Era viernes y como siempre me tocaba
trabajar. Era un caluroso día de verano y había aprovechado para ponerme un
precioso vestido blanco estilo ibicenco que me sentaba de muerte. Iba apurada
porque estaba con el tiempo justo, ya que tuve que parar en casa a recoger la
mochila con la ropa para cambiarme, a mi jefe le daría algo si intento ponerme
en mi puesto así vestida. Entré por la puerta cuando faltaban cinco minutos
para abrir.
-¿Te parecen horas de llegar? -como
siempre el jefe tan agradable-. Y aún tienes que cambiarte... No sé como no te
he despedido aún.
-No lo haces porque sabes que mis tetas
atraen muchos clientes -yo tampoco me cortaba un pelo-, y por suerte para ti,
no me importa que me miren siempre y cuando tengan las manos quietas.
-¿Qué me quieres decir con eso?
-Que como tu amigo vuelva a intentar
meterme mano solo va a tener futuro como castrati.
-La tigresa saca las garras...
-Ten cuidado no saque otra cosa.
-¿Como qué, preciosa? -dijo acercándose a
mí más de lo que me gustaría.
-Otra demanda por acoso.
-Venga, venga, tranquila tigresa, que
quiero que haya paz. Ve a cambiarte mientras tus compañeros te cubren un rato.
Entré en el vestuario y como ventaja de
ser la última y llegar casi tarde lo tenía para mí sola. No es que me importara
cambiarme con mis compañeros delante, pero para variar no estaba mal no andar
rozándome con culos, tetas y rabos. Me saqué el vestido y rápidamente me
enfundé los vaqueros negros, me encantaban, estaban llenos de descosidos y
rotos por todos lados y yo le había añadido un encaje bordado en los más
grandes, para no enseñar de más y también algunas cadenas colgando. Me quité el
sujetador 'blanco angelical' y me puse el 'negro dama del infierno' con unas
copas que levantaban mis pechos que no son excesivamente generosos y me hacían un escote
todavía más sugerente. Cogí la camiseta y me la puse, me encantaba. Vista de
frente parecía una camiseta negra normal, sin mangas, ajustada pero sin apretar
demasiado y sobre el pecho izquierdo el nombre bordado en hilo "Tigresa".
Pero lo mejor de la camiseta estaba detrás.
Me senté para calzarme las botas negras
hasta la pantorrilla. Crucé los cordones entre los ganchos y quité una pequeña
mancha que tenían en un lateral, estaba casi lista. Me maquillé rápidamente,
sombra de ojos color chocolate con un buen difuminado y una buena cantidad de
eye-liner que me conferían una mirada felina. Mientras me recogía la rebelde
melena pelirroja en una trenza me giré para poder ver lo mejor de todo el
conjunto en el espejo, era un ritual que hacía cada día que me tocaba turno.
Miré por encima de mi hombro y desde el espejo el bordado de una tigresa albina
me devolvió la mirada. Era espectacular. Me fascinaban esos animales y por eso
no dudé cuando me preguntaron qué quería llevar bordado y cuál sería el nombre
que utilizaría en el trabajo.
Salí y aunque sólo habían pasado quince
minutos el local ya estaba lleno a medias, se notaba que iba a ser un día con
mucho movimiento. Entré en mi zona, ya con el chip puesto y comencé
a atender a los clientes, que a esta hora aún eran educados, se les entendía
cuando hablaban y no trataban de echar un polvo en el baño con cualquier cosa
que tuviera coño en un ratio de 5 metros a su alrededor.
Aunque os pueda parecer lo contrario me
gusta mi trabajo. Me gusta servir copas y antes de empezar a trabajar aquí fui
clienta durante muchísimos años. La música es muy buena, nada de reggaeton, ni
baladas, ni moñadas de esas. Tampoco voy a decir que todo lo que sonaba aquí
era heavy puro, pero sí que era música para bailar, para darlo todo y moverse
hasta perder el sentido. Cuando supe que había una vacante rápidamente me
presenté al puesto, sabía qué tipo de gente contrataban, abstenerse
"blanditos" deberían haber añadido en el cartel, porque aquí no
durarían ni dos horas pasado el ecuador etílico del 75€% de la clientela.
