lunes, 31 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 73 "Circunstancias"

Circunstancias

    “Supo que había sentido miedo cuando miró hacia atrás sin que ninguna causa lo justificara. La calle estaba silenciosa. Ni un alma le hacía compañía en aquel trayecto que separaba su trabajo de su casa. Desde que había recibido la llamada de su mujer no tenía en mente nada más que llegar a casa. Que ella le contase todo otra vez, porque todavía tenía mil ideas bailando por su cabeza y los llantos de ella clavados en sus oídos. No había llegado a entender bien lo que quería decirle, porque no había más que llorar y llorar, pero sentía dentro de él que algo terrible se cernía sobre su familia.

    Cruzó el parque por donde muchas otras noches lo hacía acompañado de Búster, su pastor alemán, pero en aquel momento le pareció mucho más tétrico que de costumbre. No había una sola persona por allí aquella noche y eso hacía que toda su piel se erizase. Ni siquiera los grillos le acompañaban en su rápido caminar en dirección a su casa. Fue entonces cuando se giró. Ningún ruido, ninguna pisada, nadie, nada... Y aún así un escalofrío se había manifestado en su columna vertebral llegando casi a paralizarle.

    Miedo. Había sentido miedo y sin ningún motivo aparente, y eso era quizá otro síntoma del temor que tenía de llegar a casa. De enfrentarse a su mujer y lo que aquellas lágrimas podían esconder. Volvió a mirar hacia atrás. Sabía que no vería nada, pero quería estar seguro, cerciorarse. Estaba cerca de su casa, tanto que casi podía ver la salida del parque. Giró en el último recodo de su camino, y sus pies se detuvieron incapaces de dar un solo paso más, hincándose en el suelo como las raíces más fuertes y profundas que pudiese imaginar.

    A lo lejos, cerca de la entrada del parque podía ver a un hombre apoyado en un coche que estaba aparcado en el arcén. Tenía las luces apagadas y desde la distancia casi podría asegurar que estaba parado justo enfrente del portal de su casa. Con pasmosa dificultad consiguió dar un paso más, pero se detuvo nuevamente cuando creyó vislumbrar entre la brumosa oscuridad que aquel hombre había girado la cabeza en su dirección. Estaba seguro de que no podía haberlo visto por la distancia y porque se encontraba en una zona del parque en la que los chavales disfrutaban apedreando farolas.

    Estaba al amparo de la oscuridad y aún así se había sentido observado por aquel desconocido que esperaba en la lontananza. ¿Qué haría allí? ¿Quizá la llamada de su esposa tenía que ver con él? ¿Y por qué? Eran suposiciones absurdas y quería borrarlas de su mente, pero no lo conseguía. Volvían una y otra vez martilleando su cabeza con mil pensamientos que casi conseguían volverle loco. En la distancia notó un movimiento sospechoso en aquel hombre, que volvió a girar su cabeza y su mirada hacia el parque, e instintivamente se escondió entre unos arbustos cercanos.

    Estaba claro que buscaba o esperaba algo o a alguien que llegaría por el parque, por el mismo sitio por el que él iba camino de su casa. No era motivo para estar así, pero no podía evitarlo. Su cuerpo reaccionaba involuntariamente poniéndose en tensión y en guardia. Dio un par de pasos amparado por la oscuridad que le ofrecían todas aquellas farolas rotas. Se movía con la agilidad de un gato que acecha a su presa, acompasando su respiración a cada paso que daba, pudiendo saborear casi el olor de su víctima. Ahora ya podía verle perfectamente. Era un hombre que debería tener más o menos su edad. Estaba apoyando en el coche, con las manos en los bolsillos y parecía sereno, como si no esperase que ocurriera nada en concreto.

    Lo miraba con detenimiento, escudriñando cada detalle de su ropa, de su cara, de sus gestos, de su actitud... Parecía no esperar nada concreto, pero estaba claro que algo hacía allí, y no saber el que le tenía de los nervios. El desconocido volvió a dirigir la vista hacia el parque, pero tuvo tiempo de esconderse tras un seto. Su mano se topó con una rama rota que estaba en el suelo y casi instintivamente la cogió con fuerza. Se incorporó y se asomó un poco. Seguía allí... El silencio parecía acrecentarse a su alrededor y ya se hacía insoportable en sus oídos. La falta de ruido se había colado hasta el fondo dentro de su ser y le ensordecía el zumbido que los rodeaba a ambos. Al desconocido y a él mismo...

