lunes, 24 de diciembre de 2007

CuentaCuentos nº 59 "Declaración de intenciones"

Declaración de intenciones

    “No me gustan nada las cosas nuevas... Y mucho menos si lo que traen consigo son cambios para peor. Señores Zapatero y Rajoy, me llamo Alejandra, tengo 24 años y les quería contar un par de cosillas, que espero tengan en cuenta... Y son las siguientes.

    Si yo fuese presidenta del estado español tendría que cambiar un par de cosas que ustedes no están haciendo bien. Yo quiero que España sea un lugar en el que se pueda vivir bien y con tranquilidad, cosa que el ‘bigotitos’ (antes conocido como Aznar) se pasaba por el forro de los co…… Pues bien, que habría que dar un cambio a toda la política y a un par de situaciones.

    En primer lugar emitiría una ley de expulsión sobre los ex-novios celosos, raritos, cansinos y pesados. Extensible a las ex-novias de la misma condición. Se les enviará a la isla de Santa Helena, en el Océano Atlántico, a 2.800 kilómetros de la costa de Angola.

    Está claro que los políticos corruptos y mentirosos no tendrían cabida en el nuevo régimen de España, así que también serían exiliados junto a las ex-parejas a la isla de Santa Helena, como parte de castigo.

    A todo aquel que tenga ganas de peleas, broncas o guerras se le pagará un billete de avión (sólo de ida) a Estados Unidos y que le maree la cabeza al señor Bush, a nosotros que nos deje en paz y que se la rasque contra un pino, o en su defecto contra un cactus.

    La página www.elcuentacuentos.com se convertirá en una institución del estado, subvencionada por el mismo, y en los colegios e institutos se impartirán clases de narración y redacción de todo tipo de género.

    También se impartirían clases de educación sexual desde el momento adecuado, y se repartirían preservativos de colores y consoladores a todo aquel que quiera, porque todo el mundo debería tener uno.

    Posiblemente el sexo sería instaurado como deporte nacional, y deberían practicarse al menos una vez al día todas aquellas personas en pareja, dejando ya en sus manos más prácticas diarias. La gente estaría más saludable, más feliz, sería menos conflictiva y todos gozarían de perfecta salud (además de otras cosas...)

    Los gays y lesbianas tendrán derecho a matrimonio, pensiones por viudedad y adopciones legales. Tendrán los mismos derechos que cualquier otra pareja, porque son personas exactamente iguales a nosotros.

   No habría religión obligatoria, y la gran mayoría de los curas serían enviados también a la isla de Santa Helena, y quizá puestos a trabajar como mano de obra de las ONG’s en los países subafricanos.

    Se prohíben los sentimientos de culpa, y las personas no tendrían que estar en pareja con alguien con quien no quieren estar. Habrá toda la libertad para separaciones y nuevos arrejuntamientos.
   
    Como bien sabrán, todos los puestos serían ocupados por personas de mi entera confianza, para ayudarme en la medida de lo posible a que todo esto sea posible y ahora paso a contarles en quienes había pensado para esos puestos.

    *Como Vicepresidenta Livtrase, que tiene una visión de la vida muy particular y siempre me propone muy buenas ideas.

    *El Ministerio de Trabajo y Asusntos Sociales estaría ocupado por María. Nadie mejor que ella para llevar a cabo las labores sociales de nuestro estado.

    *El Ministerio de Cultura y Deporte estaría al cargo de Aarón. Es un chico muy despierto, sociable y culto, y le gustan mucho los deportes. Tanto que queda con sus amigos para tomar algo y se lleva el ‘Marca’.

    *El Ministerio de Defensa se lo encargo a Hell. Un chico deportista, sano y que en artes defensivas tiene muchos conocimientos.

    *El Ministerio de Asuntos Exteriores estará de la mano de Ricardo. Nuestra fuente más fiable al otro lado del charco, y de buen seguro sabrá desarrollar a la perfección su cargo.

    *El Ministerio de Administración Pública lo llevaría Tormenta, que ya sabe de estas cosas y siempre es bueno tener en el cargo a alguien que ya se sepa manejar a la perfección.

    *El Ministerio de Ciencia y Tecnología se lo encargo a nuestro pincha más loco, el burbujiano Mundoyas, que si consigue entender una mesa de mezclas, puede con todo.

    *El ministerio de Economía, ese lo pongo en manos de Jara, porque con la mala leche que se gasta... ¿Quién se va a atrever a hacer fraude fiscal?

    *El Ministerio del Interior, creo que la persona perfecta para este puesto es Beleita, porque siempre está metida un poquito en todo, siempre en el meollo de las cuestiones.

    *El Ministerio de Fomento correrá a cargo de Pistachita. Que para eso está estudiando en Londres y terminando la carrera en inglés.

    *El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación estará bajo la supervisión de Larisavel. Nadie mejor que una veterinaria para hacerse cargo de estos temas.

    *El Ministerio de Medio Ambiente estará bajo el mando de Wannea. He creído oportuno poner este ministerio bajo la tutela de una bióloga, para ver si podemos frenar el cambio climático que ustedes han ido provocando.

    *El Ministerio de Justicia será la obligación de Ninivé. Ya conoce estos temas, y en sus manos nuestros litigios se verán arreglados en muy poco tiempo.

    *El Ministerio de Sanidad y Consumo lo llevará Mj. Una doctora joven y avispada y en la que tenemos puesta toda nuestra confianza. Sabrá ejercer muy bien su puesto.

    *El Ministerio de Hacienda... Bueno, Hacienda somos todos, así que ya saben, nada de ir haciendo el gamba y gastando por gastar, que hay que ver un poquito lo de la inflación y todo eso...

    Pues bueno, ahora ya saben cuales son mis intenciones, y tras todo lo relatado creo que sólo les queda una opción. Sea cual sea el que gane de ustedes dos, debería cederme el puesto de Presidenta de España a mí. Vamos, si ustedes también saben que todo iría mejor en mis manos.

    Un saludo, atentamente, Alejandra Lorenzo.

    *Frase de Fantasmín.

lunes, 17 de diciembre de 2007

CuentaCuentos nº 58 "Huída"

Huída

    “Se despertó con todo el cuerpo dolorido. Sentía un frío penetrante que la calaba hasta los huesos. Era incapaz de abrir los ojos y mucho menos de moverse. La verdad es que desde que habían empezado aquel viaje no recordaba un despertar así. Entonces un escalofrío recorrió toda su espina dorsal al darse cuenta de que no podía mover los brazos. Los tenía inmovilizados a su espalda, por las muñecas.

    ‘Tranquila Ana, tranquila’, pensó, ‘trata de recordar lo máximo que puedas. Algo tiene que haber’. Y puso su mente en pleno funcionamiento, aunque todavía sentía el letargo recorriendo la mayor parte de su cuerpo. Recordaba perfectamente que hacía un par de semanas se había trasladado a Bélgica por trabajo, para cubrir la noticia sobre un asesino en serie que llevaba más de un mes aterrorizando todo el país, y del que aún no habían descubierto prácticamente nada. Actuaba en el silencio de la noche belga, y sus víctimas eran muy variopintas. Tanto animales como ancianos, jóvenes o niños. No hacía distinciones y cada tres o cuatro días, aparecía un nuevo cadáver por alguna zona de la ciudad.

    Recordaba también haber participado en aquella tertulia televisiva que habían retransmitido por una tele local en la que colaboraban periodistas de distintas nacionalidades. Todos los que se encargaban de aquellos sucesos pero, ¿cuánto había pasado desde aquello? Ahora no era capaz de visionar en su cabeza una línea de tiempo secuencial de la que poder fiarse. Se sentía muy confusa todavía. Y sin darse cuenta, al cerrar los ojos para aclarar sus ideas, volvió a quedarse dormida.

    Despertó sobresaltada. Ya no había frío, ya no, pero la ausencia de él hizo que su cuerpo temblase aún más. Alguien la había transportado desde aquel húmedo lugar hasta otro mucho más cálido y mullido. Movió las manos. Nada, continuaban inmóviles, quizá había sido una tontería hacerse ilusiones, pero ahora mismo es lo único que le quedaba. La esperanza. Continuó moviendo las manos. Sentía la aspereza de la soga contra la suave piel de sus muñecas. Le dolía, pero todo daba igual. Tenía que salir de allí como fuese. Tenía que escapar. Sentía quemazón, y las lágrimas ya se estaban escurriendo por sus mejillas, siendo las silenciosas representantes del dolor y el miedo que estaba pasando.

