domingo, 25 de diciembre de 2011

CuentaCuentos nº 95 "La entrevista de trabajo"

La entrevista de trabajo

    "Había luces tenues detrás de la puerta que parecía entreabierta... ¿Qué era lo correcto? ¿Entrar o esperar a que le llamasen? Suponía que el protocolo en este tipo de casos ese esperar hasta que te digan que puedes entrar, pero ya se estaba poniendo un poco nerviosa allí sentada. Ella era muy supersticiosa, el edificio tenía 15 plantas ('la niña bonita'), irónicamente estaban en la planta 13 y ella temía que todo saliese horriblemente mal, pero tal y como estaban las cosas, no se podía permitir el lujo de ponerse a pensar en el número de planta del edificio. Cuando sonó su móvil y se lo ofrecieron ni siquiera se lo pensó dos veces y aceptó, que había tardado más de dos meses en que le concediesen la entrevista de trabajo.

    Estando allí sentada se hizo un mapa mental de todo lo que la rodeaba. La mesa de la secretaria, los dos ficus que estaban en las esquinas, la máquina de agua, el timbre de la alarma anti-incendios, la salida de emergencia... En ese instante se abrió por completo la puerta del despacho y salió la secretaria. Se acercó al escritorio y le dio sus datos. No tuvo que esperar mucho más tiempo antes de que la muchacha se comunicase a través del interfono con su jefe y le anunciara que ella estaba allí y la hiciese pasar. Mientras arrimaba la puerta del despacho escuchó como le avisaba a su jefe que se iba a tomar dos horas de descanso para comer y hacer unos recados. Y entonces puso en alerta todos sus sentidos...

    El despacho era grande y tenía mucho ventanal, pero tenía los estores bajados, tanto que prácticamente no entraba luz del exterior y por eso estaba la luz encendida. 'No nos pueden ver desde el exterior' pensó y un escalofrío recorrió su cuerpo. En su mente sólo podía ver la salida de emergencia. Se acercó al escritorio y el joven empresario le ofreció asiento, así que se sentó frente a él y comenzaron a hablar sobre el trabajo que le ofrecía, aunque él parecía más interesado en su escote que en sus estudios. Sin que él se diera cuenta metió la mano en su bolso y tocó el spray antivioladores.

    Él se levantó de su sitio, se acercó un poco más a ella y se sentó en la mesa. Siguió contándole más detalles sobre el trabajo. Por lo visto, su secretaria se iba y necesitaba una nueva. Y por lo que ella creía era más importante la talla de sujetador que la experiencia. Entonces él alargó la mano y la puso sobre su rodilla mientras le decía que estaría encantado de verla día tras día y que estaba seguro de que se llevarían muy bien. Ella soltó el spray antivioladores y agarró las esposas que llevaba en el bolso. Se acordó de Gina. Estaba en el hospital, en coma, tras una paliza que le habían dado en un callejón. La policía no quiso hacer nada porque claro, Gina era una prostituta y según ellos algún chulo la habría puesto en su sitio por no traer dinero suficiente. Ella sabía la verdad. Ningún chulo le había hecho aquello, sino que había sido un cliente. Uno que había pagado mucho porque decía que tenía unos gustos 'un tanto especiales'.

    Suerte que ella y Gina siempre se cubrían las espaldas y tomaban nota de los clientes con los que estaría la otra. Rápidamente sacó las esposas y lo encadenó al escritorio. Se acercó a la puerta del despacho, que hasta ese momento sólo estaba arrimada y la cerró por completo. Tenían dos horas por delante juntos.Después haría sonar la alarma anti-incendios y se marcharía por la salida de emergencia. Pero no quería adelantarse a los hechos, porque no quería perderse ni un detalle de todo lo que iba a pasar. Cuando Gina saliese del coma, querría todos los detalles..."


    *Frase de MundoYas.

domingo, 18 de diciembre de 2011

CuentaCuentos nº 94 "Farah"

Para lee este relato es necesario haber leído Encuentro en el Ahal , Acto de rebeldía , Tomando las riendas y Buscando el lado bueno de las cosas para ver la historia completa.

Farah

    "Tenía la sensación de haber escuchado tantas veces esa Canción... Farah había pensado desde pequeña que cuando se enamorase tendría que sentir algo especial, que una melodía especialmente maravillosa sonaría a su alrededor para que ella supiese que él era el adecuado para ella. Tantas noches había soñado con cómo sería esa canción que sin haberla escuchado nunca su corazón ya estaba marcando el ritmo... Ahí estaba su tuareg, el hombre de los ojos de jade. Sí, había decidido que siempre le llamaría así, porque eso había sido lo que la enamoró, lo que la ayudó a dar el paso, a revelarse ante su Baaba con tan insólita petición. Sabía que no tenía más que un día, su promesa estaba presente en su cabeza, pero no en su corazón. Mirándole no parecía pasar el tiempo.

    Se perdía en sus manos fuertes, en la frescura que desprendía, en cada pliegue que su ropa hacía sobre su cuerpo, en el mar de jade que eran sus ojos y cada vez se adentraba más y más en sus deseos. Intentaba acallarlos, pero jamás había sentido algo así por nadie y no sabía lo fuerte que podía a llegar a ser el... Lo increíble que podía ser el... ¿El qué? ¿Estaba dispuesta a decirlo? Porque si no era capaz de admitirlo, lo mejor sería que en ese mismo momento diese media vuelta, volviese al ehe junto a su baaba y aceptase lo que él hubiera decidido para su futuro. Pero no es lo que ella quería. ¿Entonces por qué no podía si quiera pensarlo? Decir la palabra en alto. Quizá porque hasta ese momento tampoco había pensado nunca en el rechazo, en lo importante que era para ella ser aceptada, deseada por alguien, por un hombre, por su imghad de ojos de jade. Hasta ese momento siempre había huido de las tradiciones, de ser una más, de ser como las demás y en ese momento temía que todo eso fuese lo que la pudiera separar de su tuareg.

    Pero Farah no estaba dispuesta a rendirse. No. Había llegado hasta allí y tenía que terminar con aquello, fuese del modo que fuese, y para eso antes tendría que aceptarse ella misma y aceptar sus sentimientos. Se sentó en el suelo, junto a una hoguera pequeña mientras se paraba a ordenar sus pensamientos. Sin darse cuenta, ya no estaba sola. Él y sus ojos de jade ocupaban el lugar opuesto junto al fuego. La miraba entre las llamas. Se sentía arder, como si en realidad estuviese sentada sobre el mismo fuego. Le miraba fijamente, sólo podía ver una ínfima parte de su rosto. Él le devolvía la mirada. Así estuvieron gran parte de la noche. Farah sentía como su corazón se había acompasado a la forma de respirar de él y de repente lo vio. Si no estuviera estudiando lo poco que podía ver de su rostro jamás se hubiera dado cuenta. Él en una fracción de segundo desvió sus ojos de jade al suelo y al mismo tiempo notó como aparecían pequeñas arrugas a los lados de sus ojos, mientras los entrecerraba un poco y lo poco que veía de sus mejillas se habían hinchado y sonrojado. Él había sonreído...

    -Amor...

