lunes, 27 de abril de 2009

CuentaCuentos nº 79 "El parque"

El parque


    “Las palabras llegaron, como si tal cosa, cuando dejó de buscarlas, no sabía muy bien de donde había llegado aquella brisa fresca de inspiración, pero tenía toda la intención de aprovecharla al máximo, así que se aclaró la garganta, tomó un sorbo de agua y continuó con la exposición de su trabajo frente al comité de la facultad. Se lo tenía merecido. Había faltado las últimas dos semanas a clase y ahora tendría que hacer grandes esfuerzos por ponerse al día y por ganarse que no la expulsaran ni bajasen sus notas... Trabajos extras, presentaciones, proyectos, ayudante del profesor... Estaba segura, a sus 20 años, era toda un desastre. Micaela era una muchacha normal, de esas que pasan por tu lado en la calle y no llaman la atención excesivamente. Pelirroja, de ojos castaños, no muy alta y quizá con un par de kilos de más, pero ella estaba orgullosa de sí misma. Había llegado a la universidad, que era mucho más de lo que se podía decir del resto de miembros de su familia, e iba a aprovecharlo a toda costa.

    Cuando al fin terminó su presentación eran ya más de las 8.30 de la noche. Fuera la esperaba un duro y frío día de inverno, al menos tenía suerte que no llovía. Iba perdida en sus pensamientos, recordando las caras del Decano y del resto de profesores, tratando de adivinar si lo había hecho tan bien como ella pensaba... Escuchó un ruido y todo su cuerpo se paralizó durante unos segundos. Otro ruido, hojas secas, sonaba a hojas secas. Miró a su alrededor horrorizada para comprender que en vez de dar toda la vuelta, como tenía pensado, se había metido a cruzar el parque que separaba la universidad de su residencia. No debía haber ido por allí. Todos los días, al salir de clases, se recordaba a ella misma que no debía entrar al parque. No tenía buenos recuerdos de las veces anteriores que lo había cruzado en plena noche. Y aún así, sin saber muy bien como, muchas veces terminaba pasando por allí. ¿Acaso estaba tentando a la suerte sin saberlo?

    Por las noches no era aconsejable estar por allí. El silencio, la oscuridad, la lejanía de cualquier zona donde pedir auxilio... Todo eran señales claras que advertían que aquel no era un lugar seguro para nadie y mucho menos para una muchacha sola, y aún así ella estaba por allí y cada noche pasaban cientos de ellas de regreso a sus residencias. ¿Acaso ellas no sentían miedo? ¿No se les erizaba la piel con aquel lugar? Quién sabe que cosas podrían estar escondidas por ahí, esperando una oportunidad. Fue necesario otro crujido, esta vez más cerca, para que Micaela se pusiera en marcha una vez más. Apretando el paso, con el corazón martilleando contra su pecho, como un potro salvaje desbocado. Su respiración se había vuelto más pesada y arrítmica, acompañando las largas zancadas que estaba dando para dejar atrás cuanto antes la zona más espesamente arbolada. Sentía la necesidad de salir de allí cuanto antes, pero tenía miedo de ponerse a correr y delatarse. No quería delatar su posición porque, ¿y si la persona que venía detrás de ella, no se había percatado aún de su presencia? Sus músculos volvieron a tensarse, esta vez casi tuvo que gritarle a sus piernas que se moviesen. Estaba angustiada, quería salir de allí. Tenía que salir de alli...

    Los crujidos estaban cada vez más cerca, pensó que si miraba hacia atrás podría ver a quien fuera que estuviera allí, detrás de ella, siguiendo sus pasos, pero no sabía que podría ocurrir si lo hacía... Tenía miedo a lo que vendría después de mirar hacia atrás. Sabía que sus piernas no podrían dar un solo paso más. Que se quedarían clavadas en la tierra en aquel mismo lugar. Estaba en medio del parque, nadie sabía que ella estaba allí, nadie, quizá ni siquiera la persona que venía detrás de ella, o quizá sí... No importaría todo el escándalo que pudiera montar, nadie podría oírlo... Aquello no era bueno, no era nada bueno. Podía imaginarse paso por paso miles de situaciones, a cada cual peor, que hacían que sus pies avanzasen cada vez a mayor velocidad, aunque sin ponerse a correr.