    Sintió un ruido y con el susto pegó un respingo, pero luego se quedó quieta, inmóvil en la semioscuridad que la rodeaba. Casi ni respiraba para poder escuchar cualquier sonido que pudiese delatar lo que estaba ocurriendo. Necesitaba hacerse una imagen mental de todo, antes de tomar una decisión y crear un plan a seguir, pero ¿acaso podía pensar con claridad en aquel momento? No lo sabía, pero pronto lo averiguaría. Otro ruido más cerca hizo que casi pegase un grito, pero se contuvo, no quería delatarse y que supiese que estaba despierta. ¿Quién la tendría retenida? Esperaba que no fuese el asesino sobre el que estaba informando. Sabía lo que le hacía a sus víctimas y no quería acabar como ellas. Por su cabeza pasó el caso de aquel empresario ruso que se dedicaba a matar a todos aquellos que rechazaban hacer negocios con él. Al final había secuestrado a un periodista que escribía sobre el caso para que negase todo lo que había escrito hasta el momento y que le apuntaba directamente a él. Esperaba que ese no fuese el caso. No quería estar en manos de aquel psicópata sobre el que escribía.

    Todo volvió a quedar en silencio y Ana retomó la respiración calmada, pero con un apremiante dolor en su pecho. Se acarició el pelo y se lo apartó de la cara y entonces se dio cuenta de que tenía las manos libres. Tenía que haber sido por el susto de antes, cuando tembló por completo y con el miedo, no se había dado cuenta. Se quedó un rato más en silencio, por si volvía quien quiera que fuese la persona que había estado allí, cerca de ella. Durante minutos que le parecieron horas se mantuvo en la misma posición, sin mover un músculo. Estaba en tensión, tanto que hasta comenzaba a dolerle. Su cuerpo comenzaba a jugarle malas pasadas y no podía permitírselo, así que trataba de pensar en algo que la ayudase a olvidar el lugar en el que estaba para concentrarse mejor.

    Pensó en sus últimas vacaciones. Había estado en el área metropolitana de Manhatan con sus amigas. Habían visitado todos los lugares interesantes y también habían pasado tardes y tardes enteras de compras. Sí, en eso tenía que pensar. En el siguiente lugar al que se iría, porque iba a salir de allí con vida. ¡Como fuese! Se obligó a levantarse. Al principio casi ni podía mantenerse en pie. Seguramente por culpa de las drogas que posiblemente le habrían administrado para poder llevársela a aquel lugar. Estaba desorientada, aunque de todas formas no sabría hacia dónde ir. Se acercó a la pared y comenzó a palpar todo lo que encontraba a su alrededor hasta que encontró el pomo de una puerta.

    La abrió con cuidado, escuchando con atención, tanta que podría escuchar hasta el más mínimo sonido. Salió de la estancia en la que se encontraba y comenzó a caminar por aquel lugar que también estaba en penumbras. Escuchaba su respiración y en sus oídos martilleaba el sonido de su corazón, bum bum, bum bum... De repente un golpe a su espalda la hizo gritar. Había sido muy cerca, así que echó a correr entre las sombras, sin saber hacia dónde se dirigía. Todo daba igual, sólo le importaba correr y alejarse de donde estaba, y en su huída no se preocupaba de no chocar contra nada. Hacía mucho ruido y sería fácil dar con ella, pero no podía evitarlo. Chocó contra una especie de mesa que había en medio de aquel lugar. Al pasar la mano sobre ella sus dedos toparon con un objeto conocido, un destornillador. No supo por qué, pero tuvo la inminente necesidad de cogerlo, así que lo aferró con sus manos y continuó con su escapada.

    Sabía que iban detrás de ella, lo sabía, y por eso no podía dejar de correr. Tenía que salvar su vida y si quería hacerlo no podía dejarse vencer por el temor o el cansancio, pero casi ya la había vencido, tanto que sin darse cuenta tropezó con un tiesto que había allí y se calló al suelo. Cuando iba a levantarse notó que algo la cogía por el pie. La temperatura de su cuerpo descendió de repente. Sentía un frío ascendente desde el lugar que la tenía agarrada hasta el resto de su cuerpo. Se había quedado paralizada. Quería continuar su huída, pero el miedo era muy grande y la rodeaba por completo.

    ‘Venga Ana joder’, pensó para sí misma. ‘Tu instinto de supervivencia es mayor, haz algo’, y entonces sin saber de dónde había salido toda aquella fuerza comenzó a patalear y pudo sentir como su pie libre se topaba con algo blando y entonces notó que la opresión en su pierna se hizo más débil, y aprovechó ese momento para volver a levantarse y continuar con su huída. Corría sin saber hacia dónde se dirigían sus pasos. Tenía la sensación de estar girando todo el rato. Como si estuviese haciendo el mismo estúpido recorrido una y otra vez, pero entonces, al doblar una esquina pudo ver una luz al fondo. Sintió un rallo de esperanza en su pecho. Aquella debía ser la salida, lo había conseguido. Y mientras estaba absorta en estos pensamientos alguien la derribó haciendo que se diese un fuerte golpe en la cabeza.

    Tardó un par de segundos en recuperarse de la caída, pero no podía moverse. Alguien estaba sobre ella y le impedía casi toda su movilidad. Estaba aterrada y segura de que gritaba, porque le dolían ya los pulmones, pero no se escuchaba. En sus oídos sólo retumbaba el sonido de los latidos de su corazón, bum bum, bum bum... Sus ojos se acostumbraron a la pequeña claridad de aquella última estancia que la separaba de la libertad y pudo distinguir no muy claramente el rostro de su atacante. Era un hombre, no podría precisar su edad, pero por la fuerza que tenía y la complexión de su cuerpo debería estar entre los 25 y los 40 años. No era nada preciso, pero la luz era muy escasa y no la dejaba ver con precisión.

    El pánico volvió a apoderarse de ella. Consiguió soltarse la mano y con una destreza y aplomo que jamás pensó que tendría, le clavó el destornillador en un ojo haciendo regresar así todos los sonidos. Pudo escucharse gritar, así como pudo oír los gritos de dolor de su atacante, que ya no tenía fuerza para mantenerla inmóvil. Se escurrió como pudo y echó a correr hacia la luz. No quería mirar atrás. No le importaba quien era o por que lo hacía. Lo único que le importaba era salir de allí cuanto antes, nada más importaba en aquel momento, así que cuando llegó al final de aquel largo pasillo abrió la puerta y dejó que la luz la bañase por completo.

    La claridad del sol la había cegado temporalmente a causa de todo el tiempo que llevaba moviéndose entre las sombras. Escuchaba el cantar de los pájaros a su alrededor, y podía escuchar y notar las hojas crujiendo bajo sus pies. Sabía que estaba en el bosque, olía a verde, olía a esperanza. Seguía corriendo porque aún no se sentía a salvo, pero su corazón ya se había calmado. Escuchó un ruido a lo lejos, y no paró para averiguar de qué se trataba. Un dolor en el pecho la hizo perder el ritmo de la carrera. Estaba claro que tanto correr la tenía totalmente extenuada, pero no podía parar si quería salvar su vida. Podía oír el murmullo de las aguas bajando el río y sabía que tendría que seguir el cauce hasta llegar al pueblo, aunque aquel dolor amenazaba con no dejarla dar un paso más. Se llevó la mano al estómago, para tratar de aliviar el dolor mediante la presión y al quitar la mano pudo ver sus dedos manchados de sangre. El miedo se vio reflejado en todo su cuerpo y dirigió su vista hasta su abdomen. Levantó la camiseta y pudo ver un pequeño agujero del que no paraba de salir sangre a borbotones.

    ‘Está claro, este es mi fin’ pensó, pero no dejó de correr, aunque cada vez sus pasos eran más cortos y lentos. Se paró en seco al llegar al borde de un pequeño acantilado que dejaba paso al río. Estaba agotada, casi no tenía ya fuerzas. Se giró para ver a su perseguidor. Lo vio a lo lejos, entre un par de árboles, acercándose poco a poco, en silencio, pero consiguiendo que cada paso sonase atronador en los oídos de Ana. Se acercó lo bastante para que su ya cansada vista le pudiese ver mejor.

