijo Sam mientras se pasaba lentamente una de sus alas sobre su cabeza. -  Sería la opción más lógica, ¿no?
    -Pues no sé... ¿Para qué querría una canción dominar el mundo? No tiene mucha lógica.
    -En la época en la que estamos nada tiene mucha lógica... Soy un cuervo que habla y tú una muchacha que se acaba de tomar de desayuno una canción cualquiera...
    -No era una canción cualquiera, ¿vale?
    -Bueno, como quieras señorita. No diré nada más al respecto, pero sólo dime. ¿Cómo lo has hecho?
    -Pues estaba cantando y me dio una especie de estornudo, y en vez de exhalar, pues inspiré por la boca, y las palabras se metieron dentro rápidamente, y para no ahogarme...
    -Te las tragaste – esperó a que Carrigan asintiese. – Eres muy rara, ¿lo sabías?
    -Eso me habían dicho, si...

    La nave aterrizó suavemente y entonces abandonaron aquella extraña conversación. Carrigan se acercó al panel de mandos y se fijó en la pantalla. Roma siglo XIV ddC.

    -Bueno, al menos habían avanzado un poco más en la historia – dijo Carrigan. – Ven Sam. Tenemos que cambiar tu chip de habla. (Aunque la verdad no sé para qué, les asustará de todos modos un cuervo parlante...)
    -No está bien farfullar por lo bajito – dijo Sam con superioridad.
    -Bueno tranquilo. Ahora tenemos que ser un equipo. Estamos en Roma, en busca de la obra de Tito que sucumbió a los terremotos... ¿Alguna idea?
    -Pues la verdad es que con sólo estos datos no se me ocurre nada. Ni siquiera por dónde empezar a buscar.
    -Pues tendremos que salir a explorar. Oye, ¿tú crees que en el siglo XIV llamará atención una pelirroja?
    -Supongo que no, pero deberías vestirte como una esclava. No creo que hubiese muchas señoras con tu color de pelo en esta época.
    -¡Mierda de prejuicios!
    -¡Es lo que hay pequeña!
    -¡Machista! – gritó Carrigan al tiempo que trataba de darle un manotazo a Sam.
    -¡Zoofoba! – gorgojeó Sam aleteando por escapar de los manotazos.
    -jajaja... ¿Zoo qué?
    -Ya me has entendido, así que vamos – dijo con orgullo.

    Salieron de la nave, que estaba oculta en un pequeño bosque. Activaron el camuflaje de la nave y fueron a inspeccionar la zona, a ver si podían sacar algo en claro. Carrigan encontró una ropa que podía ayudarla a pasar desapercibida y la tomo ‘prestada’ diciéndose a sí misma que la devolvería, aunque sabía que no sería así... No veían a nadie por las calles. Todo estaba desierto y aquello comenzaba a darles mala espina. ¿Dónde podría estar toda la gente? ¿Qué podía haber capaz de congregar a todo el mundo en un mismo lugar y a la misma hora? Estaba pasando algo raro, y tenían que averiguar el que... A lo lejos vieron a una mujer que caminaba muy apresurada y corrieron para alcanzarla y poder hacerle un par de preguntas. Llegaron junto a ella a la carrera y la mujer se asustó un poco.

    -Perdone, ¿a dónde ha ido todo el mundo? – preguntó Carrigan.
    -¿Cómo? Debes de ser de fuera... – dijo mirándola de arriba abajo. – Hoy hay entrada libre en el Anfiteatro Flavio. Hoy todo el mundo puede presenciar la representación programada para hoy, por gentileza del emperador – y rápidamente se fue de allí.
    -¿El Anfiteatro Flavio? – preguntó extrañada Carrigan.
    -Claro niña... Roma, Tito, anfiteatro... ¡El Coliseo! ¡El Cristal de Cuarzo debe de estar en el Coliseo!
    -¿Pues a qué estamos esperando? ¡Allá vamos!

    Y se dirigieron corriendo hasta el lugar donde se alzaba majestuoso. Todavía se conservaba entero y Sam se preguntó por cuanto tiempo seguiría así, porque aquel año había sido el del terrible terremoto. Entraron por la zona reservada a los esclavos y la gente del pueblo, y se buscaron un lugar en el que sentarse. Encontraron un buen asiento desde el que podían ver la mayor parte del anfiteatro y comenzaron a hacer cábalas sobre donde podría estar escondido el cristal. Sonaron las trompetas y en el altar apareció el emperador. Todo el mundo se levantó y comenzó a vitorearle y Carrigan les imitó en cuanto se dio cuenta de que llamaba la atención allí sentada. El emperador estuvo recibiendo los elogios un buen rato y luego hizo un ademán para que empezase la representación.

