lunes, 19 de abril de 2010

CuentaCuentos nº 82 "La investigación"

Antes recomiendo leerse La abogada, para tener una visión completa.

La investigación

    “-La chica del paraguas rojo. Así es como la conocían por el bufete de abogados. La verdad es que por aquí lo que más abundan son hombres y mujeres vestidos con tristes colores oscuros, y los días de lluvia se la podía distinguir a lo lejos por su paraguas.
    -¿Sabe de alguien que quisiera hacerle daño? ¿O de alguien que le tuviese rencor por algo?
    -¿A la señorita Robledo? Pues creo que no. Nunca he oído nada sobre clientes descontentos o sobre oponentes enfadados ni nada parecido. Era una mujer entregada a su trabajo y que siempre lo hacía todo con la ley de su lado.

    Habían pasado dos días desde que habían encontrado el cuerpo de Anastasia Robledo en su despacho. Seguían con la investigación, no tenían nada de lo que ir tirando. Faltaba el informe de la autopsia que les diría cual había sido la causa de la muerte y la que les aclararía si tenían entre manos una muerte natural o un asesinato. El teniente D’Angelo estaba seguro de que había algo raro en todo aquello y estaba decidido a llegar al fondo del asunto. El despacho había sido examinado a conciencia por varios agentes y por él mismo. No había signos de violencia, ni nada desordenado ni fuera de su sitio, y según habían declarado sus compañeros y su secretaria parecía no faltar nada. Se estaba encontrando con un callejón sin salida, sin saber qué hacer y eso no le gustaba. Él siempre había sido ese tipo de hombre que domina las situaciones en todo momento, pero esta vez, notaba que había algo diferente. Quizá ese interés por ella, por sus ojos... Acababa de entrar en la comisaría cuando le dijeron que sobre su mesa le esperaba el informe de la autopsia. No se lo pensó dos veces y fue directamente a buscarlo, quería ver si allí tenía algún camino nuevo que explorar.

    ‘Anastasia Robledo, 28 años.
    ...... Su cuerpo no presenta ningún tipo de signos de violencia física. No hay pruebas residuales importantes sobre el cuerpo, ni debajo de las uñas. Sin embargo, un examen exhaustivo de los órganos internos revelan la causa de la muerte, que fue producida por un potente veneno a base de arsénico. De hecho, en la laringe se hallaron restos de polvo de arsénico. El contenido del estómago era parte del desayuno, todavía sin hacer la digestión, por lo que podría haber ingerido el arsénico mezclado con éste……..
    Hora de la muerte, entre las 9.00 y las 10.00 horas del día 13 de abril.’

    Tuvo que releerlo un par de veces más para estar seguro de que había entendido y procesado toda la información posible. Había algo en su cabeza, dando vueltas, pero no era capaz de ponerlo todo en orden. Se recostó en su sillón, cerró los ojos y visualizó una vez más la escena del despacho. Todo ordenado, Anastasia muerta en el suelo, la hora de la muerte, el desayuno... ¡Eso era! Rebuscó entre los papeles del expediente, en busca de las fotos que habían hecho. Allí estaba la bandeja con el desayuno. Un zumo natural, un par de tostadas, mantequilla, mermelada y una infusión. Volvió a buscar entre los papeles, por allí tenía que haber algo más. Encontró otra foto del paquete de las infusiones con una nota que había sobre el escritorio.

    ‘Gracias por los servicios prestados, esperamos que el guste’

    Tuvo una corazonada, fue a la sala de pruebas y pidió que le entregasen uno de los sobres de infusión y lo llevó al laboratorio para que lo analizasen. Les pidió máxima prioridad a aquel análisis y se quedó allí esperando hasta que le dieron los resultados. Después hizo analizar las bolsitas restantes una por una, y volvió a quedarse esperando. Necesitaba los resultados, no podría irse a dormir sin saberlos. Todos los sobres dieron positivo a restos de polvo de arsénico. Ya estaba la pieza que faltaba y por la que comenzar a investigar. Ahora tenían entre manos la investigación de un asesinato y le había prometido que sabría lo que le había pasado. Y ahora se prometía a sí mismo que haría pagar a quien le hubiera hecho aquello...”