    -Tú...

    Esas fueron las últimas palabras que Ana pronunció antes de caer de espaldas por aquel acantilado y que su cuerpo terminase en el río. Encontraron su cadáver días después. Nadie achacó su muerte a aquel brutal asesino que tenía en vilo a toda Bélgica, simplemente dijeron que había salido a pasear por el bosque y que quizá un mal paso la había hecho terminar en el río y que la corriente se había ensañado con su joven cuerpo, estrellándolo contra las rocas durante días.

    Nadie supo nunca la verdadera historia de Ana. Nadie supo de la agonía que pasó los últimos minutos de su vida. Sólo él sabía la verdad. Sólo él sabía cómo habían ocurrido las cosas. Sólo él...”


    *Juego de creatividad.

martes, 11 de diciembre de 2007

CuentaCuentos nº 57 "La más hermosa"

La más hermosa

    “Cuando se quiso dar cuenta, era otra vez otoño. Ya había pasado un año entero y casi ni se había dado cuenta, pronto volvería a ser su cumpleaños. Entre el trabajo, las fiestas, más trabajo, los hombres con los que salía, ni se había percatado del paso del tiempo. A Sonia nadie le echaba más de 25, aunque en realidad tenía unos cuantos más. La gente se asombraba con lo joven y bella que se conservaba y sabían bien que cuidaba muchísimo su aspecto. Era coqueta sí, y hasta cierto punto muy soberbia. Sus amigas lo sabían y la aceptaban tal y como era, aunque la verdad es que a veces hasta a ellas mismas les costaba entenderla.

    En su trabajo siempre era la primera. Siempre estaba en todo y cuando se proponía algo lo culminaba sin problemas, en poco tiempo y con unos resultados increíbles para la empresa. Esto la había llevado a convertirse en la mano derecha del jefe de la compañía, aunque esto mismo se había convertido en otro obstáculo para hacer amigos en la empresa. Había entrado a trabajar allí porque un tío con el que se acostaba le consiguió una entrevista, y en poco más de dos años había ascendido desde lo más bajo hasta ponerse por encima de todos sus compañeros y mostrando a veces una superioridad que llegaba a exasperarles. A ella no le importaba. Quería llegar a lo más alto y tener poder, mucho poder. Siempre le pasaba en todos los trabajos que tenía. Necesitaba ser la mejor y si no conseguía esa motivación, o cuando ya estaba en la cima, dejaba el trabajo de un día para otro, casi sin avisar y dejando casi que la empresa se viniese a bajo sin ella.

    Y en su vida personal no era mucho más constante. La relación más larga que había tenido había durado 9 años, y finalmente le había abandonado en el altar el mismo día de su boda. Sin explicaciones, sólo una carta en la que decía que jamás amaría a alguien como le amó a él, pero que no podía hacerlo, no podía quedarse con él, que no estaba dispuesta a perder su belleza, y que no podrían volver a verse. Y aquello era cierto. No amaría a ningún otro como le amó a él. Y todas sus relaciones eran cortas, insulsas, sin vida, prácticamente sin sentimientos por parte de ella. Sólo una simple cuestión de sexo, sólo por el mero hecho de sentir el calor de otro cuerpo en la cama.

    Otro año más de su vida. No podía creérselo. Ya había conseguido todo lo que quería en aquella empresa y el hombre con el que estaba tampoco le aportaba mucho más que cualquier otro. Estaba claro que tenía que salir de allí. Se sentía encerrada y tenía que escapar una vez más, aunque esta vez sería antes de tiempo, pero antes de irse tenía algo que resolver con urgencia. Quedó con sus amigas y decidieron salir de discotecas. Le apetecía olvidarse del trabajo, del hombre con el que estaba, de su cumpleaños, de que había pasado un año más. Quería olvidarlo todo, o casi todo, porque todavía le quedaban cosas por hacer.

    Tenía que romper con su actual novio. Buscar un nuevo trabajo, otro piso en el que vivir, muy posiblemente en una ciudad nueva. Otra vez cambios, otra vez a ser la nueva, nuevos compañeros, nuevos amigos... La llamaron a su espalda y se acercó a la barra, junto a sus amigas. Allí le dieron una copa, a la que estaba invitada. Preguntó a la camarera quien la había invitado y esta le señaló a un hombre que se encontraba al final de la barra. Levantó la copa en su dirección, le sonrió al tiempo que le guiñaba un ojo y se acercaba la copa a los labios para dar un pequeño trago. Aquel hombre tenía una bonita sonrisa y parecía inofensivo, así que decidió acercarse para darle las gracias personalmente, y sin casi darse cuenta ya había pasado más de tres horas hablando con él. Era un hombre agradable. Le estuvo viendo durante un par de minutos, sin decirle nada y decidió invitarle a su piso, para tomarse la última copa.

    No le extrañó que aquel hombre no se negase. Ella sabía que era hermosa, se afanaba mucho en ello, y también sabía todo el poder de seducción que poseía. Fueron en el coche de Sonia y durante el camino, de vez en cuando, fue rozando su mano contra la rodilla de él, sabiendo que así se pondría más nervioso, y así fue. Subieron a su piso y entonces dejó fluir todas sus armas de seducción. Antes de lo que había pensado ya lo tenía en sus manos, y se fueron desnudando poco a poco. Pegaba su cuerpo al de él, le besaba y se dejaba besar y poco a poco se fueron acercando al cuarto de baño entre risas. Ella se metió en la bañera, puso el tapón y abrió el grifo de agua caliente. Él quiso meterse con ella, pero Sonia juguetona no le dejaba. Le decía que tenía que obedecerla, que tenía que ser un buen chico, y aquel hombre no se planteaba llevarle la contraria a la mujer más hermosa que había visto. Casi ni se creía que estuviese allí con ella, y sabía que sus amigos no se lo creerían nunca, pero él sabría que era verdad y es lo único que realmente importaba.

    Cuando la bañera ya estaba por más de la mitad Sonia le dijo que se acercase lentamente. Ella se puso de rodillas en la bañera y él hizo lo mismo por fuera. Comenzaron a besarse una vez más. Le pidió que cerrase los ojos y él lo hizo gustosamente, hasta que notó sobre sus labios la suavidad, dureza y calor de los pechos de ella. Los besó con una mezcla de pasión y suavidad. Abrió los ojos y volvieron a besarse. Una vez más ella le pidió que cerrase los ojos, y lo hizo gustoso pensando en el siguiente pedazo de paraíso que ella iba a ofrecerle, y abrió los ojos como platos cuando sintió el frío del acero rasgando su garganta. Casi no tuvo tiempo ni de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Rápidamente se quedó sin fuerzas. Sus músculos se habían quedado bloqueados, ya no le respondían. Se estaba mareando al mismo tiempo que asumía que iba a morir.

    En sus ojos sólo veía el agua de la bañera, que se teñía de rojo con su propia sangre y podía distinguir un poco entre sombras a Sonia, que se frotaba el cuerpo con aquella mezcla de agua caliente y sangre. Miraba fríamente a aquel hombre que se estaba muriendo delante de ella, y no se inmutaba, no sentía remordimientos. Ya no... Recordaba la primera vez que lo había hecho. Hacía más de cien años que había matado al primer hombre, tras su contrato con el mismísimo demonio, con el que había pactado que siempre se conservaría joven y hermosa con la condición de que una vez cada cinco años le entregase un alma. Lo había aceptado con gusto sólo por poder mantenerse joven y bella.

    Tenía que bañarse en la sangre del sacrificado, pero ¿y qué? Era un pequeño pago a cambio de todo lo que le ofrecían. Sacrificar a un hombre que la desease y bañarse en su sangre. Un precio muy bajo por lo que conseguía a cambio, o al menos ella lo veía así, y no se paraba a pensar en lo que les parecería a los demás...”