Evidentemente me dieron el trabajo, era
justo lo que buscaban, una chica de buen ver sin pelos en la lengua, a la que
no le importase ser objeto de deseo de miles de babosos, pero que sabe pararle
los pies al primer gilipollas que se pone pesado, que os digo desde ya que son
muchos, cada noche... Y allí estaba yo, entregada al arte de servir copas,
cervezas, cubatas, combinados y chupitos, esquivando ya a los primeros cerdos
de la noche, que esta vez se habían adelantado al menos una hora del horario
previsto, pero a los que supe manejar sin problema,y entonces sentí que todo mi
cuerpo se estremecía, así que levanté la vista...
Y ahí estaba él otra vez, con su camiseta
negra ceñida, su chupa de cuero, sus pantalones pitillo del mismo color rotos
por las rodillas y unas botas Newrock llenas de hebillas por encima de los
bajos. Su pelo castaño hoy luce aún más salvaje, cayendo sobre sus hombros (estoy
segura de que se ha despeinado sacándose el casco de la moto), y pude notar que
se había rebajado la barba, que no es que le quedase mal como la llevaba, que a mí me gustan las barbas, aunque eso sí, bien cuidadas y para mi gusto en el
momento que puedes hacerle trenzas en ella es el momento de tomar medidas. ¿Me
habrá leído la mente? O eso o la ciencia infusa, ya que me ha estado evitando
por todos los medios...
Había empezado a venir hacía un par de
meses por el garito y desde el primer día me fijé en él. Aquella vez había
pedido sus bebidas en otra de las barras, a la mía ni se acercó y me quedé con
las ganas de verle de cerca y escuchar su voz. A la hora del cierre había
interrogado a mis compañeros, ¿pero qué esperar de los hombres? Ni sabían de
quién les hablaba, eso sí, preguntarles por tal rubia del tatuaje o cual morena
de pechos grandes, para eso sí que andan vivos los cabrones.
A partir de esa empezó a ser un habitual
de los fines de semana, pero siempre se ponía en la otra barra. Una noche
conseguí que unos de mis compañeros me cambiase el puesto a cambio de hacerle
de cebo con unas cuantas mujeres, vamos, lo que viene siendo que yo me
presentaba primero y luego le presentaba a él, como un amigo caballeroso en el
que podían confiar. ¡JA! Qué pérfida mentira y ellas que ingenuas por
tragárselo, aunque a los hombres les gustan las mujeres que se lo tragan, ¿no?
Pues en lo que estaba, que conseguí
ponerme en la barra en la que él solía pedir y ese día me hizo la cobra. Bueno,
a mí no, a la barra. Se acercó como siempre y de repente hizo un quiebro y se
fue a la que era la mía habitual. No sabía si darme de cabezazos en aquel mismo
momento o dejarlo para otro momento con menos testigos. Estaba frustrada,
enfadada y caliente. Sí, caliente. Porque solo con verle me encendía entera.
Quizá por ese misterio que le rodeaba y que yo no podía desentrañar.
El fin de semana siguiente volví a mi
barra y ¡adivinad qué! Correcto, premio, has acertado, volvió a su barra de
siempre. ¿Pero qué jugarreta del destino era aquella? Estaba claro que algo muy
malo había hecho yo para que el karma me estuviera jodiendo de esa forma. Y de
repente un rayo de luz y esperanza. Yo estaba inclinada, cambiando un barril de
cerveza y al levantarme y darme la vuelta le encontré mirando hacia donde había
estado mi culo en pompa hacía unos segundos y antes de que pudiera disimular vi
como se pasaba la lengua por los labios para terminar mordiéndose el labio
inferior. Fue algo rápido, pero ahí estaba, lo había visto.
Supuse que a partir de ahí iría todo
rodado, así que desde lejos empecé a insinuarme cada semana: miradas, gestos,
poses… Pero nada, no me decía nada, no me daba ninguna señal. Para ser
totalmente justas, ni se me había acercado simplemente. Ese día estaba
especialmente sexy, ¿os había dicho ya que se había arreglado la barba?
—Ay por Dior, me encantaría que dejases
mis muslos marcados y doloridos por el roce de tu barba...
—Como está hoy la tigresa... No tengo
barba, pero también puedo dejar tus muslos marcados y doloridos —me dijo un
cliente al que no había visto, pero que era un acosador habitual.
—Yo también puedo dejarte marca cariño —me
incliné sobre la barra, apretando mis pechos contra ella para decirle algo al
oído—, ¡la de mi puño en tu cara como no me dejes en paz!