    Dio un paso más, sin querer pisó unos cristales rotos de la última farola del parque, y quedaba ya expuesto ante los ojos del extraño, que se había girado por completo hacia él, y entonces todo se precipitó. Pudo ver como el hombre metía su mano en el interior de la chaqueta, y reaccionó en una fracción de segundo. Se lanzó sobre él con un grito, cargando entre sus manos la rama, y antes de darse cuenta le había golpeado en la cabeza con todas sus fuerzas. Se separó jadeando y observó la escena como si de un cuadro se tratase. El cuerpo de aquel hombre, tendido en el suelo, dando los últimos coletazos de vida. Viendo como la sangre manaba de aquella herida abierta...

    Entonces se fijó en la mano que el desconocido había metido dentro de su chaqueta y vio que tenía algo en ella. Se agachó para cogerlo y rápidamente se incorporó temiendo que aún le quedase suficiente vida para tratar de herirle. Entonces sintió flojera en todo el cuerpo. Su mano se destensó y la rama cayó hasta el suelo estrepitosamente. Miles de lágrimas comenzaron a escurrirse por sus mejillas, pero no consiguió emitir ni un solo sonido. Sus rodillas flaquearon un solo instante, pero lo suficiente para hacerle caer al suelo, y ante sus ojos vidriosos cayó la foto que llevaba el desconocido. Una foto de su hijo amordazado y encerrado en una pequeña jaula...”


    *Frase de  Amanda Pinkleton.

miércoles, 26 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 72 "Una última lágima"

Una última lágrima

    “Llegó la oscuridad, y con ella una lágrima resbalando por su mejilla. Se sentía sola, y aunque el sentimiento no era nada nuevo, esta vez parecía completamente diferente. Quizá porque su corazón había dejado de sufrir por fin. Quizá porque había conseguido volver a sonreír. Quizá porque había dejado de ver el cielo gris para verlo azul. Y al final todo se había venido abajo de nuevo. Sin avisar, de repente.

    Necesitaba tranquilidad, felicidad y creyendo que podría haberla encontrado bajó la guardia. Se permitió ser débil una vez más. Se dejó acariciar de nuevo por palabras sin darse cuenta de que las palabras se desvanecen en el aire. Y a fin de cuentas es lo que sucedió, y sabía casi con toda seguridad que aquello ya no tendría remedio. Porque es orgullosa, porque no deja que nadie le pase por encima, y cuando eso pasa, es difícil que olvide, que deje pasar, que perdone... Se siente traicionada por todo lo que compartió con él, porque no entiende a que pudieron venir esas palabras y esa “agresividad”  que le mostró, y porque estaba tan a la defensiva.

    ¿Acaso ella había hecho algo? No lograba comprenderlo, la verdad. Si había algo dentro de él, ¿porque estuvo así? ¿Porque quizá no había nada? ¿Porque se había asustado? Mil preguntas y no tenía respuestas para ninguna, sólo él podía dárselas, pero a lo mejor ella ya no quiere escucharlas. Puede que ya esté harta de todo esto, de escuchar excusas y mil palabras bonitas que al final siempre quedan en nada... Y al final terminará cayendo de nuevo donde creía que no volvería a caer, porque lo necesita, lo necesita con urgencia... Un abrazo. Uno que no llega y con el que no le queda más remedio que soñar...

    Y después de todo esto suena el teléfono, otra vez él. Otra vez para confundirla todavía más de lo que ya lo estaba y se queda mirándolo sin saber qué hacer, si contestar o no, si colgar o dejarlo así hasta que pare de sonar... Otra vez un dilema que no puede resolver sola. Porque pese a que es inteligente y siempre consigue salir adelante, ahora se siente como una niña pequeña ante la incertidumbre de si dentro de su armario lo que hay es el monstruo que ha creído ver. O si por el contrario, debajo de ese aspecto horrible que ha dejado a la vista, hay algo más hermoso.

    Es algo que debería descubrir y que no se atreve. No da ningún paso. No avanza, ni hacia el armario ni hacia el teléfono, que sigue sonando, inundando el aire a su alrededor con su lacónico y agonizante sonido, que se mete en sus oídos y su cabeza como el peor y más horribles de los lamentos. Ahora volvía a sentirse indefensa una vez más. Sin saber que decir o como actuar. Sabía que tenía que hacer algo, que no podía dejarse morir una vez más, y se puso a escribir...