    *Frase de Dulce Locura.

lunes, 3 de diciembre de 2007

CuentaCuentos nº 56 "La vida"

La vida

    “Las turbulencias presagiaban lo peor. El avión se estremecía con cada golpe de viento y con cada sacudida su mente le proyectaba nuevos finales para aquella situación. ‘Voy a morir’ pensó Antonio, ‘bueno, que más da… De todas formas ya dejé mi vida atrás desde que sus ojos se cruzaron con los míos…’ Y entonces pensó en Silvia. Si cerraba los ojos casi podía sentirla a su lado. Notar el calor de su suave piel, el aroma de su cuerpo, el tono de su suave voz cada vez que susurraba su nombre en sueños...

    Estaba claro que la amaba más que a nada, pero había cosas en la vida que tenían que seguir su curso y lo estaban haciendo... Aquel avión cada vez se dejaba llevar más por los embistes de aquella horrible tormenta, y a él le daba igual, porque su vida ya estaba junto a la de ella. ¿Qué más le daba morir entonces? Se sentó bien en el asiento y cerró los ojos. Pensó en ella, en sus ojos, en sus labios, en sus manos, en sus pechos y entonces llegó la calma, la tranquilidad. Siempre pasaba lo mismo... Cuando estaba en algún momento en el que los nervios se apoderaban de él, pensaba en ella y la calma volvía. Esta vez incluso se había detenido la tormenta y el avión retomaba su curso normal.

    Por los altavoces sonó la voz del capitán que les avisaba de que por culpa de la tormenta se habían desviado un poco y que tenían un ligero retraso, pero que llegarían a tiempo para que los pasajeros que tenían transbordos cogiesen sus vuelos. ‘¡Mierda! Un retraso... No tengo tiempo para retrasos hoy...’ Pero no había nada que hacer, así que volvió a sentarse en su asiento, a cerrar los ojos y a evocar la imagen de su amada para así pasar el tiempo.

    Por fin el avión hizo toma de tierra y en cuanto pudo salió disparado del avión como alma que lleva el diablo. No tenía equipaje, había sido un viaje improvisado, así que no perdió el tiempo en ir a aquella zona y salió del aeropuerto en busca de un taxi. Se montó en uno casi sin aliento y cuando el taxista la preguntó que a donde se dio cuenta de que no lo sabía. ‘¿Por qué nadie se lo había dicho? ¿Acaso tenían miedo de que hiciese lo que estaba haciendo? Pues ya veían que lo estaba haciendo igual, aunque mucho más difícilmente sin ayuda...’ Recordó los momentos pasados con ella. Sus paseos en la noche, y entonces el recuerdo vino solo... ‘la plaza de San Ignacio’.

    -¡A la plaza de San Ignacio! ¡Rápido!

    Y el taxi salió a toda velocidad hacia el lugar que Antonio le había indicado. Se preguntaba si todos sus amigos estarían ya allí. Seguro que sí, seguro que todos estaban en aquel lugar, y seguía sin entender que nadie le hubiese dicho nada... Podía entender que los demás callasen, pero ¿y ella? ¿Silvia por qué había callado? ¿Quizá porque a ella le dolía tanto como a él todo aquello? ¿Quizá porque no veía otra salida? No lo sabía, y tampoco estaba seguro de poder hallar la respuesta cuando llegase allí. El taxi frenó y lo sacó bruscamente de sus pensamientos. Le pagó y le dejó más de 10 euros de propina, cosa que el taxista agradeció y le preguntó si quería que lo esperase.

    -No gracias... – miró hacia el frente. – O mejor sí, espéreme...

    Subió las escaleras corriendo, de tres en tres y llegó hasta la puerta. Tomó aire, tenía que coger fuerzas para lo que vendría ahora. Inspiró una vez más y con las manos temblorosas abrió la puerta lentamente, queriendo hacer el menor ruido posible. Como imaginaba allí estaban todos sus amigos. El sonido del órgano lo envolvió por completo y entonces la vio. Hermosa, radiante con su vestido de novia. Ahora la notaba más lejos que nunca.

    Le escuchó decir a él ‘Sí quiero’ y como el cura comenzaba a hacerle la misma pregunta a ella. Desde la distancia pudo ver como una lágrima se escapaba por su mejilla y entonces ella levantó la vista, miró hacia atrás y le vio allí, parado delante de la puerta. Con lo primero que había encontrado la noche anterior, cuando se había enterado de que ella se casaba. Sus miradas se cruzaron y volvió a ver la luz en los ojos de ella. Aquella luz que sólo brillaba cuando estaban juntos. Más lágrimas comenzaron a escurrirse por sus mejillas y cerró los ojos. Antonio dio un paso hacia delante, no se creía lo que estaba a punto de hacer y entonces la escuchó a ella. ‘Sí quiero’. Y más lágrimas caían por su rostro.

    Antonio no sabía que decir ni que hacer. La había perdido para siempre, por no haberse decidido a tiempo, por no demostrarle lo que realmente sentía por ella, por no dejar las cosas claras... Se dio la vuelta y bajó las escaleras poco a poco. Se metió en el taxi y le pidió que le llevase otra vez al aeropuerto, no había nada que hacer. Había llegado tarde y todo por culpa de sus miedos e indecisiones. Había perdido a la única mujer a la que había amado de verdad, la única que podía hacerle sonreír en un día triste...

    Supo de ella a través de sus amigos. Supo que al poco de casarse ella se quedó embarazada y que había tenido un niño. Y que después había tenido una niña. Supo que con sus hijos se la miraba radiante, con una sonrisa en los labios, aquella sonrisa que tanto había amado... Silvia tenía todo lo que una mujer podía soñar... Tenía un marido que la quería, una casa, un buen trabajo que no le ocupaba mucho tiempo y unos hijos maravillosos que llenaban su vida de mucha alegría. Y que incluso llenaban aquel vacío que sentía. Porque tenía todo lo que una mujer podía soñar, pero no tenía lo único que necesitaba, el amor de Antonio…”


    *Frase de Ninivé.

lunes, 26 de noviembre de 2007

CuentaCuentos nº 55 "Infancia robada"

Infancia robada

    “-El niño debe de ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No podemos permitir que un niño sufra abusos de ninguna índole, y estamos obligados a preservar su inocencia y su infancia ante todas las cosas y en contra de quien sea... – hizo un gesto con la mano.
    -¡Acusado póngase en pie! – dijo el alguacil.
    -Señor Olivenza, tras escuchar todos los testimonios, incluido el suyo, este tribunal le declara culpable de un delito leve de lesiones contra su esposa, y culpable de abuso a menores contra su hijo de 7 años. – dio un golpe en la mesa con el mazo. – Se levanta la sesión. Pueden llevárselo.

    Octavio Olivenza comenzó a resistirse y a gritar que él no había sido, que era inocente. Todos decían lo mismo, pero las pruebas le señalaban a él. Vio a su hijo y a su esposa allí, en primera fila.

    Cuando los ojos de su padre se clavaron en los suyos, Benjamín comenzó a temblar. No podía evitarlo, y sin darse cuenta, unas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Su madre que lo vio lo abrazó contra su pecho, y Benjamín al levantar la cabeza pudo ver su cara hinchada y aquel ojo tan negro como la noche. Se volvió a estremecer, esta vez más visiblemente. Estaba asustado y ya no le daba miedo a admitirlo. Era un niño. Sólo tenía 7 años y estaba en todo su derecho de sentir miedo, eso le habían dicho los psicólogos, pero estaba asustado, muy asustado.

    No le pidieron que subiera al estrado a testificar. Dijeron que las pruebas que tenían eran suficientes y eso hizo que se sintiese aliviado, pero según se habían ido desarrollando los acontecimientos su cuerpo se había ido tensando poco a poco... Su madre contando la paliza que su padre le propinó una noche que llegó del trabajo. Él fue testigo de esa brutal paliza, pero no tenía que declarar, tenían pruebas suficientes habían dicho... Su madre contó entre lágrimas y con todo detalle todos los golpes que recibió por parte de su marido, y como Benjamín lo miraba todo, llorando acostado en el sofá del salón. Lo recordaba todo como si hubiese sido ayer, y ya habían pasado casi 11 meses.