    *Frase de Sara.
Continuará...

martes, 13 de abril de 2010

CuentaCuentos nº 81 "En el aeropuerto"

En el aeropuerto

    “Perdí el vuelo y tuve que pasar la noche en el aeropuerto. Así que cogí las pocas cosas que no había facturado y me puse a buscar un buen lugar en el que pasar la noche y esperar a que me encontrasen un hueco en alguno de los siguientes vuelos. Como pude me acomodé sobre esos incomodísimos asientos que hay en las terminales. Me puse a leer uno de los periódicos que me había comprado para pasar el rato, pero pronto comenzó a darme el sueño. Me tapé con la cazadora y me relajé. Cerré los ojos para intentar dormir, pero no era nada fácil. A cada momento los molestos ruidos del aeropuerto me estaban molestando. Gente que iba de aquí para allá. Ruido de aviones aterrizando y ruido de aviones despegando. Esa molesta voz de megafonía anunciando retrasos, salidas y llegadas. No había forma de estar un rato tranquilo y en paz. Y de repente todo fue silencio...

    Pensé que me había quedado dormido por fin y que estaba en esa fase del sueño en la que todavía somos un poco conscientes pero sin ser capaces de reaccionar. Me quise dejar ir, abandonarme al sopor, pero no sé, había algo raro. Notaba algo extraño, no sabría explicar el qué. Luego me di cuenta de que me pitaban los oídos. Abrí los ojos y sólo vi oscuridad. Me levanté casi de un respingo y miré alrededor. Pensé que quizá fuese un fallo del sistema eléctrico del aeropuerto, que tardarían poco en conectar los generadores y que aquello volvería a ser el mismo lugar ruidoso de antes, pero algo había cambiado allí. No había nadie a la vista. Un segundo antes en aquel mismo lugar no dejaba de pasar gente de un lado para otro con sus maletas, sus llamadas telefónicas, sus conversaciones y sus pequeños equipajes a vueltas y ahora nadie.

    Miré en todas las direcciones, y nada, ni una sola alma a la vista. ¿Qué habría pasado? ¿A dónde se había ido toda la gente? Tenía que haber alguna explicación normal. ¿Acaso habían avisado de un ataque terrorista y no lo había escuchado por haberme quedado dormido? Bueno, no podría ser eso, alguien me hubiera despertado para evacuar, ¿no? La verdad que ya no sabía qué pensar, lo que sí estaba claro es que algo debía haber pasado, porque aquello no era normal. Comencé a caminar y a dar vueltas por aquel aeropuerto tan vacío. Es curioso cómo cambian las cosas según con la luz con la que las mires. Cuando está totalmente iluminado, un aeropuerto no deja de ser más que una construcción llena de gente que siempre tiene prisa para ir a algún lugar en concreto, pero en aquel momento, completamente a oscuras, totalmente en silencio, era siniestro.

    Estaba comenzando a ponerme nervioso. No me gustaba estar en aquel lugar. Aquello debería estar lleno de gente y sin embargo nadie a parte de mí parecía quedar en el aeropuerto. El corazón me comenzó a palpitar más deprisa. De verdad me estaba poniendo realmente nervioso y no sabía que podía hacer. Necesitaba calmarme y poner las cosas un poco en claro para poder tomar una decisión lógica y coherente. Busqué un cuarto de baño en el que poder refrescarme. Cuando el agua fría tocó mi cara empecé a relajarme un poco y de repente escuché un ruido. Instintivamente corrí a esconderme en uno de los servicios, no sé por qué, fue algo irracional. Sentí un miedo indescriptible y no pude hacer nada más que esconderme en aquel lugar, cerrar la puerta, subirme sobre la taza del baño y quedarme totalmente quieto. Escuché unos pasos que entraron al cuarto de baño y pude ver una sombra por debajo de la puerta, casi contuve la respiración en aquel momento. Le notaba moverse, podía oír el sonido de su cuerpo rozándose con su ropa. No conseguía entenderme, si unos minutos antes estaba buscando gente para entender lo que pasaba, ¿ por qué ahora me estaba escondiendo de la única persona que me había encontrado en los últimos 20 minutos? No sabía la respuesta, lo único que tenía claro es que no quería que me encontrase.