Cogió su copa y se alejó corriendo,
dejando su sitio a un nuevo cliente al que atendí tan tranquila porque ya había
descargado parte de mi frustración sexual con aquel pobre diablo.
—¿Has visto? —mi compañera se acercó a mí
para hablarme al oído—. Nueva perrita intentando conseguir tu hueso...
—¿Sí? —me giré para ver hacia donde él
estaba con una de tantas mujeres que cada fin de semana trataban de conseguir
algo con él—. Pobre ilusa, que lo intente, a ver si tiene más suerte que todas
las demás.
—Es cierto, ¿le has visto salir acompañado de aquí alguna vez?
—Pues la verdad es que no, y prefiero que
siga siendo así.
—¿Sabes que podría ser...?
—Ni se te ocurra decirlo —la corté—. No
tientes al destino diciendo la palabra, porque el karma me tiene muy jodida
últimamente —mi compañera se había quedado muy seria—. Lo de muy jodida lo digo
de forma figurada, porque hace que no hecho un buen polvo ni se sabe, yo creo
que he debido revirginizarme o algo así... El otro día fui a depilarme y estoy
por asegurar que la esteticista podía escuchar el eco de su voz rebotando en mi
yermo páramo.
—Por favor, ¿podrías atenderme?
—Sí, un momento —dije sin girarme—. Y si
he conseguido el milagro de la revirginización, a Dior pongo por testigo de que
ese jodido melenas que lleva meses esquivándome va a ser el caballero andante y
de brillante armadura que penetre con su larga, dura y enhiesta lanza mi gruta
del placer para llevarse el divino tesoro que guardo para él.
—Joder, la tigresa está en pie de guerra.
—¡Sí! —empecé a girarme hacia el dueño de
la voz impertinente—. ¿Algún problema amigo? —aunque en cuanto le vi (porque
como habréis imaginado ya, era él), sonó más como <<algún popoblemma
amiggggglllluuuu>>
—¡Ninguno! —levantó ambas manos como para
demostrar que estaba en son de paz—. Te aseguro que no voy a blandir mi lanza
en tu contra... —y soltó una carcajada profunda que lanzó llamaradas
directamente sobre mi entrepierna.
—Sí, ese es el jodido problema —solté toda la rabia contenida en ese comentario, aunque lo dije
más para mí que para él, pero sé que me escuchó por como abrió los ojos. Me
giré hacia mi compañera—. Nena cúbreme, necesito tomar el aire o ten por seguro
que este lugar se convertirá en el escenario de una masacre y algún día harán
una peli de esto con un título como “Tigresa, Carrie 3”.
Salí de la barra en dirección al almacén,
donde estaban los vestuarios, cogí la chupa que guardaba allí para los días de
trabajo, también con mi nombre y el bordado y me asomé al despacho del jefe.
—Salgo a tomar el aire o terminaré matando
a alguien esta noche, he dejado a Zoe a cargo de todo, no creo que sean más de
diez o quince minutos.
—Vale, tómate ese respiro y vuelve dentro
para seguir meneando esas tetas que me hacen ganar dinero.
—En serio... Tengo un abogado, ¿recuerdas?
Se llama Manel, es el mismo que redactó el primer acuerdo para librarte de una
demanda por acoso, ¿quieres que os vuelva a preparar una cita?
—Eres jodidamente un dolor de cabeza.
—¡Pero mis tetas te hacen ganar dinero! —dije
mientras me meneaba para moverlas.
—¿Tú puedes hablar de ellas y decirlo y yo
no?
—Son mías y puedo hacer lo que me plazca
con ellas —vi como abría la boca y me adelanté—. Y solo por lo que has pensado
y estabas a punto de decir, me tomaré media hora, gracias Luis.
Salí por una puerta del almacén, que
conectaba con un callejón interior que usábamos para tirar la basura cuando
cerrábamos al final de la noche, y digo noche por decir algo, porque siempre
nos saludaba alguna beata camino de la misa, mientras se santiguaba y decía que
rezaría por nuestras almas. Me dio la risa y me desahogué.
—Tienes una risa preciosa.
Me callé al momento y levanté la vista
para encontrarle a él allí frente a mí. Había salido por la misma puerta que yo
y se iba acercando poco a poco, como tanteando el humor que me gastaba en aquel
momento y eso lo hacía un hombre sensato.
—Te vi muy alterada y quise asegurarme de
que estarías bien. Me dijeron que podía salir por aquí para poder encontrarte.