    No tenían ni idea de dónde podía estar escondido y aquello empezaba a ser preocupante... Hoy estaba abierto a todo el mundo, pero después sólo podrían entrar las personas acomodadas de Roma y tal vez con suerte, sus esclavos más fieles. Y ella ni era una de esas personas acomodadas, ni tenía tiempo de convertirse en la esclava de confianza de nadie. Miraba nerviosa para todos lados, y entonces escuchó a Sam graznar. Como todo el mundo alzó la vista para ver que ocurría y pudo verle haciendo una danza circular sobre sus cabezas, a una altura prudente como para que a la gente no le extrañase, pero aún así comenzaba a haber murmullos, siempre los había en cuanto Sam entraba en escena.

    Carrigan miró a su alrededor y a lo lejos vio un par de guardias que se movían entre la gente, así que imaginó que aquello era una señal de peligro, se levantó y comenzó a ir hacia la salida más cercana que tenía. Gracias a dios consiguió llegar antes que los guardias se acercasen lo suficiente para que todo el mundo supiese que la perseguían a ella, y así no había levantado sospechas, y menos cuando le preguntó a un señor que estaba sentado cerca de la entrada, dónde quedaban las letrinas. Se escabulló entre aquellos pasillos de piedra, más fríos que el acero y más oscuros que las plumas de Sam. Entre la oscuridad consiguió distinguir la puerta que le habían indicado, pero prefirió seguir corriendo un poco más y esconderse en los siguientes. No sabía muy bien por qué, pero lo hizo.

    Casi había dado otro cuarto más de vuelta al Coliseo cuando encontró otra puerta y se metió allí dentro, y se encerró dentro de uno de aquellos rústicos antecesores de los baños. Se quedó callada, inmóvil, esperando lo que pudiera suceder a continuación. La espera se le hizo eterna, pero tal y como esperaba, al final se abrió la puerta y entraron dos personas a la carrera. Tenían que ser los soldados, porque pronto pudo escuchar como abrían las puertas de los otros baños. Estaba acorralada, en cuanto llegasen a aquel, estaría perdida. Cada vez estaban más cerca, temblaba y Sam, que estaba en su hombro lo notaba perfectamente. Él también estaba asustado, pero no temblaba. No sabía si era porque se controlaba mejor que ella o si porque los cuervos no saben temblar. Nunca se había parado a pensarlo, y estaba claro que aquel no era el mejor momento para empezar a hacerlo... Llamaron a la puerta y Carrigan se tapó la boca para no gritar. Volvieron a llamar una vez más.

    -¿Quién está ahí dentro? ¿Quiere hacer el favor de identificarse? – dijo a voz en grito uno de los guardias.
    -Perdón, me llamo Marco. Soy un hombre del pueblo que ha venido a ver la representación, pero ahora había venido a... Bueno, ya se puede imaginar... – dijo Sam con la voz temblorosa. - ¿He hecho algo mal? ¿Este baño es para las personas ricas? Si es así lo siento mucho.
    -No, no se preocupe, las personas importantes no vienen a estos cuchitriles. Sólo era que estábamos buscando a una mujer.
    -Pues aquí no hay ninguna.
    -Perdona las molestias aldeano.

    Los escucharon alejarse, pero no querían correr riesgos, así que se quedaron allí mucho rato, callados. Tanto que cuando al fin tuvieron valor de salir, la representación ya había terminado y no quedaba nadie allí dentro.

    -Bueno, al menos así podremos inspeccionarlo sin molestias de ningún tipo.
    -Tienes razón. Y Sam... Gracias por lo de antes.
    -Tranquila, si tú fueses una cuervo bocazas y yo un humano con propensión a meterme en líos, seguro que harías lo mismo por mí.
    -¡Estúpido!