    Y tras esta palabra Farah cayó rendida sobre la arena. No sabía cuanto tiempo llevaba ya sin dormir y su cuerpo tomó el control. Todos y cada uno de sus sueños estuvieron dedicados a él. Al tuareg, a sus ojos, al amor que sentía por él... Sí amor, lo sabía con toda seguridad y ahora le tocaba luchar por él...

    -Farah, despierta. ¿Estás bien hija?
    -¿Baaba, dónde estoy?
    -Tranquila, estás en el ehe. Te desmayaste. Delirabas. No has comido bien y casi no has dormido los últimos días, no sé ni como lograste mantenerte en pie tanto tiempo.
    -Padre, encontré al imghad, solo tengo que hablar con él y...
    -Farah, hija, han pasado tres días.
    -Pero...
   -¿Recuerdas nuestra promesa? Un día y después, pasase lo que pasase, aceptarías mi decisión.
    -Sí baaba.

    El corazón de Farah se detuvo en aquel instante. No dejó de latir, pero si de sentir. Sabía que tenía que cumplir con su promesa. Ojalá no se hubiera desmayado. Ojalá le hubiera dicho lo que sentía a su tuareg. Ojalá no tardase tanto en reconocer que estaba enamorada. Enamorada... Ahora que había conocido el amor tenía que esconderlo bien profundo dentro de ella, para que nadie lo notase, para que nadie pudiera destruirlo o arrebatárselo... Comió algo que le trajo su madre. Sin decir nada la abrazó. Su madre sabía exactamente por lo que ella estaba pasando y no necesitaban decirse nada. La reconfortó que ella estuviera allí para apoyarla. Deseó volver a ser una niña. Deseó haber acatado las normas desde niña. Deseo no haberse enamorado. Y entonces un dolor en el pecho la devolvió a la realidad. No. Era mejor haber amado que no haberlo hecho nunca, al menos tendría un buen recuerdo para el resto de su vida.

    Se preparó con sus mejores galas y salió fuera del ehe. Tenía que reunirse con su padre para que le presentase al que sería su esposo. Sacó fuerzas y guardó su lágrimas y caminó con paso vacilante hasta donde todos la esperaban, aquel era un acontecimiento que nadie quería perderse. Llegó junto a su padre con la mirada perdida en la arena, se sentía incapaz de levantar el rostro porque sabía que podía esconder las lágrimas, pero no la tristeza.

    -Farah, hija mía. He elegido lo mejor que he podido al hombre que será tu esposo. A partir de ahora él será el que cuide de ti y te trate como te mereces.
    -No se preocupe baaba, sé que ha sido así...
    -Sólo una cosa más, por si sirve de algo, quiero que sepas que él fue el que te trajo al ehe cuando te desmayaste.
    -Padre...
    -Farah, por favor, quítate el niqab.
    -¡Pero eso va contra las leyes!
    -Por favor, hija... Muy bien, y ahora recuerda lo mucho que te quiero, y conoce al hombre que será tu esposo...

    Farah no terminó de escuchar la frase de su padre. Estaba viendo por primera vez el rostro del hombre con el que se iba a casar, pero ella ya estaba perdida en el mar de sus ojos de jade..."



    *Frase de Fernez.

domingo, 11 de diciembre de 2011

CuentaCuentos nº 93 "El viaje de Persant"

El viaje de Persant

    "-No sabía que en la guerra hay monstruos más terribles que el hombre... ¿Así que eso es lo primero que te ha dicho? ¿Y no te ha dado ninguna explicación más?
    -No, me ha dicho que viniera a avisarle de que ya había llegado, que le transmitiese esa frase y que le esperará en la puerta sur de la muralla en cuanto usted pueda ir.
    -Belleus, no me gusta nada el significado de esa frase, sobre todo porque no consigo llegar a comprender su significado.
    -Hay muchas cosas que no sabemos majestad. Sus dominios se extienden más allá de donde alcanzan a ver nuestros ojos, pero no nos hemos aventurado a explorar más allá.
    -Lo sé Belleus, por eso envié a Persant y sus hombres. Para que explorasen el mundo y a su vuelta nos contasen qué hay más allá de mis tierras. Y creo que si queremos saber algo más deberíamos reunirnos con él cuanto antes.
    -Sí majestad, lo prepararé todo para ir hasta la puerta de al muralla.
    -Muy bien, muy bien. De momento... ¡GRACIA! ¿Por dónde andará metida esa sirvienta? ¡GRACIA!
    -Aquí estoy mi señor, perdone por la tardanza, ¿qué se le ofrece?
    -Quiero que prepares seis de los mejores aposentos del castillo para Persant y sus cinco hombres. Han hecho un viaje muy largo y peligroso y quiero que esta noche estén cómodos.
    -Muy bien señor, ahora mismo lo...
    -Gracia, espera. Majestad, tengo algo que decirle. Persant ha llegado solo. Ha dicho que todos sus hombres han caído en esa batalla tan horrible que han vivido.
    -¿Todos? ¿Cómo puede ser eso posible?
    -Pues no sabría decírselo ahora majestad, pero seguro que Persant tendrá a bien contarle todo lo que le ha sucedido a él y a sus hombres.
    -Bien Belleus, pues vamos hacia allá cuanto antes. Y de todos modos Gracia, prepare una habitación para Sir Persant, que esta noche será mi invitado de honor, no quiero que le falte de nada.
    -Como ordene majestad.

    Y justo con los últimos rayos de luz sobre el cielo el rey Urien y su fiel ayudante Belleus salen del castillo acompañados de la guardia real en dirección a la puerta sur de la muralla, donde acordaron reunirse con Persant. A lo lejos el rey puede ver una columna de humo que se elva silenciosa. También distingue la fogata de la que proviene y recortada sobre el fuego ve la sombra del caballero que con paso firme se ha levantado y les espera entre las sombras. Cuanto más cerca le tiene más detalles puede distinguir en él. Su aspecto desaliñado, sus ropas sucias y rotas, unas ojeras marcadas y un brillo en los ojos que parecían querer contar al mundo todo lo horrible que habían visto. Parece cansado, muy cansado. Y en estos ocho meses que había estado fuera parecía haber envejecido por lo menos 10 años. No conseguía imaginar que cosas tan horribles pudo haber sufrido un hombre para terminar en ese estado tan lamentable.

    -Persant, mi más fiel caballero. ¿Qué te ha hecho la vida?
    -Majestad, más allá de los lindes de estas tierras he visto cosas que casi no puedo ni creer pese a haberlas tenido delante. He luchado por aumentar sus bienes y riquezas por el mundo inhóspito, hasta casi desfallecer. De hecho, en la última batalla presencié la masacre de todos mis hombres. En principio pensamos salir victorioso de la contienda, teníamos el factor número de nuestra parte. Él era uno y nosotros 6, pero no podíamos llegar a imaginar todo el horror que uno sólo de esos seres podía desencadenar. Ellos dieron su vida por protegerme y fueron cayendo uno a uno, cuando sus cadáveres se amontonaban a mis pies me juré que sus muertes no serían en vano...
    -¿Y qué pasó? ¿Conseguiste darle muerte?
    -Sí majestad. Finalmente y tras una escaramuza a muerte conseguí encontrar su punto débil y acabar con su vida.
    -¿Y cómo ha sido el camino de regreso?
    -Pues pensando que no iban a creer mi historia de lo sucedido, he tenido que ingeniármelas para traer el cadáver.