    También recordaba el testimonio de su padre. No negaba que le hubiese dado la paliza a su mujer, era evidente que alguien la había maltratado, pero alegaba enajenación mental transitoria, aunque no le creyeron. Pero al contrario, negaba categóricamente que él hubiese maltratado y abusado de Benjamín. ¿Por qué? ¿Por qué no decía la verdad? Benjamín se había venido abajo el día que declaró su padre. Se había puesto a llorar en la sala, y su madre se lo tuvo que llevar fuera cuando el niño había comenzado a gritar cosas presa de un ataque de nervios.

    Y ahora allí estaban. Había finalizado el juicio y le habían declarado culpable. Ya estaba todo hecho. Y recordaba las palabras del abogado... ‘Cuando tengamos una sentencia podrás volver a respirar tranquilo. No volverán a hacerte daño.’ Levantó la vista para ver a su madre una vez más. Ella le estaba acariciando el pelo, y al verle le sonrió y le dio un suave beso en la frente. Soltó a Benjamín para coger su abrigo y en ese momento el niño se alejó corriendo de ella. Saltó la barandilla y se abrazó con fuerza a su padre.

    -¿Por qué papá? ¿Por qué no les dijiste que fue ella? ¿Por qué no les contaste que le pegaste al ver lo que me hacía? – gritaba Benjamín entre lágrimas mirando a su padre a los ojos. – Y ahora dejas que vuelva con ella a casa. Sabes lo que va a hacerme. Una vez me protegiste, dijiste que no volvería a pasar y ahora te vas. ¿Por qué no me proteges papá?

    Todas las miradas se centraron en Margarita. Se había quedado rígida y pálida como el mármol. No decía nada y no se movía. Estaba impertérrita ante la sala y aguantaba las miradas que ahora habían tornado de lástima a desprecio, desaprobación y asco. Benjamín se giró hacia el abogado. Todos pudieron ver el dolor reflejado en la cara del pequeño, y fueron conscientes del daño que había sufrido y también del que le podían haber causado...

    -Me dijiste que no hacía falta que declarase, que estaba a salvo, que no volverían a hacerme daño. Y me quitas a la única persona que me ha protegido... La única persona que podía evitar que ella volviese a tocarme...
    -¡Cállate la boca maldito niño! ¡Que los dos sabemos muy bien que me provocabas!
    -¡Ya basta! – gritó el juez. – No estoy dispuesto a escuchar ninguna barbaridad más. Señor Octavio Olivenza, ¿es verdad todo lo que está diciendo su hijo? Y si es así, ¿por qué no dijo nada ante este tribunal?
    -Señor juez. Todo lo que ha dicho mi pequeño Benjamín es cierto. Y si no le he dicho nada a usted señoría es porque ella me prometió que si yo cargaba con las culpas no volvería a tocar al niño...
    -En vista de los nuevos acontecimientos ordeno que entre en prisión preventiva la señora Margarita Pena, y que se prepare una vista oral para fijar la fecha del juicio por abuso de menores a su hijo de 7 años Benjamín Olivenza Pena. Así como dictamino que se ponga inmediatamente en libertad provisional al señor Octavio Olivenza, pendiente de un juicio por agravios leves a su mujer. Ahora sí, ¡se levanta el acta!

    Benjamín corrió hasta los brazos de su padre que lo abrazó con todas sus fuerzas. Secó sus lágrimas con su camisa y volvió a abrazar a su hijo.

    -Tienes que entenderme Benjamín. Tenía que hacerlo para que ella te dejase en paz. Lo hice por ti hijo...

    No hizo falta nada más, ni una sola palabra, ni un gesto. Benjamín estrechó fuertemente a su padre entre sus brazos y rompió a llorar otra vez, pero ahora con el alivio de saberse a salvo de ella...”


    *Frase Anónima.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Concurso de Terror

Ruidos

“Eran las 3 de la madrugada. Mario e Isabel dormían plácidamente cuando un ruido la sobresaltó. Despertó de su sueño y aunque creyó que aquel sonido había sido producto de su imaginación tardó un buen rato en volver a dormirse. Al rato un nuevo sonido extraño volvía a arrancarla de su sueño, y esta vez, temblando despertó a su marido:

-Mario, cariño. Despierta.
-¿Qué pasa? ¿Ya es hora? Es que no he oído el despertador.
-No, es que ya es la segunda vez que me ha parecido oír un ruido en casa.
-¿Estás segura? – preguntó Mario mucho más despierto.
-Sí, escucha... – dijo Isabel acurrucándose contra su marido bajo las sábanas.

Escucharon en silencio durante un buen rato y nada. Ni un solo sonido que les advirtiese que algo estaba sucediendo. Podían oírse respirar el uno al otro y Mario sentía como todo el cuerpo de su esposa temblaba.

-Tranquila, no ha sido nada. Volvámonos a dormir, que mañana hay un duro día de trabajo por delante.
-Sí tienes razón. Mañana hay mucho que hacer y será mejor que estemos descansados.

No habían pasado ni cinco minutos cuando volvió a escucharse otro ruido. Esta vez eran pequeñas y rápidas pisadas por el pasillo. Al principio que se acercaban a la puerta de su habitación, pero luego volvían a alejarse...

-¡Mario!
-Tranquila, lo he oído.
-¿Lo has oído y me pides que esté tranquila?
-¡Shhhh! Escucha...

Otra vez aquellos pasos que parecían acercarse a la puerta parcialmente abierta de su habitación, pero ellos no veían nada. Los pasos terminaron justo en la puerta. Mario e Isabel estaban en tensión. En la puerta no había nadie y sin embargo aquellos pasos habían terminado justo allí... Se quedaron en silencio y volvieron a escucharlos pero esta vez al final del pasillo, sonaban diferentes y familiares y esta vez vinieron acompañados de un susurro:

-Shhh, no hagas ruido o mamá y papá nos castigarán...
-Joder, que susto... Es Susi – dijo Mario claramente aliviado. – ¿Pero con quien habla?
-Tiene un amigo imaginario, ¿no te lo había dicho?
-No me lo habías comentado. Así que un amigo imaginario... ¿Con sólo tres años?
-Es muy normal cielo. Aquí casi no hay niños y creo que todos de pequeños hemos tenido algún amigo imaginario con el que compartíamos juegos, ¿tú no?
-Mmmm... No lo recuerdo – y dándole un beso en la frente añadió. – Voy a meter a la pequeña en la cama.

Mario abrió la puerta de la habitación esperando ver a la niña allí, pero no vio nada. Se dirigió a la habitación de su hija, sintiendo como su corazón se aceleraba y sin entender por qué... Se paró delante de la puerta. Estaba cerrada, cuando ellos siempre la dejaban entornada, por si la niña lloraba o tenía una pesadilla y quería ir a junto de ellos. Tomó aire, cogió el pomo y decididamente lo giró. Entró en la habitación que estaba a oscuras. Se acercó a la cama de su hija y vio como las mantas marcaban su cuerpecito.

Se acercó para arroparla bien y darle un par de besos, pero al inclinarse sobre la cama pudo ver que esta se encontraba vacía. Un escalofrío recorrió su cuerpo al tiempo que destapaba completamente la cama. No estaba, la niña no estaba... Se giró en redondo para poder ver bien toda la habitación. Nada. No la veía en ningún rincón escondida, pero un sonido a su espalda llamó su atención. Se giró, y vio el armario. Estaría allí dentro escondida, jugando al escondite con su amigo imaginario. Se acercó silencioso al armario. No quería asustarla mucho, pero se merecía un pequeño castigo por hacérselo pasar mal...

Abrió la puerta del armario de golpe y la niña no estaba allí. Él podría haber jurado que un ruido había salido de aquel armario, pero no había nadie en él. Se giró y vio otra vez la cama. Seguro que estaba allí debajo metida. Se acercó y se arrodilló. Levantó las mantas y se asomó. Allí al fondo vio una sombra...

No se mueve, pensó. ¿Por qué no se mueve? Y el terror comenzó a apoderarse de él. Su mano temblorosa se perdió bajo la cama, cada vez más cerca de aquel bulto que no podía distinguir y al fin tocó algo. Un pie, un pie frío, helado diría él. Todo su cuerpo se paralizó y sintió como si hubiese bajando la temperatura de repente. Tomo aire, no podía ser... Y con aquel temblor en el cuerpo comenzó a tirar. Casi lo había traído hasta la parte iluminada por la poca luz que entraba por la ventana. Parecía un pequeño cuerpo inerte. Su corazón latía a mil revoluciones. Cogió el cuerpo y rezando lo giró...