    Caminaron por la zona abierta del anfiteatro y encontraron la forma de colarse en la zona reservada para el rey. Seguro que el cristal debería estar escondido por allí, ya que supuestamente es la zona más segura de todo aquel lugar... Rebuscaron por todos lados, pero no encontraban nada. Ya no sabían por donde más continuar y Carrigan se dejó caer sobre el trono del rey, para descansar un rato. Se arrellanó todo lo que pudo en el mullido asiento y dejó caer los brazos lánguidamente por los laterales, y comenzó a acariciar el trono, suavemente tallado en oro. Entonces sus manos tropezaron con una protuberancia en una de las patas y sin pararse a pensar en las consecuencias, la apretó. A su espalda escuchó a Sam soltar una maldición a causa del susto que se había llevado cuando en medio de una pared se abrió un pequeño compartimento. Se acercó a examinarlo, y tras una rápida inspección metió la mano dentro. Sus dedos se toparon con algo sólido, lo cogió suavemente y con destreza lo sacó de aquel angosto recoveco. Lo miraron con escepticismo. Aquello no era el Cristal de Cuarzo ni se le parecía lo más mínimo. Era otro tubo de madera y que rápidamente Carrigan abrió, para encontrarse con otra nota... ‘Una vez más estáis en el lugar indicado. Sólo os queda hacer que la historia sea real, y después ir en busca del lugar en el que encerrar al que traicionó a Luís XV’

    -¿Sólo nos queda hacer que la historia sea real? – masculló Sam. - ¿Qué querrá decir eso?
    -No lo sé, pero sí sé cuál es nuestro próximo destino, Sam.
    -Yo también, y de verdad espero que nos toque estar del bando adecuado por una vez...

    Se disponían a marcharse cuando Carrigan vio el primitivo altavoz que usaba el emperador para dirigirse a los actores o al pueblo y no pudo evitar la tentación de decir algo por él, al menos, ya que no tenían el cristal, hacer algo divertido.

    -¡Vámonos niña! No hagas ninguna insensatez.
    -No es ninguna insensatez – dijo colocándose delante de aquel artilugio. – gggggg...
    -¿Qué? ¿Eso es un nuevo insulto ininteligible para pájaros?
    -No, es que me ha dado un dolor en la barriga, así de repente... argggg...

    Y entonces comenzó a sonar atronadoramente en todo el anfiteatro una música atroz.

    -Dios mío, ¿qué es eso?
    -‘La carga de las Valkirias’... Es la canción que me he tragado...
    -¿Y tenías que echarla fuera justo ahora? – dijo Sam a gritos.
    -¡No he podido evitarlo! No ha sido a posta.

    Y entonces todo comenzó a temblar bajo sus pies, mientras aquella música seguía resonando y cogiendo más fuerza cada vez que rebotaba en las paredes del anfiteatro, y antes de que pudiesen darse cuenta, la zona sur comenzaba a derrumbarse poco a poco...

    -¡Mierda! – dijo Carrigan. - ¡Fui yo quien se lo cargó!  ¿Qué pensará la gente de mí ahora?
    -Tranquila pequeña inconsciente. Recuerda las clases de historia. El coliseo se vino abajo por un terremoto, nadie te nombra... Puede que la música les asustase tanto en este tiempo, recuerda que Wagner no la compuso hasta 1870... Tenemos que irnos antes de que nos vean, sino sí que nos cargaremos la historia.
    -¡Mierda, se refería a eso con lo de hacer que la historia fuese real! Tenía que cargarme el Coliseo… Pero, ¿por qué?
    -Ya lo adivinaremos a salvo en la nave... Ahora tenemos que salir de aquí...

    Y salieron de allí a toda prisa. Luego, en la nave con aquella nota entre sus manos, miles de pensamientos se agolpaban en sus cabezas, sin saber que alguien les observaba y que tenía unos planes muy concretos para ellos dos.”


    *Frase de Kloverkirov.

1 comentario:

  1. Comentarios de la entrada original:

    Ricardo dijo...
    Estoy a la mitad de la lectura, tengo que partir, en un rato vuelvo. Pero me va gustando. Hace rato q no vengo por aqui. Pero hay algo nuevo en tu escritura
    Cariños des las pampas
    9/2/08 20:37

    Tormenta dijo...
    hala! qué bueno tía! siento haber tardado tanto en venir a leerte, cada vez que he pasado esta semana por este blog pasaba algo raro ^^ pero ha merecido la insistir, el deroche de imaginación que has hecho en este cuento es brutal. me ha encantado, o sea que ole, no dejes nunca que esa imaginación privilegiada tuya se pierda.
    voy a seguir con el otro cuento. un besillo preciosa
    14/2/08 20:12

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