    Y dicho esto, Persant se acerca a la hoguera, coge una rama ardiendo y la lanza hacia la oscuridad. Poco a poco el círculo de paja seca que había preparado comienza a arder alrededor del cadáver, oculto hasta ese momento, a la vista de todos. En los ojos de todos se podía leer el asombro. No se movió nadie, parecía que hasta la brisa había dejado se soplar. El primero en romper el hielo fue el rey.

    -En serio, no podía imaginar que pudiera haber algo más terrible que una horda de rateros y forajidos.
    -Pues lo tiene ahí delante de sus ojos majestad.
    -¿Y cómo dices que lo llamas?
    -Dragón..."



    *Frase de Brian E. Hyde.

domingo, 4 de diciembre de 2011

CuentaCuentos nº 92 "Con toda mi alma"

Con toda mi alma

    "Deseaba que fueras tú, lo deseaba con toda mi alma. No puedes llegar a imaginarte cuanto... Tu imagen fue lo primero que vino a mi mente cuando desperté en medio de la noche. ¿Y si algo había salido mal en la entrega? Ya te había dicho que aquel tío era muy peligroso, pero aún así decidiste ir solo. Según tú, dos personas esperándole en plena noche podían apabullar al traficante. No estaba de acuerdo contigo, a mi parecer dos ofrecen más respeto que uno, pero era tu contacto y tú el que decidías. Hacía tres años que compartíamos piso y uno que éramos 'socios'. Pronto nos habíamos hecho con aquella zona de la ciudad y nadie osaba hacernos frente. Tú con tu mala leche y tu fama de busca líos. Yo con mis conocimientos en química y mi cara de no haber roto nunca un plato. Formábamos la pareja perfecta, aunque no éramos pareja. De hecho, tus intereses y los míos iban en caminos opuestos, o viéndolo de otro modo, iban en el mismo camino y hasta ese instante nunca había pensado tanto en ti.

    Al principio pensé que me había despertado como tantas otras veces, pero después escuché un leve sonido en la planta de abajo y fue entonces cuando pensé en ti por primera vez esa noche. ¿A qué hora dijiste que ibas a llegar? Creo que comentaste que sobre las dos de la madrugada. Con pereza saqué un brazo de debajo de las mantas y lo alargué hasta la mesita de noche, donde tenía el móvil a cargar. Pulsé en el botón de desbloqueo y la luz de la pantalla me hizo parpadear un par de veces. Eran las dos y media. Así que me tranquilicé un poco. Ya estabas en casa, así que ya no debería tener motivos para estar preocupado.

    Tenías que ser tú. ¿Qué otra opción había? O quizá era mi cabeza que no quería ver ninguna otra posibilidad. También podía ser. Lo que estaba claro es que no me preocuparon ni lo más mínimo los sonidos del piso de abajo. Ni siquiera temblé cuando unos pasos hicieron crujir las escaleras (no sé cuantas veces te había dicho que teníamos que arreglar aquellos escalones), ni siquiera me sorprendió cuando giraron por el pasillo en dirección a la puerta de mi cuarto.

    Suponía que como cada noche vendrías a contarme lo que habías hecho. Los tratos que habías cerrado, los clientes nuevos que habías conocido y la cantidad de pasta que habías ganado. Incluso podía ser que vinieras a contarme como tantas otras noches, y con todo lujo de detalle, todas las mujeres que habías drogado para después abusar de ellas. No sería la primera vez que te avisaba que ese "vicio" tuyo algún día terminaría por meterte en un buen lío... Era lo único que me venía a la cabeza en la oscuridad de la noche, que fueras tú. Y finalmente, mientras mi sangre se mezclaba con el rojo de la alfombra, me di cuenta de que a quien habían venido a matar era a mí."


    *Frase de CuentaCuentos.

miércoles, 4 de mayo de 2011

CuentaCuentos nº 91 "Claustrofobia"

Claustrofobia

"Y el día comenzó con un aire diferente, como si hubiera recuperado algo del pasado. Todo el miedo a sentirse encerrada, a no poder escapar, el terror a no poder huir, todo parecía abrumadoramente a punto de abalanzarse sobre ella. A su alrededor solo había oscuridad, no podía ver más allá de sus manos, aunque tampoco es que le fuese a servir de mucho, ya que ni siquiera podía extender sus brazos.

No había más que oscuridad, no podía tan siquiera llegar a ver sus pies. Sabía que seguían ahí abajo porque podía sentirlos y al moverlos notar el tacto de lo que había bajo ellos. Siempre había sido una mujer muy calmada, incluso en las situaciones límite, pero ya empezaba a notar que el pánico no tardaría en apoderarse de ella.

Respiró una vez más y dio paso en su mente al que posiblemente sería su último pensamiento lógico: "Nunca se había parado a pensar lo agobiante que podía resultar un ataúd."



    *Frase de MundoYas.

martes, 26 de abril de 2011

CuentaCuentos nº 90 "Buscando el lado bueno de las cosas"

Para leer este relato es necesario haber leído Encuentro en el Ahal , Acto de rebeldía y Tomando las riendas para ver la historia completa.

Buscando el lado bueno de las cosas

    "Hogueras de acordes arden fugaces en el aire, mezclándose entre el humo de las mismas. La gran mayoría de las personas que habían asistido a aquel Ahal se encontraban fuera, entre las hogueras, cantando, hablando, riendo... Los hombres trataban de impresionar a las mujeres y ellas se dejaban asombrar, en definitiva, para eso era un Ahal, para encontrar un buen esposo, para elegir una buena mujer. Aunque para Farah nunca había dejado de ser una mera transacción comercial encubierta, ahora podía ver un matiz diferente que hasta ese momento se le había pasado por alto. Se fijaba en ellos y se notaba que disfrutaban realmente con aquellos días. No era simplemente un encuentro para emparejarse, sino un modo de conocerse, una forma de evitar la situación en la que seguramente habían caído sus antepasadas teniendo que casarse con hombres a quienes no conocían siquiera.

    Quizá tener que participar en un Ahal fuese para ellas la mejor forma de conocer a alguien. Allí podían hablar con los hombres, podían comer juntos, pasear, hablar con ellos... Cosas que serían impensables cualquier otro día, en cualquier otro lugar. Estaba claro que algunas de las tradiciones todavía estaban muy lejos de desaparecer y para su forma de pensar, son las que más falta hacía erradicar. ¿Acaso por qué el padre de la novia tenía que enviar un cargamento de animales a la familia del novio? ¿Cómo compensación por haberse quedado con su hija? Nunca le había gustado eso de que la comparasen con ganado, y eso que ella valía ocho cabras y tres camellos, cosa que no la animaba de lo más mínimo...

    Se quedó un rato mirando a todas aquellas personas, se las veía felices y supuso que en el fondo era eso lo que importaba, la felicidad de todas y cada una de aquellas personas y el modo de conseguirla sería lo de menos, siempre y cuando no hiciesen daño a nadie más... Fijó su mirada en el fuego más próximo a ella. Era salvaje, libre, nadie podía dominarlo y ella se creía igual, podía sentirlo arder en su interior. ¿Pero dónde estaba su felicidad? En ese momento tuvo una sensación extraña, se sintió observada. Levantó la vista y allí, entre toda aquella gente que reía, cantaba y danzaba estaba el hombre de los ojos de jade. El hombre que quizá tuviese la llave de su felicidad. Se armó de valor y recordó la promesa hecha a su padre. Sólo un día. Y pensaba cumplirla..."