-¡Dios! – dijo ahogando un grito. – Maldita muñeca...

Era aquella muñeca tan grande que su hermana le había regalado a Susi. Nunca le había gustado y ahora acababa de pasarle el peor trago de su vida. Si en el armario no había nadie y bajo la cama sólo estaba la muñeca, ¿dónde podía estar su hija? Y entonces vio unos pequeños pies asomar bajo el borde de la cortina y pudo escuchar una pequeña risilla. Se sintió aliviado y pensó que podía continuar con el juego. Se levantó y se acercó sigiloso hasta la ventana, casi sin hacer ruido y cuando ya podía alcanzar la cortina con la mano dijo en un susurro:

-¿Dónde podrá estar mi pequeña Susi?

De un tirón apartó la cortina y de nuevo todo su cuerpo se tensó. Detrás de la cortina no había nada, pero allí abajo seguía habiendo unos pies, hasta que se fijó bien. Sólo eran unas zapatillas. Respiró aliviado, soltó la cortina y una pequeña carcajada. Se estaba volviendo paranoico aquella noche, y no podía permitirse perder la cordura. Se giró para salir de la habitación y buscar a la niña por el resto de la casa, cuando por el rabillo del ojo pudo ver un movimiento extraño en la cortina.

-Bueno ya está bien Susi, si no dejas de jugar papá se va a enfad...

No pudo acabar la frase. Detrás de la cortina volvía a no haber nadie, pero el rostro pálido de un niño le miraba fijamente desde el reflejo de la ventana. Dio un paso hacia atrás, tropezó con la muñeca y cayó al suelo. Aquel rostro seguía mirándole y sólo pudo balbucear:

-¡Isa... Is... ¡Isabel! – pero no lo suficiente como para que su mujer le escuchase.

Dio un vistazo rápido a la puerta y al volver a mirar hacia la ventana ya no había nada allí. Su cuerpo no reaccionaba y pasaron varios segundos hasta que pudo incorporarse y salir corriendo hacia su habitación, donde su esposa seguiría en la cama. Entró a todo correr y se quedó paralizado al contemplar la escena que allí lo esperaba. Sobre la cama su mujer jugando con su hija.

-¿Qué pasa Mario? Estás muy pálido. Ni que hubieses visto un fantasma...
-¿Cuánto rato lleva aquí Susana?
-Desde que te has ido. Debía de estar escondida en el cuarto de baño, porque ha sido salir tú y ha entrado ella. Tardabas tanto que pensé que estarías haciendo algo...
-Isabel – dijo antes de echarse a llorar. – Isabel, en el cuarto de la niña había algo.
-¿Algo? Explícame a que te refieres. ¿Algo como qué?
-Un niño, ¡o al menos la imagen de un niño reflejada en el cristal de su habitación!
-Pero... ¿Tú te has oído lo que has dicho?
-Ya te lo había dicho yo mami, pero no quisiste creerme.

Isabel y Mario miraron a su hija que jugaba alegre sobre la cama. Isabel cogió la cara de su hija entre sus manos y dándole un beso en la frente le dijo:

-Mi vida. ¿Y dónde está ese niño?
-Aquí en la casa, con nosotros, como tiene que ser...
-¿Cómo tiene que ser? ¿A qué te refieres Susana? – dijo Mario visiblemente asustado.
-Susi, mira a mamá... Dime, ¿dónde está ese niño?

Susi se apartó de su madre, bajó de la cama y se acercó hasta la gran cómoda que tenían presidiendo aquel cuarto. Abrió uno de los cajones y se puso a rebuscar. Al fin cerró el cajón y se acercó de nuevo a ellos. Se subió a la cama y le dio a su madre una foto.

-Hoy es su cumpleaños y sólo quiere jugar...

Isabel rompió a llorar. Susana acababa de darle la foto de su hermano Pedro, que había muerto por la llamada “Muerte Súbita” año y medio antes de que ella naciese.

-¡Mario! ¿Qué día es hoy?
-¡Joder! 1 de noviembre... ¡Hoy es 1 de noviembre!
-Dios – dijo Isabel entre lágrimas. – Hoy era su cumpleaños...

Comenzó a hacer mucho frío en aquella habitación, tanto que incluso podían ver la nube que formaba el aire caliente que expulsaban sus pulmones. Y entonces Susana señaló hacia la puerta de la habitación y se quedó callada mirando hacia allí.

-Susana cielo, ¿qué haces? – preguntó su madre.
-No tengáis miedo. Está ahí y sólo quiere jugar…”

lunes, 19 de noviembre de 2007

CuentaCuentos nº 54 "Insonmio"

Insomnio

    “El camino es tan estrecho que se hace difícil caminar erguida sin caer o al menos eso me parece mientras subo las escaleras de mi casa hasta mi habitación, y allí me tumbo en la cama. Estoy rendida y seguro que el sueño pronto se apodera de mí, pero siempre me equivoco... En cuanto me acuesto en la cama el sueño y el cansancio desaparecen tan rápido que no puedo darme casi cuenta, y así empieza otra noche de insomnio. Otra larga noche...

    Me acuesto y pongo la televisión. Veo la serie del día: CSI, Cuestión de sexo, Kyle XY, House... Da un poco igual, la cuestión es estar entretenida para no darme cuenta de que las horas pasan. A veces hasta estoy leyendo un libro al tiempo que tengo la televisión puesta, y el ordenador encendido, por donde, de vez en cuando, mantengo alguna conversación con algún amigo perdido por el mundo. Y según avanza la noche siento una opresión dentro de mí al no poder conciliar el sueño, y comparto noches en vela con algunos de mis CC, hablando de mil cosas, e intercalando las charlas con documentos de Word que tengo abiertos, donde se esconden mil relatos que algún día verán la luz...

    Y entonces dan las 3 o las 4 de la mañana. Hora en la que me obligo a dejarlo todo. Momento en el que me obligo a tratar de dormir. Instante en el que la oscuridad se hace palpable, el silencio retumba en el aire, y me siento como si estuviese sola en el mundo. Me acuesto, me acurruco bajo las sábanas con mi perro y con la esperanza de que el sueño y el sopor pronto vengan a ocupar su lugar a mi lado, en esta cama en la que me pierdo.

    Doy vueltas, no consigo dormir. Me levanto y a oscuras recorro la casa. Voy a la cocina, bebo algo, quizá encuentro algo ligero que comer y vuelo en silencio a mi cuarto, para no despertar a nadie. Otra vez bajo las sábanas. Más vueltas, silencio, oscuridad, el tiempo pasando sin que el sueño llegue hasta donde yo estoy. Enciendo la luz, cojo la libreta y el bolígrafo que tengo en la mesita y me pongo a escribir mil cosas que al final se quedarán en nada, por no tener coherencia. Apago la luz, pasan los minutos, el perro duerme a mis pies, le oigo roncar. Me enfado. Me molesta que duerma y yo no ser capaz, así que le doy un pequeño golpecito con el pie y lo despierto, dejándolo al pobre con cara de sueño y sin saber que está pasando. Así que lo cojo y lo abrazo contra mi pecho.

    -¿Tú tampoco puedes dormir?

    Y acariciándolo el perro se vuelve a dormir y vuelvo a quedarme sola, en el silencio de la noche y sin rondarme apenas el cansancio. Un ruido. Me quedo quieta en la cama. Mi padre se levanta para irse a trabajar, lo que me revela la hora que es, las 6.20 de la mañana. Me quedan tres horas más antes de tener que levantarme. Ahora sí, ahora llega el agobio... Me quito la almohada de debajo de la cabeza y la coloco paralela a mí, en la cama. Apoyo la cabeza en ella y la abrazo. Quiero dormir y no puedo. Una lágrima esquiva resbala por mi mejilla, como cada noche, y entonces estiro la mano y sobre la cama, en la cabecera toco a Ratoncito, que siempre está ahí, durante mis noches de vigilia.

    Tocarle hace que me tranquilice. No sé, ese peluche puede hacer que se desvanezcan mis penas en un momento, sólo con tocarle en plena oscuridad, cuando ya no puedo más y me siento derrotada, es cuando al fin, el sueño decide acomodarse a mi lado en la cama. Morpheo ocupa el lugar que le corresponde hacía ya horas, para ocuparlo apenas un par de ellas y caigo rendida en sus brazos mientras abrazo la almohada con una mano y con la otra acaricio a Ratoncito...