    Los pasos comenzaron de nuevo y pude ver como la sombra se alejaba. Me quedé unos cuantos minutos más en aquella posición sobre la taza del baño, hasta estar seguro de que quien fuese ya se había alejado y no iba a volver. ¿Quién sería? ¿Me estaría buscando a mí? ¿Qué hacía en el aeropuerto a oscuras? ¿Quizá se había despertado ya solo igual que yo? Demasiadas preguntas otra vez y ninguna respuesta. Salí del cubículo en total silencio. Cada vez parecía estar más oscuro, debía estar anocheciendo. Me descalcé y dejé los zapatos por allí tirados, no quería ir haciendo ruido, porque en aquel lugar tan desierto, el mínimo ruido delataría mi posición. Me asomé al gran aeropuerto vacío, en silencio, esperando que mis ojos se acostumbrasen a la falta de luz y cuando lo hicieron salí de allí con total sigilo. Quería volver a buscar mis cosas, allí tenía la chaqueta y en el bolsillo mi teléfono. ¿Por qué no se me habría ocurrido antes llamar a alguien para preguntar si sabían lo que pasaba? Corrí agazapado entre las filas de asientos, parándome de vez en cuando a ver si oía algún sonido, pero siempre era el silencio lo que me rodeaba. Creo que tardé algo más de 10 minutos en recorrer los escasos 300 metros que separaban el servicio con el lugar donde estaban mis cosas, pero al llegar allí no había nada. Ya está, pensé, seguro que me confundí de lugar. Miré alrededor y para mi sorpresa comprobé que no, que era el lugar exacto donde habían estado mis cosas, de hecho, mis periódicos seguían allí, pero del resto de mis cosas ni rastro.

    Un ruido repentino llamó mi atención. Pasos otra vez. Rápidos y se estaban acercando. Levanté la cabeza y vi a una persona que venía a toda velocidad hacia donde yo estaba. Otra vez fui presa del pánico, me levanté de repente y salí corriendo de allí. No quería saber quién era ni qué quería de mí, en ese instante era el pánico el que dominaba todo mi cuerpo. Podía oír los pasos de la otra persona persiguiéndome, aunque todavía estaban lejos. Yo no hacía ruido al correr, pero con los calcetines sobre aquel suelo tan pulcramente encerado, resbalaba demasiado como para tener total control sobre hacia donde me dirigía. En una esquina pude frenar a tiempo y esconderme detrás del mostrador de una de las tiendas. Me agazapé como pude, intenté contener mi agitada respiración y esperé...

    No tardó mucho en aparecer la persona que me perseguía. No se dio cuenta de mi cambio de dirección y continuó corriendo de frente. Vi un brillo en una de sus manos. Me fijé mejor y volví a verlo. Intentaba enfocar aquel objeto para ver si podía adivinar qué era. Me apoyé en el mostrador, para evitar los temblores por los nervios y para mi desgracia el mostrador cedió bajo mi peso y se movió chirriando contra el suelo. Me escuchó, aquella sombra se giró hacia donde yo estaba. Otro reflejo. Ahora lo había visto bien. Un cuchillo, llevaba un cuchillo en la mano derecha. Salí corriendo una vez más, pero ahora ya no era por un miedo irracional, ahora era por mi vida. No sabía a dónde ir, no sabía hacia dónde escapar. Cada vez oía los pasos más cerca. Notaba a mi perseguidor cada vez más cerca. Me estaba dando alcance y no sabía qué hacer. Ya casi podía sentir su aliento erizando los pelos de mi nuca y de repente noté una mano que me agarraba por el hombro.