    *Frase de Carlos

sábado, 16 de abril de 2011

CuentaCuentos nº 89 "Tomando las riendas"

Para leer este relato es necesario haber leído Encuentro en el Ahal y Acto de rebeldía para ver la historia completa.

Tomando las riendas

    "La complicidad se asomaba a sus ojos, no dejaría pasar aquella oportunidad...Todo su cuerpo temblaba y se sentía como una niña pequeña bajo la mirada seria de su padre, aunque en el fondo podía notar un brillo especial. Y podía sentir otras miradas, llenas de enfado y severidad, otras miradas que ya la estaban condenando. Pero ya no había vuelta atrás, había llegado hasta allí siguiendo los designios de su corazón y pensaba serle fiel hasta el final, fuese cual fuese. Farah tenía la impresión de que el silencio que les rodeaba ahora mismo ya duraba una eternidad, aunque si se concentraba un poco podía escuchar que no todo era silencio. Un suave murmullo se extendía a su alrededor y podía sentir como todas y cada una de esas palabras que jamás repetiría se le clavaban como puñales. Estaba claro que aquella no había sido la mejor decisión de su vida, pero al menos había tenido el valor de tomarla, sólo quedaba esperar a que su baaba dijese algo y ese momento estaba a punto de llegar.

    -Por favor, dejadnos solos, tenemos que hablar. Y disculpad la falta de respeto de mi hija, siempre ha sido un espíritu libre, y eso que lo he intentado todo para que fuese como las demás...

    Farah seguía de rodillas en el suelo, mirando fijamente a su padre mientras los demás hombres salían del ehe y les dejaban a solas. Eso es lo que necesitaban, silencio y tranquilidad, sin nadie más alrededor, aunque habría dado lo que fuese porque el tuareg de los ojos verdes se quedase allí a su lado, apoyándola, pero a fin de cuentas, él no sabía nada...

    -Farah, hija mía, presentarte aquí de este modo ya es una falta grave de respeto contra tu padre, pero ¿y esta petición?
    -Baaba, yo...
    -Aún no he terminado. Sabes que nuestra familia es poderosa, ¿acaso ese imghad te está obligando a hacerlo? ¿Quizá quiere el dinero de nuestra familia?
    -Yo... - no pudo continuar la frase, se sentía muy avergonzada, no podía ni mantenerle la mirada a su padre.
    -Farah, mírame. ¿Quiere dinero? Estoy dispuesto a darle todo cuanto pida sólo con que no te obligue a ser su esposa. Además, varios hombres han pedido ya tu mano. Iba a decírtelo esta noche en la cena, y ya he escogido al que más te conviene.
    -Baaba, nadie me está obligando, de hecho, ni siquiera sé si ese tuareg se ha fijado en mi. Pero no quiero esperar padre. Quiero tomar el control de mi vida, quiero ir directamente a él y ofrecerle mi mano.
    -Eres consciente de que eso supone faltarle al respeto a tu familia, ¿verdad? Y sobre todo a mí, que ya he escogido al marido perfecto para ti.
    -Lo sé padre, pero siempre ha sabido que yo no era como sus otras hijas. Yo nunca he llevado bien el acatar las normas, que nunca he aceptado mi papel en esta sociedad. Baaba sabe que si me lo pide cumpliré su voluntad, pero también sabe lo infeliz que eso puede hacerme...
    -Tienes un día Farah. Un día para encontrar a ese imghad y hacerle tu proposición. Y en caso de que acepte quiero verle mañana aquí, al caer el sol. Pienso ceder por ti Farah, porque sé lo duro que resulta todo esto para ti, pero no voy a dar de lado todas mis creencias. Si ese pastor de cabras te acepta quiero que cumpla con su deber como hombre y venga a pedir tu mano, sino tendrás que acatar mi decisión y sin rechistar.
    -Tenemos un trato baaba, si a mi modo no funciona prometo no volver a cuestionar ninguna de las costumbres de nuestro pueblo.

    Farah abrazó a su padre que la tomó tiernamente entre sus brazos, le peinaba el pelo y la besó en la frente, como cuando era una niña. Podía ver cuanto dolor provocaba en su padre el dejarla ir así, pero ella necesitaba intentarlo al menos una vez antes de persistir para siempre. Se levantó y besó con amor la mejilla de su padre y se puso rápidamente su niqab para salir de la ehe.

    -Farah, recuerda, un día. Hasta mañana al caer el sol - y mientras veía como su hija se marchaba, añadió con un susurro que nadie más pudo oír. - Suerte hija mía."



     *Frase de Angelical.

domingo, 10 de abril de 2011

CuentaCuentos nº 88 "Acto de rebeldía"

Para leer este relato es necesario haber leído Encuentro en el Ahal para ver la historia completa.

Acto de rebeldía

    "Contó hasta 3 y desapareció... Aunque sólo fuese algo metafórico. Farah simplemente había cerrado los ojos y por eso había desaparecido, pero no sólo él y sus ojos de jade, sino todo lo demás, todo lo que la rodeaba. Necesitaba poner en orden sus ideas y pensamientos, porque en un sólo segundo, todo se le había puesto patas arriba. Corrió casi con los ojos cerrados hasta a ehe donde se acomodaban todas las mujeres que estaban en el Ahal. Necesitaba un poco de tranquilidad, así que fue hasta su camastro, se quitó el niqab y el chador y se tumbó en la cama con un número muy antiguo de la revista Vogue. Se estuvo un buen rato mirando las fotos de las modelos y luego se vio a ella misma de arriba a abajo. No eran tan diferentes al fin y al cabo. Debajo de todos aquellos mantos era igual que cualquiera de aquellas modelos o que cualquier otra mujer de cualquier parte del mundo.

    Sabía que dentro de lo malo, podía sentirse agradecida por haber nacido en una familia imajaghan, ya quedaban pocas familias de la aristocracia como la suya, lo que significaba que ella posiblemente tendría que seguir los designios de su familia y continuar con ese estatus contrayendo matrimonio con algún hijo rico de algún otro imajaghan, cosa que no le apetecía lo más mínimo. Ella quería algo con lo que siempre había soñado, un matrimonio real, no uno por conveniencia, como el de su madre que era la tercera esposa de su baaba y pese a no decirlo jamás, podía ver en sus ojos la tristeza que aquel matrimonio le traía. Ella quería ser totalmente libre para elegir y aunque nunca había pensado en que ese día llegaría, su corazón ya lo había hecho por ella, había dejado entrar al hombre de los ojos verdes y estaba segura de que ahí se quedaría para siempre, ocurriese lo que ocurriese. Así que si quería ser justa con sus ideales y con ella misma, sabía lo que tenía que hacer en aquel mismo instante, aunque saberlo no lo hizo ni remotamente más fácil... Quería ser la esposa de un imghad, no le importaba que eso conllevase alejarse de la vida de riquezas que había conocido para dedicarse junto con su esposo a la cría de cabras y camellos. No le importaba porque es lo que ella había escogido para su futuro.