    Ahora vamos camino de la una de la mañana y publico mi relato. No sé a qué hora podré conciliar el sueño, porque no sé qué planes tiene para mí esta noche el bueno de Morpheo, el guardián de los sueños. Aunque esta noche es diferente. Puedo oír el sonido de la ansiada lluvia repiquetear en el techo y ese sonido me relaja, me ayuda a llegar hasta el onírico abrazo al que me transportará Ratoncito en un par de horas, o al menos eso espero... Así son mis noches y las de algún Cuentacuentos más... Noches de insomnio, noches en las que la oscuridad y el silencio se vuelven más un enemigo a batir, que un aliado al que alabar... Deseo que tengáis todos sueños reparadores, y que al menos, para con vosotros Morpheo tenga unos planes mejores, que compartir la noche con esta loca insomne...

    ¡Que tengáis muy buena luna!


    *Frase de Beleita.

lunes, 12 de noviembre de 2007

CuentaCuentos nº 53 "La llamada"

La llamada

    “-¿Qué haces?
    -Ver porno. ¿Y tú?
    -Pensaba en ti.
    -Así que pensabas en mí, ¿eh? – dijo Carlos al tiempo que bajaba el volumen del televisor.
    -Sí, en qué estarías haciendo... – y Lidia añadió pícaramente. – Por mí no le bajes el sonido a la tele.
    -Es que aunque no lo creas me da vergüenza.
    -¿Entonces por qué me has dicho que estabas viendo porno?
    -¡Porque no me he dado cuenta niña!
    -¿Tan centrado estabas en lo que veías? O es que tenías algo importante “entre manos”.
    -Eh...Bueno, yo... Si no...
    -¡Tranquilo tonto! Si sabes que no me importa. Sólo que a lo mejor deseabas algo más que ver porno.
    -¡Ya sabes que sí! Pero cuando te ofrecieron ese trabajo ya sabíamos que nos tocaría estar separados un tiempo.
    -Lo sé. Y te echo mucho de menos...

    En el piso de Carlos sonó el timbre, y él se apresuró a apagar el televisor para que no pudiesen ver lo que él tenía puesto. Y al otro lado del teléfono Lidia seguía hablando.

    -¿Has quedado con alguien?
    -¡Que va! He llamado a Telepizza y debe de ser mi cena. Espera un segundo que voy a abrirle la puerta.
    -Tranquilo cielo, espero...

    Carlos abrió la puerta con el móvil en una mano y el dinero para la pizza en la otra.

    -¿Quieres la pizza o ves algo que te apetezca más?

    Y allí estaba Lidia, con la pizza en una mano y con la otra apoyándose en la pared. Tenía un abrigo largo puesto. Lo traía abierto y pudo ver lo que traía puesto... Medias de esas que terminan en el muslo. Un tanga negro de encaje y un corpiño a juego, también en encaje transparente, que terminaba en un sensual liguero. Sobre sus hombros caía su larga cabellera pelirroja. Y en su boca una sonrisa pícara acompañaba el paseo de su lengua sobre sus labios.

    -¡Joder nena!

    La cogió por la cintura y la metió dentro de casa y cerró la puerta tras ellos. Dejó la pizza sobre la mesa y comenzó a besar a  Lidia con pasión, con ardor. Carlos llevaba dos meses sin verla y no podía más. Deseaba tenerla una vez más, como tantas otras veces. Lo deseaba más que a nada... Ella comenzó a desnudarle, aunque no tenía mucho trabajo, porque él sólo llevaba puesto una camiseta y los calzoncillos, pero le miraba juguetona.

    Sonriendo y sembrando pequeños mordiscos por su cuerpo. Iba besando su torso centímetro a centímetro y Carlos dejaba escapar un suspiro cada vez que sentía los labios de Lidia sobre su piel. Se estaba dejando llevar por el calor que desprendía el cuerpo de ella, por la suavidad de su piel. Notó que ella se agachaba y se ponía de rodillas delante de él. Notó como sus calzoncillos comenzaron a bajar lentamente por sus piernas y supo lo que iba a ocurrir, así que bajó la mirada y levantó el rostro de ella por la barbilla.

    -Cielo, no hace falta que hagas esto, ¿lo sabes?
    -Claro que lo sé amor, pero llevo dos meses sin verte y ahora sólo pienso en tenerte, en que me hagas tuya, en hacerte disfrutar...

    Dijo esto último mientras le miraba a los ojos y al tiempo que comenzaba a jugar con la lengua sobre su recién llegada erección. Sabía que eso lo volvería loco y pudo notar como todo el cuerpo de Carlos se tensaba y se dejaba caer, apoyándose por completo en la pared del salón. Ella continuaba con su labor. Saboreándolo con la lengua y notando como crecía dentro de su boca. Y notó como una mano de él se posaba sobre su nuca, guiando los movimientos de ella. Haciéndolos más salvajes. Lidia sabía que Carlos estaba a mil y eso le encantaba...

    -Cariño para o voy a descargarme en tu boca.
    -¿Acaso sería la primera vez? – dijo Lidia entre risas.
    -Tienes ganas de fiesta, ¿eh? – dijo Carlos al tiempo que hacía que Lidia se levantase y la sentó sobre la mesa de la cocina.

    Se agachó frente a ella y comenzó besando sus pies y fue subiendo lentamente por sus piernas, por el interior de sus muslos hasta llegar a la gruta del placer. Donde se perdió largo rato, mientras Lidia se abandonaba al placer que todo aquello le proporcionaba. Después de un tiempo paró, la cogió de la mano y la llevó hasta la puerta del balcón. Descorrió las cortinas y la puso contra el cristal. Estaba frío, y esa sensación en sus pechos hizo que toda su piel se erizase. A ella la excitaba mucho la idea de estar desnuda, frente a la ventana, y que alguien pudiese verla, verlos, a través de la ventana. La hizo arquear la espalda, echando su cuerpo hacia atrás. Detrás de ella, él se la metió con suavidad. La agarró por la cintura y empezó a moverse con más brío. Los dos gemían al tiempo. Él se acercó a su oreja y le dijo bajito y con voz insinuante:

    -¿Te gusta pensar que puedan vernos, verdad? Lo noto en tu respiración...
    -Sí, me gusta la idea, casi me excita más que tú... – volvió a decir ella entre sonrisas.

    Después de decirle eso ella notó un cachete en el culo. Le había pegado un azote. Y soltó un pequeño gemido.

    -Sí, dame más. Más fuerte, no pares, me encanta...
    -Ay niña... ¡Cuánto me gustas!

    Le escuchó gemir y al rato otro cachete más, y otro, y otro… De allí a un rato paró, la cogió en brazos y la llevó hasta la cama, donde la tumbó. Se besaron durante un buen rato, mientras ambos hacían excursiones por el cuerpo del otro. Intentando causar nuevas sensaciones en su pareja. Luego ella se acostó sobre él y mientras se besaban dulcemente pudo notar como la llenaba por completo. Al estar sobre él, un poco levantada, sus pechos quedaban a la altura de su boca, y él no perdía tiempo sin besarlos y esparcir mil besos en su piel, hasta que la escuchó decir:

    -Eres mío campeón…
    -¿Ah sí? ¿Tú me estás dominando?

    Él empleó todas sus fuerzas en darse la vuelta y ponerse sobre ella. Fue un poco brusco, pero sabía que eso a ella le encantaba. La hizo suya con fuerza, con pasión, con deseo y le agarró los brazos sobre la cabeza. La tenía inmovilizada y estaban dando rienda suelta a deseos callados desde hacía ya meses...

    -¡Tú sí que eres mía, nena!

    Se acercó a besarla y ella le mordió el labio. Eso hizo que se excitase todavía más y finalmente le soltó las manos, y ella al sentirse liberada las llevó a su espalda, para abrazarle y sentirle más cerca. Se había vuelto todo muy salvaje. Le notaba entrar y salir de su cuerpo con fuerza, con brío y no pudo evitar arañarle la espalda. Le escuchó gemir en ese mismo instante y Lidia no pudo aguantar más. Se dejó llevar por el éxtasis al que había llegado.