    Una vez más comienza a sonar el teléfono y deja las letras a un lado para cogerlo entre sus manos y descolgar sin tener muy claro que va a suceder. Y entonces otra vez sonrisas. No sabe muy bien como lo consigue, pero ha vuelto a hacerla sonreír y otra vez es feliz... ¿Y por qué no darse una oportunidad? Pues sí, se la va a dar, porque ambos se lo merecen.

    Una sonrisa, un te quiero y un futuro por delante...”


    *Frase de Gema.

sábado, 22 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 71 "Filosofías"

Filosofías

    “-Me dijiste: ‘Los árboles son vividores pretéritos en otoño que en primavera camuflan su pasado con hojas verdes y, si son presumidos, con flores de cualquier color’. ¿Es lo que me dijiste sí o no?
    -Bueno sí, es lo que te dije... – contestó Max.
    -Pues ahora me lo vas a tener que explicar – dijo Newton.
    -Con el nombre que tienes, podrías ser algo más inteligente.
    -Vamos a ver, ¿y qué tiene que ver el nombre ahora? ¿Acaso por
 llamarme Newton simplemente debería ser más inteligente? Lo dudo...
    -Yo también dudo que puedas ser más inteligente.
    -¿Qué estás insinuando?
    -¿Yo? Nada.
    -¡Anda que no Max!
    -Vamos a ver Newton, sólo era una pequeña broma, nada más... Soy consciente de que un simple nombre no puede cambiar ni la apariencia física de alguien, ni su inteligencia, ni su formación molecular básica. Eso lo sabe todo el mundo.
    -¿Ves? Ya empiezas otra vez igual. Cuando te pones así no te entiendo y muchas veces me cuesta seguir nuestras conversaciones y ya sabes que no tengo nada mejor que hacer que estar aquí charlando contigo...
    -Tú también sabes que yo no tengo nada mejor que hacer.
    -Pues entonces no me pongas las cosas tan difíciles. No creo que sea tan complicado decir las cosas para que hasta un cabeza de nuez como yo las entienda.
    -A ver Newton, ¿qué es lo que quieres que te explique?
    -¡Todo en general! Jajajaja...
    -Vamos, no seas payaso.
    -No, ahora en serio, lo de los árboles, explícame lo de los árboles pretéritos esos... ¿Es una nueva clase?
    -Bien, veamos... Cuando te digo que los árboles pretéritos me refiero a que en otoño están ahí, y aunque sus hojas se desprendan de sus ramas, ellos seguirán estando ahí, porque ese es su cometido, su finalidad.
    -Sí, eso creo que lo había pillado, pero ¿y lo de la primavera?
    -Pues que cuando llega el buen tiempo vuelven a tener flores y hojas verdes, y ya no parecen los mismos árboles viejos del invierno...
    -¡Ah! Por eso dices que camuflan su pasado... Porque esconden bajo tanto colorido que son árboles que llevan décadas en el bosque y con sus colores y nuevo follaje se difuminan entre los árboles más jóvenes, ¿no?
    -¿Ves como no era tan difícil Newton? Y tampoco es necesario que te caiga una manzana en la cabeza para tener una gran idea.
    -¿Qué no es necesario que me caiga una manzana en la cabeza? No lo pillo...
    -Buah, déjalo.
    -¿Cómo que déjalo? Para ti es muy fácil decirlo, porque sabes de lo que hablas. A veces no te das cuenta de lo despistado que me dejas Max.
    -Mira, estate tranquilo, no era nada que tuvieses que pillar, sólo era una simple frase. Deja de comerte la cabeza por todo y trata de disfrutar del momento.
    -Ya, pero para la semana que viene me vendrás con una nueva frasecita de esas, que no sé de donde las sacas, y volverás a dejarme sin saber que decir...
    -Newton, relájate. Mira, aquí tienes una rama de árbol. Disfrútala y no pienses en esto más... Sé feliz.
    -¿Sabes qué Max?
    -Dime...
    -Yo soy feliz siendo ardilla...”