    Decidida salió de la tienda de las mujeres y se dirigió con paso firme al ehe destinado a los hombres. Cuando estuvo frente a la puerta estuvo segura de que aquel era el mayor acto de rebeldía al que había tenido que enfrentarse hasta aquel momento, pero ya lo tenía decidido y estaba dispuesta a hacer todo lo que fuese necesario. Respiró hondo y entró con paso firme en el ehe y buscó el camastro donde debería estar su baaba. Por el camino notó que los hombres se giraban a mirarla con cara de desaprobación y estuvo a punto de dar vuelta cuando sus ojos se volvieron a encontrar con aquella furtiva mirada de ojos verdes que hizo que todo su cuerpo temblase, pero que al mismo tiempo le dio fuerzas renovadas para lo que le quedaba por delante. Encontró a su padre al fondo y se dirigió hasta él siendo consciente de que todas las miradas estaban puestas en ella, pero ya que había llegado hasta allí no iba a dar marcha atrás, tenía que ser ahora o nunca, y Farah es de las que preferían arrepentirse de lo que había hecho, no de las elecciones que jamás había tomado. Se arrodilló ante su padre, una vez más se llenó los pulmones de aire y con un gesto rápido se desprendió de su niqab y dejó su rostro y su melena color azabache al descubierto, con miles de murmullos de desaprobación como coro...

    -Baaba, con todo mi respeto, quiero hablar con usted.
    -Farah, ¿qué te ocurre? ¿Qué te tiene tan consternada como para aparecerte aquí de este modo tan irrespetuoso?
    -Vengo a pedirle mi mano para entregársela al imghad de los ojos de jade."


    *Frase de Jara.

lunes, 4 de abril de 2011

CuentaCuentos nº 87 "Encuentro en el Ahal"

Encuentro en el Ahal.

    "Nunca antes había visto una mirada como la del tuareg que tenía en frente en ese momento. Se le heló la sangre en las venas. Ella que siempre había presentado su rebeldía hacia las tradiciones, que siempre se había negado a seguir las leyes establecidas, que era considerada una mala hija. Ella que nunca me había fijado en ningún hombre de Igharghar, aunque todo podía ser porque no había encontrado a ninguno con aquellos ojos. Sólo eso. Unos ojos de un color intenso, del verde más increíble que jamás había visto. Estaba segura de que a su lado, cualquier esmeralda palidecería en contraste con ellos. ¿Pero qué le pasaba? No conseguía entenderlo. ¿Por qué se sentía de repente así? Ella siempre había sido de las que no creían en esos matrimonios concertados, que no entendía que un simple encuentro pudiese valer para acceder a contraer nupcias.

    Desde niña soñaba con conocer al hombre que sería para ella. Un hombre culto, atento, cariñoso, que la tratase con respeto. Nunca se había parado a pensar en el aspecto físico, porque eso era lo que menos le importaba. ¿De qué valía un esposo galante si no podía hablar con él o si la trataba mal? No, ella nunca había soñado con un marido hermoso, simplemente quería que ese hombre la tratase como una igual. Sabía que eran sueños imposibles. Las cosas estaban cambiando mucho y muy rápido, pero en el Sahara todavía estaban muy arraigadas las viejas costumbres y tardarían siglos en conseguir cambios. ¿Entonces por qué se sentía así? Volvió a mirarle y en ese instante el tuareg se giró en su dirección y sus miradas se cruzaron. Sintió subir el calor del rubor a sus mejillas y por primera vez en toda su vida se alegró de llevar puesto el Niqab, ya que así aquel desconocido de increíble mirada no podría comprobar la turbación que producía en ella. No se atrevía a apartar la mirada por temor a que él no volviese a mirarla más, así que reunió valor y se la sostuvo lo que le pareció una eternidad, hasta que al final aquellos ojos color hierba que tan nerviosa la ponían se retiraron a contemplar la inmensidad del cielo.

    Recordó lo mucho que había llorado aquella mañana cuando su padre le había dicho que tenía que acudir quisiera o no a un Ahal. No entraba en sus planes convertirse en la esposa del primero que pasase. Al menos, la sociedad Tuareg no era tan cerrada como otras y las mujeres tenían cierto peso en los campamentos y los consejos. Además sabía que las reglas del Ahal implican que para poder proceder con un matrimonio, ella debe aceptar al pretendiente sin ningún tipo de coacción, pero también sabía que su padre no le permitiría rechazarlos a todos. Y ahí se encontraba en medio del Ahal, entre otras mujeres y hombres, conversando, cantando, interpretando música... Pero con la cabeza en otra parte. Con todas sus creencias por los suelos y un único pensamiento que no paraba de rondarle la cabeza. Que ojalá aquel apuesto tuareg le pidiese su mano a su padre en matrimonio, porque ella no pensaba poner objeción ninguna a ese matrimonio... ¿Pero se atrevería el hombre de los ojos de jade a pedirla en matrimonio?"



    *Frase de Sechat.

domingo, 27 de marzo de 2011

CuentaCuentos nº 86 "La loca"

La loca

    "La casa se inundó de un olor a arroz con curry. Se estaban quedando dormidos en el sofá. Quizá habían comido demasiado. Silvia notaba como si le fuese a reventar el estómago. Mauro estaba a su lado, no tenía mejor pinta que ella. Los dos sabían muy bien que no debían comer tanto, que luego se sentían muy pesados y torpes, pero por más que lo intentasen no conseguían evitarlo. Se lo propuso con todas sus fuerzas y se levantó del sofá. Obligó a Mauro a levantarse también para salir a dar un paseo, si se quedaban en casa se pasarían la tarde del domingo durmiendo. Caminaron hasta el parque. Les encantaba aquella zona, era tan verde, tan relajante. Increíble encontrar algo así en una ciudad tan grande como aquella. Había escuchado mil veces hablar de Central Park y otras mil lo había visto en películas, pero jamás se lo había imaginado así... Desde que se tuvieron que mudar a Nueva York por motivos del trabajo de Mauro iban mucho por allí. A Silvia le recordaba al Retiro de su Madrid natal, aunque nada comparables en tamaño. De repente un ruido llamó su atención.

    -¿Y esa muchacha de ahí? – preguntó Silvia a su novio.
    -Pues si te digo la verdad, creo que está loca – le respondió Mauro.
    -¿Por qué lo dices?
    -Lleva por aquí un par de días. Y siempre parece estar buscando algo... Una vez quise ayudarla y comenzó a decirme un millón de cosas irracionales, de las que sólo saqué en claro que se llama Lucrecia.
    -Ufff... Lucrecia me suena a nombre de loca, si... ¡Pero espera! Ahora que la veo bien. ¿No es Lucrecia Rincón?
    -¿La escritora famosa? Pues no sé que decirte chica.
    -Sí que es ella. Hace unas semanas le hicieron una entrevista en la tele. Se ha hecho muy famosa con su último libro...
    -Pues seguro que si nos quedamos un rato por aquí podrás ver de lo que te hablo.
    -¿Pero eso no sería un poco cruel, Mauro?
    -No sé porque. El parque es de todos y puedo pararme donde sea. Así que lo he decidido, nos vamos a sentar en este banco y ya verás.
    -Está bien, como quieras.
Y allí se sentaron a verla. Andaba de un lado para otro, desconsolada. Como si no supiese hacia donde ir o qué hacer. Lucrecia, llevaba días buscándola. Sabía que se había perdido allí en el parque, pero no la encontraba. ¿Porque todo lo malo le pasaba a ella? Entonces un hombre se acercó a ella intrigado por su desolación.
    -Señorita, ¿qué le pasa?
    -Que llevo aquí días y no la encuentro...
    -¿Ha perdido algo?
    -Sí, algo muy importante para mí.
    -Y, ¿qué ha perdido?
    -Mi querida inspiración. Y necesito encontrarla. ¿Me ayudará?
    -Ha perdido su inspiración ¿y viene a buscarla aquí?
    -¿Entonces dónde voy a encontrarla señor? Tendré que buscarla donde se me ha perdido, ¡digo yo!
    -¡Está usted mal de la cabeza señorita! ¡Está loca! – dijo aquel pobre hombre mientras se alejaba de ella.