    -¡Dios! Carlos, cariño... No puedo más...
    -Yo tampoco preciosa, yo también me corro...

    Y entre gemidos de placer Carlos y Lidia llegaron juntos a uno de los orgasmos más placenteros de sus vidas. Él la abrazó contra su pecho y la besó en la frente.

    -Te eché mucho de menos mi niña.
    -Y yo a ti campeón. Tenía muchas ganas de verte y estar contigo.

    Y volvieron a besarse durante largo rato, sabiendo que pronto Lidia tendría que volver a viajar para ir a su trabajo y que volverían a pasar meses hasta que volviesen a verse.

    -¿Y ahora que hacemos princesa?
    -¿Me enseñas esa peli porno que estabas viendo?
    -¡Joder cuanto me gustas!


    *Frase(s) de Jara.
    (¡Y todos con las manos a la vista por favor!)

martes, 6 de noviembre de 2007

CuentaCuentos nº 52 "Algo mágico"

Algo mágico

    “Una mancha de vino en el mantel. Un vino rosado que dejaba sobre aquel blanco mantel un cerco casi de color violeta... Quizá algo muy normal, pero a mí me hacía recordar aquella historia que mi bisabuela me contaba antes de dormir, cuando yo era pequeña.

    ‘La historia trataba sobre siete seres mágicos que un día decidieron reunirse para llenar un poco más sus mundos de alegría, ilusión y magia... Quedaron en lo que podría haber sido el claro de un bosque, en el centro, entre un sinfín de enormes árboles de acero, para que todos pudiesen verse y reconocerse, aunque bien era verdad que aquel enigmático grupo ya se había reunido alguna otra vez. Con la diferencia que ahora contaban con una pequeña Hada entre sus filas.

    Aquel claro del bosque quedaba lejos de la zona explorada por ella y por eso decidió hacer el camino con  Yas. Lo vio a lo lejos y según se acercaba a él, vio a un ser enorme, era un Ent... Debería medir más de 3 metros, y en cuanto lo vio la Hada lo reconoció al instante. Se saludaron y ella pudo ver el extraño vehículo en el que había llegado hasta su punto de encuentro. Era algo extraño con un par de artilugios redondos unidos por tubos y con una especie de triángulo mullido...

    Él decidió llevarla por los túneles que había bajo aquel “bosque”, unos túneles excavados para desplazarse de un lugar a otro sin ir por la superficie y con más rapidez, pero que no siempre cumplían su función... El vehículo que transportaba se quedó atravesado en una de las estrechas entradas del túnel, pero al fin pudieron continuar su camino hacia el lugar de reunión. Llegaron y se encaminaron hacia aquel claro, donde varias “cascadas naturales” les rodeaban y el sol calentaba su piel. Habían llegado pronto, así que decidieron ponerse a la sombra y según se dirigían hacia allí se encontraron con otro personaje del grupo. Popi, que era un Fauno, de esos que son tan enigmáticos. Saludó a Yas y después se presentaron él y la Hada.

    Allí continuaron hablando y contándose cosas para reencontrar aquella complicidad que muchas otras veces habían compartido con “Mensajes Sencillos Neuronales...”Y entonces lo vieron llegar. Hell, aquel majestuoso Hipogrifo había echo su aparición y tanto el Ent como el Fauno pudieron ver como aquella pequeña Hada fue hasta él para fundirse en un abrazo con tanta efusividad, que el Hipogrifo casi le prende fuego (jejejej…)

    Allí estaban más de la mitad reunidos. Esperando al resto del comité para poder comenzar a crear mundos maravillosos en los que no dejar de sonreír. A lo lejos vieron a una Duendecilla que miraba a su alrededor, desde el claro del bosque. La Hada la miraba sonriendo, ¿sería ella? ¿Sería Mun? La llamaron y se reunió con todos ellos. Sí que era parte de aquel extraño grupo. Y entonces gracias a la conexión que existía entre aquellos seres mágicos, supieron que dos de ellos llegarían tarde, así que decidieron adentrarse caminando en el bosque.

    Miles de animales y seres se cruzaban con ellos, pero casi ni se percataban de su presencia. Ellos parecían un grupo normal de amigos, aunque en realidad no lo eran para nada... Se pararon un momento porque sentían que se acercaba alguien que era parte de ellos, y del medio del bosque vieron surgir a Miss_Lawliet, una hermosa Ninfa de pelo rojo que les abrazó a todos y comulgó en la presentación con la pequeña Hada.

    Continuaron caminando por aquel bosque de enormes árboles, dirigiéndose a ningún lugar en concreto. Pararon a descansar cerca  de donde había un gran tronco cortado que les sirvió de mesa y donde un joven Minotauro les trajo algo para retomar fuerzas. Allí hablaron de todo. De otras culturas, de formas de torturas, de asesinos en serie... Miles eran los temas que abarcaban su sabiduría. Y sin darse cuenta del tiempo, la última del grupo se unió a ellos... Una hermosa Elfa de ojos claros, que la Hada dijo que quería tener lejos.

    Siguieron un rato más allí, para conocerse todos un poco más y la Hada sacó unos presentes que tenía para ellos... Al Ent le regaló un objeto para crear fuego, al Fauno una representación corpórea de la muerte. A la Duendecilla, la Ninfa y la Elfa, les obsequió con azabache, para ahuyentar a los malos espíritus. Y al Hipogrifo le regaló lo más preciado que poseía, sus recuerdos embasados para que nunca los perdiese...

    Después sus pasos los encaminaron hacia una cueva en la que aplacarían sus ansias de comer, todos juntos y donde comenzarían a cambiar el mundo con sus palabras y sus mágicos deseos... Guardaban en pequeñas cajas más recuerdos. Eran cajas especiales a través de las que mirar al resto de la comitiva y tras un pequeño fogonazo de luz, sus recuerdos se quedaban allí grabados, para que no muriesen en el olvido.

    Volvieron a pasear por aquel bosque encantado, lleno de árboles enormes y otras vidas que pasaban a su lado sin ver que ellos eran el futuro, sin comprender que en ellos residía la esperanza. Llegaron otra vez al claro del bosque, estaba anocheciendo y la Ninfa tenía que marcharse ya. No podía quedarse más o la oscuridad la envolvería y no podría regresar. Plasmaron sus huellas en un artilugio extraño que la pequeña Hada transportaba, y dejaron allí constancia de mil cosas, escondidas bajo palabras y dibujos.

    Se fue, la Ninfa los dejó y ellos decidieron que podían estar un rato más juntos, y caminando por el bosque llegaron a un lugar cerca de un gran arroyo del que les sirvieron de beber. Continuaron hablando durante un buen rato, pero poco a poco se hacía más y más tarde... El Hipogrifo tenía que marcharse también y la pequeña Hada echó a volar hasta sus brazos. No sabía cuando volvería a verle y quería recordar aquel momento durante mucho tiempo. Hundió la cabeza en su pecho y luchó porque las lágrimas no saliesen de sus ojos, y lo logró con todas excepto con una...

    Luego poco a poco se fueron despidiendo. La Elfa y la Duendecilla iban por caminos diferentes al suyo y se adentraron en dirección opuesta en toda aquella oscuridad en la que vivían. Y nuevamente se encaminó con el Ent y el Fauno hasta aquel claro del bosque. El primero en irse fue el Fauno, más abrazos y despedidas. Y un poco después el Ent también se fue...

    Ya se habían ido todos... El Hada estaba ahora sola y no pudo evitar sonreír al recordarles y al pensar en el grupo tan extraño que habían formado: un Ent, una Elfa, un Fauno, una Duendecilla, una Ninfa, un Hipogrifo y una Hada... Formaban un grupo muy extraño, pero al fin y al cabo eso era lo que les hacía especiales. La pequeña Hada no sabía cuando volvería a verles, pero sabía que siempre les llevaría a todos en su corazón...’

    Quizá os preguntéis porque una mancha de vino me recordó esta historia... Pues por esa mancha que dejó sobre el mantel, una mancha imborrable, igual que la huella que han dejado en mi corazón unos personajes increíbles de cuento de hadas. De mi cuento de Hadas...”


    *Frase de Carabiru.