—¿Por qué hoy?
—¿Perdona? —parecía confuso—. Creo que no
te entiendo.
—Llevas meses viniendo por aquí —estaba
ardiendo, porque su sola proximidad me calentaba todo el cuerpo—, meses en los
que me has ignorado como si fuese invisible, meses en los que no he existido
para ti... —hice una pausa—. Bueno, eso no es cierto, porque te tengo pillado
mirándome más de una vez y sé que lo haces con lujuria. Lo sé bien porque yo te
veo igual y tú lo sabes —me voy acercando a él poco a poco—. Eres perfectamente
consciente de lo que me haces, de lo que tu presencia me provoca y no has hecho
nada. Si no te intereso dímelo. No soy una niña pequeña que se vaya a romper
por una negativa, no serías el primero ni el último en rechazarme, pero ten los
cojones suficientes para decirlo. Para dejarme las cosas claras y que yo pueda
pasar a otra cosa... No sé, por ejemplo a clavar alfileres en las partes nobles
de un muñequito al que le pegaría una foto tuya a modo de cara.
Y de repente se me echó encima como una
apisonadora antes de que pudiera ser consciente de lo que pasaba. Sus manos me
cogieron por los muslos y me levantaron, pegándome a su cuerpo duro. Para no caerme
me agarré a sus hombros que eran fuertes, más de lo que me esperaba. Me sentó sobre uno de los cubos de basura y di gracias porque anoche nos acordásemos de
cerrar la tapa, porque sino imaginad el percal en estos momentos.
Una vez que me tuvo atrapada y sin
escapatoria sus manos subieron por mi espalda apretándome contra él. Estaba tentada
a decirle que no necesitábamos ningún juego previo más, que por lo que a mí
respectaba podía sacársela e hincármela bien profundo, es más, se lo
agradecería (¿os dais cuenta del poder que tiene sobre mí?). Sus manos llegaron
hasta mi cuello y rodearon mi nuca. Una de ellas se enredó con mi pelo, al
tiempo que mis manos habían volado desde sus hombros hasta la cintura de su
pantalón, donde ya luchaban con la hebilla de su cinturón. Me dio un tirón de
pelo, no me hizo daño, pero fue lo suficientemente firme para hacerme levantar
la vista hacia él y perderme en sus increíbles ojos azules.
—No voy a follarte como a una cualquiera
en un callejón —dijo pegando sus labios a los míos.
—¿Qué? —solté un grito ahogado.
—Que no te voy a follar —me miraba
fijamente, tratando de adivinar si le había entendido—. Ni aquí, ni esta
noche...
—Pero...
—Cuando eso suceda será bajo mis
condiciones —pegó más su cuerpo al mío y pude notar su erección mientras se
frotaba contra mí—. Quiero follarte como un animal durante horas, y voy a
hacerlo, te lo aseguro, pero para eso necesito una serie de comodidades que
aquí no tenemos.
Y sin decir nada más volvió a tirar de mi
pelo, para obligarme a levantar aún más la cabeza y tomó posesión de mi boca
con un gruñido animal que amenazaba con hacerme arder de un momento a otro,
estaba segura de que en cualquier momento sería el ejemplo viviente de lo que
llaman “combustión espontánea”. Su lengua se encontró con mis labios y los
invadió por completo, sin pedir permiso, simplemente se hizo dueño y señor de
todo a su paso.
Le rodeé por la cintura y ajusté mi cuerpo
aún más al suyo, los roces me estaban matando y con un poco más de ayuda estaba
segura de que podría sacar provecho. Notaba la fricción de su cuerpo contra el
mío, cada vez más duro, cada vez más caliente, cada vez más cerca... Hasta que
al final me dejé llevar, me separé de sus labios unos milímetros y me invadió
el orgasmo más intenso de mi vida, acompañado de un gemido gutural que salía
desde lo más profundo de mi ser.
—Espero que esto sea suficiente hasta que
te pueda tener en mi cama y a mi merced —me besó una vez más, pero fue cálido, suave, sin urgencias.
—Ni siquiera sé tu nombre... —le dije
mientras se separaba de mí, se estaba alejando y estaba segura de que se
marchaba.
—No te preocupes tigresa, cuando llegue el
momento sabrás que nombre gritar mientras te corras conmigo dentro de ti.
>>>>¿Continuará?<<<<