    El parque casi se había quedado en silencio cuando la gente comenzó a oír la discusión entre aquellos dos singulares personajes. Al viejecito muchos lo conocían porque siempre iba a la misma hora a echarle de comer a las palomas y a la muchacha la veían desde hacía un par de días rondando por allí, buscando desesperada en cada rincón y lanzando gritos al aire y después a todos aquellos que se acercaban a ayudarla. Siempre tenían espectáculo garantizado si ella estaba cerca...
    -¡Inspiración! ¿Dónde estás? ¿Por qué te has ido?
    -¡Loca! – grito el señor dándose la vuelta. - ¡Completamente loca!
    -¡Inspiración vuelve! – continuó Lucrecia sin hacerle caso. - ¿No ves que te echo de menos? ¿No ves que me haces falta?
La gente la miraba murmurando en bajito, para que ella no pudiese oírles, pero les oía... Sabía lo que decían y podría asegurar lo que estaban pensando. Es lo que tiene ser una persona con una mente tan abierta, que podía hacerse una imagen global de cualquier situación que la rodease. Así como también había visto a aquel chico que la veía día tras día desde el mismo banco, pero esta vez acompañado por una joven.
    -¿Ves como está loca? Ya te lo había dicho.
    -Mauro, no seas así. Puede oírte.
    -¿Y qué si me oye? ¿No dices que es una simple escritora?
    -No es una simple escritora imbécil. Es una de las más grandes ahora. Sus relatos derrochan imaginación por todas partes y siempre consiguen dejarte con la intriga...
    -Y tanto, mira que intrigada tiene a toda esta gente. Que no saben si es que ha dejado de tomarse la medicación o si es que en el psiquiátrico tienen jornada de puertas abiertas... jajajaja
    -¡Mira que llegas a ser gilipollas! – grito Silvia. – A veces no sé porque estoy todavía contigo.
    -Bueno, tranquila mujer, me disculpo, ¿vale?
    -Sí, deberías hacerlo, porque sino te juro que me voy.
    -Pero, ¿por qué te pones así? Sólo es una lunática más. ¿De veras vas a dejar que los desvaríos de una pobre loca nos afecten?
    -¡Te lo advertí Mauro! Me voy...
    -¿Pero qué cojones te pasa?
    -Que ahora me estoy dando cuenta de cómo eres. En mi familia hay antecedentes de esquizofrenia, ¿sabes? Podría pasarme a mí. Y de verdad que no quiero que me trates como a una desequilibrada o algo así...
    -Joder Silvia, perdóname. No lo sabía.
    -Da igual, ¿sabes? Ya no quiero estar contigo...

    Se alejó llorando, pasando sin darse cuenta por delante de Lucrecia que la miraba con tristeza. Y Mauro pudo ver como aquella mujer iba detrás de su novia preguntándole si se encontraba bien. La verdad es que no tenía claro que había pasado. ¿Silvia se enfadó por que se había metido con aquella loca? Bueno, que según ella no era una loca, sino una gran escritora. Y luego ya había pasado a decirle sus problemas y que no quería que a ella la tratase así... Se había puesto muy tremendista y cuando volviese se lo iba a decir. Esperó durante un buen rato en aquel banco, pensando que ella iba a volver, pero tras más de media hora de espera decidió volver a casa. Ya le llamaría por teléfono si quería disculparse por haberse marchado así. Cuando casi estaba saliendo del parque salió a su paso Lucrecia, interponiéndose entre él y la salida.

    -¿Qué haces loca?
     -¡Loca! ¿Loca yo?
    -Sí, loca como una cabra. ¿Acaso se piensa que no la he visto diariamente por este parque a gritos llamando a su Inspiración?
     -Loca... Esa palabra te ha costado tu relación y aún así sigues diciéndola como si nada... Y dime, ¿cómo estarías tú si hubieses perdido lo más importante para ti? ¿Acaso no te volverías loco? Porque lo harás...
    -Vamos a ver señora. Usted está loca, y no tengo nada más que decir al respecto. Yo no he perdido a Silvia, porque arreglaremos esto como siempre. ¿Y yo me voy a volver loco? ¿Y eso a santo de qué?

    En ese momento, en la cara de Lucrecia asomó una extraña mueca que Mauro no supo si era de burla, de victoria o de felicidad, pero hizo que todo su cuerpo se le erizase. Vio como se agachaba y un cachorrito saltaba a sus brazos y ella lo recogía sonriente.

    -¡Inspiración! Al fin te he encontrado. Espero que te quedes conmigo mucho tiempo, ¿eh chiquitina?
    -¿Así que Inspiración era una perra? ¿Y por qué no lo dijo antes? Ha dejado que todo el mundo pensase que está loca cuando sólo estaba buscando a su perra.
    -Inspiración... Un perro, un árbol, una roca, una persona... Daba igual… Sólo quería mi Inspiración, y gracias a ti la he encontrado...
    -¿Qué? Ahora sí que no la entiendo.
    -Ya tengo mi Inspiración, aunque tú antes la llamabas Silvia. Pero ¿y tú? ¿Cuánto tardarás tú en encontrar la tuya?"


    *Frase de Larisavel.

lunes, 21 de marzo de 2011

CuentaCuentos nº 85 "La odisea"

La odisea

    "Tras varios días de espera, decidió reanudar la marcha sola. No quería continuar sola, pero no le quedaba más remedio, tampoco podía permitirse esperar más. Ya no quedaba agua en aquel charco y llevaba casi tres días sin comer. Las opciones estaban claras: quedarse a esperar y morir o continuar adelante. Hacía una semana que habían atacado su casa y habían tenido que huir en medio del caos. Todavía recordaba con horror como muchos de sus amigos y familiares no tuvieron tanta suerte como ella. Su madre se la había llevado a rastras sin dejarla si quiera rechistar. Con el último vistazo que echó a lo que quedaba de su hogar pudo ver como mataban a su padre. Le vio intentando escapar, pero todo fue inútil. La última imagen que se quedó grabada en su retina era como le prendían fuego, y pese a lo lejos que estaban ya, podría asegurar que había escuchado sus gritos de dolor.