    *Frase de Popi.

miércoles, 12 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 70 "Momentos"

Momentos

    “-Soy el mendigo que sólo acepta sueños.
    -Pero ¿de verdad que no quiere un par de monedas para tomarse un café?
    -No chiquilla, gracias. Si los del bar de enfrente siempre me traen un cola.cao caliente a media tarde.
    -¿Y sólo toma eso en todo el día?
    -No, claro que no. En el centro social me dan un desayuno, comida, cena y un lugar cómodo y calentito en el que dormir. Por eso no pido limosna, porque ya estoy muy agradecido por todo lo que recibo...
    -¿Y cómo es eso de que sólo acepta sueños?
    -Pues verás. Me siento cada día en un lugar diferente. Y cuando alguien me quiere dar unas monedas le ofrezco un pedacito de papel y un bolígrafo y les digo que únicamente me escriban algo que deseen mucho, algo que anhelen conseguir.
    -Un sueño...
    -Exacto, y al terminar el día, cuando ya me voy a dormir abro los papelitos y los leo, y veo todas aquellas cosas que quieren conseguir.
    -¿Y qué tal?
    -Algunas veces me encuentro con algunos que no me gustan, pero siempre, siempre hay alguno que me hace sonreír y consigue que duerma plácidamente.
    -¿De verdad? ¿Sólo con conocer los sueños de los demás?
    -Pues sí querida. Mira, si hoy te quedas charlando conmigo hasta que me vaya te dejaré ver el que más me emocione hoy.
    -Está bien. Porque me ha entrado la curiosidad.
    -Pues saciarla sólo es cosa de tiempo, querida.

    Lidia pasó el resto de la tarde con aquel vagabundo tan peculiar, que en el fondo no parecía un sin techo como los demás. Tenía algo especial que hacía que se sintiese bien allí con él. Se había parado con él cuando iba a echarle un par de monedas y vio todos aquellos papelitos, y movida por la curiosidad tuvo que preguntarle que eran, y él muy amablemente le contó su historia.

    Tenía una barba muy bien cuidada, quizá demasiado para ser un mendigo corriente, y era extremadamente educado, no como los otros, que te insultaban si no les echabas dinero, y quizá fue eso mismo lo que la hizo confiar en él. Hablaron durante horas de mil cosas y se sorprendió al ver que había pasado tan rápido el tiempo sin darse apenas cuenta. Menos mal que nadie la esperaba, o empezarían a echarla en falta.

    -Bueno, ya es hora. Voy a leerlos y te mostraré el más hermoso de hoy.
    -Vale, sin prisas. Me lo he pasado muy bien charlando contigo hoy...

    Se apartó un poco, para que no sintiese que estaba invadiendo su intimidad o algo así y se quedó mirando como cambiaba su rostro con cada nueva nota que leía. Aún no había llegado a la mitad cuando el rostro de... Vaya, no sabía cómo se llamaba... Bueno, pues en la cara del mendigo se dibujó una amplia y cálida sonrisa.

    -Bueno, creo que la he encontrado...
    -¿Ya? Pero si todavía no las ha leído todas.
    -Lo sé, pero son muchos años así y uno aprende a ver cuando encuentra aquel deseo que ningún otro podrá superar.
    -¿De veras? ¿Cree que ningún otro lo podrá superar?
    -Toma, júzgalo tú misma.

    Le tendió el papel con una sonrisa. Lidia lo cogió entre sus manos, nerviosa pensando que iba a profanar el deseo de alguien. Pero bueno, si lo había compartido con el mendigo no pasaría nada si ella también lo leía., ¿no? Abrió el papel lentamente y se encontró una letra infantil. Muy grande y desordenada y sólo el hecho de verla, ya la hizo sonreír. Tomó aire y leyó en voz alta.

    -Me llamo Marcos y tengo 8 años. A mí me gustaría que mi perrito soñase con una montaña entera de huesos para él solito. Sí, eso deseo.

    Lidia no pudo contener la sonrisa y supo que aquel deseo no podía ser superado, simplemente por la propia pureza del niño al escribirlo, y le devolvió el papel asintiendo.

    -Sí, seguro que es el mejor de todos. ¿Y yo podría escribirle también uno?
    -Claro que si pequeña. Ten, papel y boli.

    Lidia se apartó para que no pudiese ver lo que escribía y puso en letras bien grandes ‘ME GUSTARÍA SER COMO USTED. PODER SONREÍR Y SER FELIZ CON LA NOTA DE OTRA PERSONA’. Dobló el papel y se lo dio.

    Se extrañó al ver que a su vez, él le entregaba otro a ella y se quedó mirándolo sin saber muy bien que decir o como actuar.

    -No lo abras hasta llegar a casa. Un placer conocerte pequeña. Hasta la próxima.
    -Encantada. Hasta luego.

    Y se fue a su casa, tocando todo el rato en el bolsillo aquel papelito que le había dado. Nunca tenía ganas de volver a casa porque se encontraba sola, pero hoy lo estaba deseando... Cuando llegó lo dejó todo en la entrada y se fue a sentar en el sofá con la nota en la mano. La abrió muy despacio, y se encontró con una letra muy firme y clara.