    -Perdone, señor, se ha quedado dormido en los asientos, le estamos esperando para embarcar, su avión sale en 15 minutos.

    Desperté sobresaltado y tardé unos segundos en ser consciente de dónde estaba. Vale, me había quedado dormido y había tenido la peor pesadilla del mundo. Desde que era pequeño no recordaba haber pasado por nada igual, me prometí que sería la última vez que me tomaría algo picante antes de dormir, me sentaba fatal. Cogí mi chaqueta, mis periódicos y mis cosas y subí al avión. Fue fácil encontrar mi sitio, cogí uno de los periódicos y me puse a leer las noticias entre que el avión despegaba y las azafatas no servían los tentempiés. Ya estaba más tranquilo, sólo había sido un sueño y aún así no podía quitarme aquella horrible sensación del cuerpo. Me levanté para ir al cuarto de baño del avión, siempre me habían hecho gracia aquellos servicios tan reducidos. Me mojé la cara y la nuca, el agua fresca fue como un calmante, ahora sí que esta mejor. Me senté un momento en la taza, cerré los ojos y me pasé las manos por la cara, para despejarme del todo. Después miré al suelo. ¿Qué pasaba? ¿Dónde estaban mis zapatos? ¿Acaso no los llevaba ya cuando subí al avión? Un golpe en la puerta me sobresaltó y vi aparecer el brillante filo de un cuchillo atravesándola...”


    *Frase de Scry.

domingo, 28 de marzo de 2010

CuentaCuentos nº 80 "La abogada"

La abogada


    “Rebuscando entre los papeles encontraron una llave de lo más extraño. De momento nadie la había reconocido ni sabían de dónde podía haber salido. Quizá tenía que ver con el robo, quizá al intruso se le había caído entre que rebuscaba en todos los cajones, historiales y papales del despacho. Quizá era una pieza clave para llegar a resolver aquel caso. O al menos eso esperaba el Teniente D’Angelo. Estaba al mando de la investigación y haría todo lo que estuviese en su mano para concluirla con éxito. Caminaba sobre la mullida moqueta color beige hasta la puerta que se encontraba al fondo de aquel pasillo, donde estaba el despacho de Anastasia Robledo. Había oído hablar mucho de ella. Una joven abogada que había sacado adelante ella sola el bufete de abogados de su padre, tras la trágica y repentina muerte de este en un accidente de coche hacía siete años.

    La verdad es que todo lo que sabía de ella era lo que había escuchado por la televisión acerca de los innumerables juicios en los que formaba parte y de los que casi siempre salía airosa. Sabía que siempre estaba del bando de los buenos. De parte de la justicia y la ley, aunque a veces la ley y la justicia no la acompañasen ni a ella ni a sus clientes, porque alguna que otra vez las cosas no salían como cabía de esperar. Aún así había llegado hasta lo más alto, y aún siendo tan precipitada su toma de posesión en aquel bufete, había conseguido mantenerlo en lo más alto, aún cuando la mayoría de los socios habían abandonado la sociedad tras la muerte de su padre. Se paró unos instantes ante el letrero dorado de la puerta que rezaba en letras negras: “Despacho de la Srta. Anastasia Robledo” y allí se quedó un rato hasta que una voz lo sacó de sus pensamientos:

    -Prepárate para ver a la mujer más impresionante que hayas tenido delante en toda tu vida. Tardarás mucho tiempo en poder olvidarla...
    -¿Tan hermosa es?
-Entra y júzgalo tú mismo... Ya me lo dirás cuando salgamos de aquí.