    No entendía por qué les tenía que suceder aquello. Ellos no le hacían daño a nadie. Nunca buscaban líos, más bien al contrario, preferían pasar desapercibidos por lo que pudiera pasar. Desde pequeña le habían enseñado mil técnicas de huida y mil sitios en los que esconderse "por si acaso" decían, pero ella no lo había entendido nunca, hasta aquel día en el que la realidad le dio un soberano golpe en toda la cara y la había traído de vuelta a la realidad. Ella solía salir a jugar y su madre siempre le pedía que no se alejase mucho, no comprendía el por qué de tanto temor, pensaba que sus padres eran sobreprotectores, hasta hubiera dicho que demasiado, quizá porque nunca le contaron la verdad. Porque nunca le habían contando todo lo malo que se escondía fuera de la protección de su casa. No entendía por qué no la habían preparado por si algo así sucedía. Ahora se encontraba en medio de una odisea de la que no sabía si podría escapar.

    Ahora estaba sola. Su madre había vuelto para ver si conseguía encontrar a alguien más con vida y poder ayudarles. A ella la había obligado a quedarse agazapada entre la hierba, en silencio. Le había traído un poco de comer y tenía aquel charco cerca, por si necesitaba agua. Pero ya habían pasado tres días y seguía sin tener noticias. Además tenía frío, se sentía sola y hambrienta. Sabía que tenía que seguir adelante, pero su cuerpo no le respondía, tenía demasiado miedo. ¿Y si volvían los que les habían hecho aquello? ¿Y si la estaban buscando? ¿Podría ser? Escuchó un ruido y todo su cuerpo se puso tenso. Se agazapó aún más y ralentizó su respiración lo más que pudo. Aunque hubiera querido echar a correr no lo hubiera conseguido, sus piernas no le respondían. De hecho, ninguna parte de su cuerpo le respondía en aquel momento. Ahora simplemente tenía alerta el instinto de supervivencia. Recordaba cuando salía con su padre a las excursiones, que siempre le enseñaba algo nuevo de camuflaje y técnicas de evasión. Siempre lo tomó como una tontería más, pero ahora se estaba dando cuenta de lo mucho que le debía a su padre ahora mismo...

    Otra vez el ruido, esta vez más cerca, quizá demasiado... De repente se sintió como una tonta. Vio aparecer un topo entre las hierbas, pasando por delante de su cara sin hacerle ni caso. ¡Qué feliz era ese topo sin saber lo que estaba ocurriendo! Ojalá ella pudiera estar tan ciega como él para no haber visto todos los horrores que habían tenido lugar ante sus ojos. Parecía que había pasado tanto tiempo ya... Rugieron sus tripas, tenía mucha hambre, y ahora que se fijaba hasta había caído la noche. Intentó moverse y todos sus músculos se quejaron. Debía llevar horas en aquella postura de alerta. Tenía que encontrar otro lugar donde esconderse para pasar la noche y necesitaba encontrar algo para comer... Con una sonrisa recordó a su hermano mayor. Él era el que le había enseñado a robar comida. ¿Quizá por eso les habían atacado? ¿Porque les habían descubierto?

    Lo que hacían no era tan malo. Simplemente robaban lo necesario para sobrevivir, no hacían daño a nadie. Además solían llevarse lo que ya nadie quería. Los despojos que encontraban en las papeleras o en bolsas amontonadas en las aceras. ¿A quién podía valerle aquello? Vale que a veces también se metían a escondidas en las casas y robaban comida recién hecha, ¡pero es que tenían hambre! ¿Podían culparles por aquello? ¿Podían ser tan crueles por un simple pedazo de comida? Comenzó a llorar. Pensó en sus padres, estaba segura de que no volvería a verles. Tampoco a sus hermanos. Ahora estaba sola. ¿Y qué podía hacer? Desde pequeña le habían dicho que ella estaba destinada a hacer grandes cosas, que se preparase muy bien, porque algún día ocuparía el lugar de su madre y estaría al frente de su propia familia, y ahora estaba sola. ¿De qué familia se iba a ocupar? Se secó las lágrimas, llorar tampoco servía de nada, tenía que ser fuerte. De repente fue como si en medio de la noche una luz brillante le diese la respuesta. ¡Su tía! ¡Eso había dicho su madre! Sí, estaba segura... ¡Si no volvía tenía que ir a casa de su tía!

    Se sintió con fuerzas renovadas. Además su madre ya la había puesto en ruta y ella recordaba perfectamente bien el camino. Quizá estaba a poco más de 8 horas de camino. No tenía pensado pararse a descansar hasta llegar y estar a salvo. Pensó con alivio que al menos le quedaba alguien, que no estaba completamente sola. Así que se puso en marcha con energías renovadas sabiendo que al día siguiente tendría un lugar cómodo y calentito en el que dormir y que estaría con gente que la quería... Caminó durante la noche y gran parte de la mañana con la ilusión de llegar a su nuevo hogar, con sus tíos y sus primos. Esperaba ser bien recibida allí. Cuando se estaba acercando se sintió asustada, no sabía muy bien por que... ¿Quizá por miedo a que no la dejasen quedarse allí? Bueno, al menos tenía que intentarlo. Siguió caminando, ya estaba cerca. Salió al claro donde estaba la casa de su tía y se quedó congelada... Vio el pequeño cráter del que surgía una marabunta roja entre miedos, gritos y atropellos. De vez en cuando se veía algún fogonazo de luz y más chillidos histéricos. Allí estaban otra vez aquellos niños con su lupa. Los mismos que habían terminado con sus padres y hermanos, los mismos que venían a terminar con el resto de su familia..."


    *Frase de Pistachita.

lunes, 14 de marzo de 2011

CuentaCuentos nº 84 "Quiero ser tú"

Quiero ser tú

    "-De repente un día, todo cambió de repente. Parece increíble que después de tanto tiempo esté otra vez aquí, en este sótano... ¿Sabes? A veces me pregunto lo que sería ser otra persona, estar en su piel, vivir lo que ella vive... A veces me gustaría poder cambiar por unos instantes su vida con la mía y poder esconderme del mundo. Ser esa anciana del parque que le echa de comer a las palomas cada mañana, esa con la que me encuentro en el mismo banco día a día cuando salgo a correr. O quizá aquel niño en la parada del autobús, con un nuevo día de clase por delante y mil cosas por aprender.

    También imagino como sería ser una novia el día de su boda, vestida de blanco, radiante, el día más feliz de su vida. O un cura oficiando la misa de los domingos, con todas aquellas beatas, que sólo han acudido para poner verde a las demás. ¿Y ser un bebé? Estaría bien ser un bebé, pero me gustaría poder recordarlo, porque cuando yo lo fui no podía hacerlo… Estar en el vientre de mi madre, flotando con tranquilidad y sosiego, sabiendo que nada malo va a pasarme y sin mayor preocupación que ser capaz de acercar mi dedito a mi boca para poder chuparlo. Y que llegue el día de nacer. Sentir el miedo a lo desconocido, los nervios de no saber que está sucediendo. Salir al mundo exterior, a mi nueva vida y ver la cara de mi madre, la de mi padre, la de las enfermeras y la del puto médico que sin venir a cuento me da el primer azote de mi vida.

    Me gustaría saber que sienten todas esas personas en sus vidas y gracias a ti voy a conseguirlo. No te asustes ni llores, no te va a doler. Bueno, es mentira, claro, te dolerá horrores. No tengo anestesia para dormirte mientras te arranco la piel de la cara. ¡Deja de mirarme así o arrugarás mi hermosa máscara! ¿Cómo crees que quedará tu rostro sobre el mío? Yo creo que tu vida puede ser muy interesante. Espero que me guste. Estoy nerviosa e impaciente por saberlo. ¿Por dónde empiezo? Por la mejilla creo que no, supongo que lo mejor será empezar por detrás de la oreja y seguir la línea del pelo, necesito que el corte sea lo más limpio posible y no quiero estropear ni un sólo pedazo de piel… Bueno… ¡Vamos allá!