    ‘Me equivoqué, sí que podía encontrar uno mejor que el de Marcos, el tuyo’.

    ¡Pero si no podía saber lo que ella había puesto! Sonrió nerviosa y se dio cuenta de que por detrás había un par de palabritas escritas.

    ‘YA LO ERES’.

    -Ya lo soy... – susurró y volvió a sonreír.

    No volvió a verle, pero estaba segura de que estaría bien. Ayudando a más gente como ella y pidiendo a cambio únicamente sueños...”


    *Frase de Scry.

viernes, 7 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 69 "En el salón"

En el salón

    "Voy a coger un frasquito de hierbas de mi librería, necesito relajarme un poco, así que elijo un té de caramelo. Dulce y relajante. ¡Perfecto! Pongo el cazo al fuego y dentro dejo caer un par de cucharadas de té. Prefiero este al que viene en bolsitas, que para cuando llegan a las manos del consumidor ya han perdido muchas cualidades. Me quedo absorta en el vaivén que adquieren las hierbas sobre el creciente crepitar del agua hirviendo, y allí estoy durante minutos, observando como la furia que el fuego infligió al agua arrastra hasta el fondo a las hierbas, coloreando el agua de un suave tono castaño...

    Preparo el té y lo dejo reposar durante unos cuantos minutos, por eso de sacar todas sus cualidades, y mientras me preparo unas cuantas pastitas para acompañarlo. Lo pongo todo en una bandeja acompañado de abundantes servilletas y algún que otro posavasos, ya que no me gustaría que mi mesa Luís XV se estropease por nada del mundo. Vuelvo al salón, donde me reciben las cortinas, de un color verde pálido, atrapando entre sus bordados en oro la impetuosa luz del sol de mediodía, y haciendo que la estancia adquiriese aún luminosidad diferente haciéndola parecer aún más majestuosa...

    Me encanta ese salón. Fue mi madre quien lo decoró así, con muebles de época y la verdad siempre me ha gustado mucho, a parte de que nunca me atrevería a mover nada que mi madre hubiese hecho. Mirando alrededor me encuentro rodeada de antigüedades. La mesa Luís XV, las sillas a juego con la mesa, el reloj de pared de mi tátara abuelo, un espejo ribeteado en oro del siglo XVII, las cortinas de organza bordadas en hilo de oro... Todo tan majestuoso que podría ser, perfectamente el salón de la corte de algún rey del siglo XVII o XVIII.

    Sólo hay dos cosas que rompen la armonía de todas aquellas piezas. Una de ellas es la alfombra. Me la compré en un arrebato, en medio de un capricho, y sinceramente sabía que no casaba con el resto del mobiliario, pero fue un impulso y yo soy una persona que sigue sus impulsos. Y aún así esa alfombra lleva en el mismo lugar desde hace ya más de 20 años. Y la otra cosa que choca con la vieja y exquisita decoración es el reciente cadáver de mi esposo, que aún sigue desangrándose y encharcando los suaves y hermosos tejidos de mí alfombra.

    Cómo lo he matado no lo voy a contar, porque ustedes, como buenos policías, lo adivinarán tarde o temprano, igual que los motivos que me llevaron a hacerlo, así que no vale la pena ni que intente demostrar mi inocencia. Escribo mi confesión aquí mismo, en este salón, tomándome mi té mientras espero a que lleguen. Que tengo que decirles que les he llamado confesando el asesinato hace más de 15 minutos y por aquí aún no ha venido nadie, y tengo que confesar también que a causa de su falta de puntualidad y rapidez, casi he estado a punto de escapar, pero viendo que llevo tacones, no me ha parecido ni correcto ni sano.

    Espero que esta confesión valga, porque como sabrán, como buena escritora que soy, no me gusta mucho hablar, me expreso mejor por escrito y puede ser que me haya extendido demasiado para decir que he matado a mi marido sin decir ni cómo ni por qué, pero es que me parecía mucho más importante para la posteridad hacerles ver el horror del cadáver de mi esposo en medio de tanta exquisitez. Así pues, me despido ya, que por fin oigo las sirenas y para cuando lleguen quiero tener todo esto terminado, no se vayan a pensar que tengo un arma escondida o algo así y me vayan a pegar un tiro sin querer.

    Afectuosamente,

    Sarah J. Turner.


    *Frase de Darka Treake.