    Y entró en el despecho sin estar verdaderamente preparado para encontrarse con la que realmente era la mujer más hermosa que sus ojos habían contemplado hasta ese momento... Allí estaba ella, frente a él, sin decir nada. Él la observaba perdido en su hermosura. Rodeados de un montón de gente y ajetreo, pero sintiendo que estaban los dos solos, sintiendo que nadie podría molestarlos. No podía apartar los ojos de los de ella. De un azul intenso. Un azul que parecía querer decirle mil cosas, contarle mil historias, contarle todo lo que le había pasado. Y se sentía atrapado por su mirada, pero consiguió desviar la vista hasta sus pies. Calzaba unos elegantes zapatos de tacón de aguja, negros, de piel vuelta. No tenía precisamente los pies pequeños, pero aquellos zapatos los estilizaban hasta el punto de conseguir el efecto óptico contrario. Subió lentamente la mirada por sus piernas. Unas gráciles piernas de bailarina, estaba seguro. Largas, firmes, marcadas... Unas piernas que podrían volver loco a cualquiera, y que ahora lo estaban envolviendo a él con su sensualidad. Sintió que se ruborizaba cuando sus ojos llegaron a sus muslos. No podía verlos, porque aquella falda de tubo se lo impedía. Pero gracias a dios, Armani había diseñado muy bien sus trajes, y en vez de esconder sus formas femeninas, aquella falda remarcaba sus caderas. Unas caderas voluptuosas que de seguro podrían enloquecer a cualquier hombre con el vaivén de su caminar. Y esa cadera que terminaba en una cinturita de avispa, que casi parecía poder abarcarse por completo con ambas manos. La blusa impecablemente colocada por dentro de la falda y perfectamente planchada le daba ese aire de ejecutiva competente que intimidaba a cualquier hombre que osase reponerse contra ella. Un cuello perfectamente colocado y los tres primeros botones que estaban sensual y estratégicamente desabrochados para dejar ver lo justo y necesario. El comienzo y voluptuosidad de dos pechos firmes, sugerentes y sobre todo muy deseables, que no pasarían inadvertidos para cualquier hombre en su sano juicio...

    Se sintió observado y notó como el calor y el color volvía a teñir sus mejillas, así que desplazó un poco más la vista avanzando por su grácil cuello hasta llegar a su angelical rostro. Sus ojos, tan le hacían sentirse como si toda la grandeza del mar le estuviera rodeando. De un azul tan intenso que parecían abarcarlo todo con una sola mirada. Parte de su cabello, largo, sedoso, negro, como la más hermosa noche sin luna, cubría parte de su rostro, pero eso la hacía parecer aún más misteriosa y hacía que se encendiese dentro de él la llama de la pasión y el deseo. La deseaba, sí... ¿Cómo no iba a desearla si era la viva imagen de un ángel? Y sus labios rojo carmesí parecían estar clamando a gritos un beso. Y entonces se fijó en el hilillo de color rubí que salía de la comisura de sus labios, avanzando silencioso por su mejilla hasta convertirse en gota y dejarse caer sobre la mullida moqueta, donde gotas anteriores ya formaban un charco alrededor de su cabeza.

    -¿Y esa sangre que sale de sus labios? – preguntó sin poder apartar la vista de ella.
    -Esa sangre es la única evidencia que tenemos señor. Como puede comprobar no tiene heridas defensivas ni indicios de violencia.
    -Pero algo tiene que haber. Algo se nos debe estar escapando...
    -No lo sé señor. Yo no veo nada fuera de lo normal.
    -Pues por eso nos han llamado, para que lo descubramos. Así que empecemos...

    Su compañero se puso manos a la obra, pero él no podía apartar la vista de ella. De aquellos ojos tan extrañamente vivos, tan misteriosamente comunicativos en aquella oscura situación. Unos ojos que parecían querer decirle algo. Que parecían querer contarle lo que le había sucedido. Se acercó al cadáver lentamente, mientras se ponía aquellos dichosos guantes de látex. Se arrodilló al lado de ella y no pudo reprimir el deseo de tocarla, de sentirla, así que suavemente apartó su pelo de delante de su rostro, para poder verla bien, y tampoco pudo reprimir el deseo de acariciar su mejilla:

    -Tranquila preciosa. Descubriré el secreto que guardan tus ojos."




    *Frase de Sechat.
Continuará...