    Y entonces se escuchó un grito que inundó todo el sótano de aquella gran casa, pero daba igual. No había nadie en 10 kilómetros a la redonda y nadie podría escucharlas, tenía todo el tiempo del mundo para convertirse en otra persona, en la persona que ella desease..."


    *Frase de Roc.

lunes, 7 de marzo de 2011

CuentaCuentos nº 83 "Caída mortal"

Caída mortal

    "Comenzó a verse una luz allá al fondo, solo faltaba un poco más. Entre todos, trabajando juntos, estaban a punto de conseguirlo. Solo les separaban unos metros para conseguir salir de aquel infierno. Todavía no podían ni creerse que estuviesen a punto de conseguirlo. Llevaban tres días intentando encontrar la salida sin éxito, tres días en los que habían sucedido tantas cosas, tres días que les cambiarían la vida para siempre... Pensando en cómo habían llegado a esa situación parecía estar todo muy borroso. Era un día cualquiera de primavera, como tantos otros y habían salido de excursión. Entre todos habían decidido hacer una larga caminata antes del almuerzo, para abrir apetito. Cuando llevaban ya dos horas y media de su caminata decidieron que ya era hora de ir hacia la cabaña, que pronto sería hora de comer.

    Ariadna iba detrás, cerrando la comitiva. Todos los años hacían ese viaje juntos, ya formaba parte de un ritual entre ellos. De repente tembló el suelo y una sensación de mareo invadió todo su cuerpo. Debía de necesitar beber, una larga caminata sin agua podía hacer desfallecer a cualquiera, aunque aquel mareo era diferente a otros. De repente fue sustituido por otra sensación mayor, el dolor de sus huesos y músculos al chocar fuertemente contra algo. Todo era oscuridad. ¿Se había desmayado? ¿Se darían cuenta de que se había quedado atrás? Comenzó a escuchar más lamentos y sollozos a su alrededor, se obligó a abrir los ojos y a poner en movimiento sus doloridas articulaciones. Miró en todas direcciones, pero no vio nada, sólo oscuridad.

    Tras unos segundos en los que su corazón se puso a mil revoluciones por segundo comenzó a dislumbrar claridad, sus ojos se estaban acostumbrando a la falta de luz. Ahora podía distinguir sombras, las de sus compañeros, tirados en el suelo, al igual que ella. Miró hacia el cielo, a lo lejos se veía un círculo de luz, ahora empezaba a entenderlo. Se habían caído por un agujero. Una vez pasados los primeros minutos de desorientación comenzaron a llamarse unos a otros. Había alguna pierna rota, hombros fuera del sitio, y muchas contusiones, cortes y rasguños, pero parecía que nada demasiado grave. Ariadna vio tumbado a su lado a Jonathan, todavía debía estar atontado por el golpe. Le dio un par de gopecitos, pero no obtuvo respuesta. Quizá se había quedado inconsciente, no sería raro con la caída que habían tenido. Le giró para tratar de despertarle y cuando vio su cara comenzó a gritar. Casi ni se le reconocía. Tenía la mitad de la cabeza hundida y debajo de él había un charco de sangre enorme. Los demás se acercaron como pudieron al oír sus gritos. Se arrodillaron en torno a él y trataron de reanimarle, pero no había forma, no con aquel golpe, no con tanta sangre por el suelo, no con esa horrible herida abierta en el cráneo...

    No quería recordarlo, intentó quitárselo de la cabeza, ya quedaba poco para salir, tenía que dejar de pensar en ello. Cuando saliesen ya tendrían tiempo de avisar a las autoridades y poder ir a rescatar los cuerpos de sus amigos. Se estremeció totalmente al pensar en la palabra "cuerpos". Por desgracia Jonathan no sería el único que no saldría de esa trampa mortal. Durante los tres días que llevaban intentando encontrar una salida habían ido sufriendo bajas inesperadas. Carla no pudo soportar la pérdida de sangre por su pierna rota, Esteban había aparecido muerto la segunda mañana, sin heridas externas importantes, pero a saber como estaba por dentro y Mónica había caído mientras escalaban un muro. Casi no tenían fuerzas ya, pero cada vez estaba más cerca la salida. Habían estado hablando del impacto que tendría fuera su historia, habían sobrevivido a una caída casi mortal y habían luchado por aguantar durante tres días por encontrar el modo de salir de allí. Contarían su historia, la de ellos que podían contarla, pero también la de aquellos que no lo habían conseguido. Todos habían trabajado juntos, cada uno había aportado lo que había podido para tratar de salir de allí aunque no todos lo conseguirían y de eso iba a ocuparse ella personalmente...

    ¿Acaso no se habían dado cuenta de que ella les oía hablar cuando creían que estaba dormida? La criticaban porque no hacía nada, porque no ayudaba en nada, porque había dejado caer a Mónica... Era cierto, la había dejado caer, pero no le había quedado más remedio, era ella o Mónica y no estaba dispuesta a arriesgar su vida por la de otra persona, fuese quien fuese. Desde ese momento se dio cuenta de que hablaban de ella a sus espaldas. Sabía que iban a denunciarla por homicidio involuntario, ¿pero qué se creían? ¿Acaso preferían que se hubiera caído ella? Estaba segura de que así era, no podía confiar en nadie y ellos pagarían por todas sus palabras. Aprovechó que nadie le hacía caso para sacar de la manga de su chaqueta una piedra que llevaba escondida y se fue acercando sigilosamente al que cerraba la comitiva. Mauro ni siquiera sintió su presencia hasta que la piedra se incrustó contra su cabeza y no tuvo tiempo a resistirse. Uno menos, sólo le quedaban dos más...


     "Diario de León, 26 de Abril de 2011.

    Hoy la sierra leonesa amanece consternada por la noticia. Hace un par de días el lugar se llenaba de gente que venía para ayudar en la búsqueda de los 8 excursionistas desaparecidos, hoy todos lloran la tragedia. A la entrada de una cueva de difícil acceso encontraron el cuerpo casi desfallecido de la joven Ariadna P.J., de 24 años. Una vez en el hospital y tras los cuidados de los sanitarios Ariadna contó a la policía lo que había sucedido y entre lágrimas indicó los lugares donde podían encontrar los cuerpos de sus compañeros. Era un milagro que tantos hubiesen sobrevivido a la primera caída, pero con el paso del tiempo el cansancio, el dolor, los huesos rotos y lo escarpado del camino se había ido cobrando la vida de estos muchachos uno a uno.

    Es un milagro que la policía encontrase a esta joven durante el reconocimiento del lugar, porque de otro modo no habría conseguido llegar al pueblo sola y nunca se habría sabido la historia de estos pobres muchachos, que pese a tener fuerza de voluntad por sobrevivir la naturaleza demostró ser más fuerte que ellos. Le deseamos a Ariadna una corta recuperación y que pueda olvidar cuanto antes este suceso tan traumático para ella..."


    *Mi frase.