    Se acercó a una zona donde los días de descanso se juntaban los alumnos y hacían sus botellones. De día quizá fuese difícil encontrar el sitio exacto, pero de noche era inconfundible, una larga fila de farolas con las bombillas rotas lo señalaban en la oscuridad. Estratégicamente, dejaban una sin destrozar, justo en el centro, para poder encontrar el camino en plena borrachera. Se estaba acercando a ella, cuando de repente, la farola se apagó sin más. Sin ruidos de cristales rotos, sin gritos, sin ninguna evidencia de brutalidad. Se había apagado sola...

    -Genial – gruñó.

    Y se quedó allí, paralizada, a oscuras. Se sentía ya incapaz de dar un paso más. Su cuerpo temblaba, un sudor frío, más frío que la misma noche le recorría toda la espina dorsal, podía sentirlo bajar y empapar a su paso su jersey, que ya estaba pegado a su cuerpo. Era noche cerrada, nadie podría verla si se quedaba allí quieta. ¿Y si se escondía entre los matorrales? ¿Podrían verla? En su cabeza, el rítmico compás que marcaba su corazón no la dejaba pensar con lucidez. Tenía los puños apretados, se estaba clavando sus propias uñas en las palmas de las manos, pero parecía no sentir dolor alguno. Esconderse era una buena opción Pero, ¿y si la miraban de todos modos? No, no podía ponerse a pensar en eso ahora. Tenía que tomar una decisión rápida, porque los crujidos se estaban acercando...

    Con un suspiro sus músculos se tensaron un poco y se acercó en una carrera hasta los matorrales del borde del camino. Dejó los libros en el suelo, al lado de sus pies, por si tenía que echar a correr, que no la molestasen. Pensó también en si debía descalzarse, pero haría el mismo ruido que calzada, y con las bailarinas evitaría que se le clavasen piedras en las plantas de los pies. Ahí estaba el ruido, una vez más, pero ahora podía distinguirlo perfectamente. Eran pisadas. Una persona. ¿Y por qué no había pensado que pudiera haber sido un animal? Claro, podría haber sido perfectamente un perro, pero de haber sido así, la habría pasado hacía ya tiempo que los animales llevan un paso más ligero que los humanos... A no ser que estuviera buscando algo que comer, o un lugar donde dormir...

    -¿Pero en qué estás pensando idiota? – se dijo a sí misma en un susurro.

    No era el momento adecuado para ponerse a pensar en por qué supuso que era una persona y no un animal. Dejémoslo en que fue el instinto, para que romperse la cabeza con semejante tontería en un momento como aquel. Sería como ponerse a pensar en de que color pintaría su habitación el semestre siguiente. No podía permitirse el lujo de despistarse ni un ápice, los pasos ya estaban ahí... Se agachó aún más, casi sin respirar, y escudriñó para ver si podía averiguar algo entre las hojas y la oscuridad de la noche. Tenis, pantalón largo, una zamarra, pelo largo... Al instante supo quien era. Se trataba de Jessica, una compañera suya de clase. La típica chica que no sacaba menos de un 8,5 en un examen. No se la podía considerar un peligro, así que decidió salir de su escondite justo cuando acababa de pasarla. Le saltó encima, por la espalda, haciéndola caer al suelo. En un rápido movimiento apartó su pelo y de un mordisco le destrozó la yugular. Jessica no había tenido tiempo de gritar. Ni siquiera de ofrecer resistencia... Ya había dicho Micaela que aquel lugar no era seguro para caminar a esas horas.

    Cogió el cadáver a cuestas y se internó en lo profundo de la maleza. Allí pudo saciar su apetito desgarrando la suave y aún caliente carne de su compañera. Era agradable aquel sabor, aunque se sentía un poco culpable por lo que había hecho, pero ya no había marcha atrás... Cuando estuvo saciada del todo, cogió los restos y se los llevó a otro lugar, uno que conocía muy bien. Empezó a excavar un hoyo en la tierra, y como suponía, a unos dos metros estaban las sobras de sus “otras cenas”. Tiró allí lo que quedaba de la pobre, pero suculenta Jessica, así como su jersey, que se había calado todo de sangre... Volvió a enterrarlo todo y dejarlo como si no hubiera pasado nada por allí. Era una suerte que aquel parque fuese tan grande y que algunas de sus zonas fuesen de tan difícil acceso...

    Volvió a por sus libros pensando en lo que había hecho. Por eso odiaba atravesar el parque de noche, porque sabía que era incapaz de controlarse, que sus instintos eran mucho más fuertes que ella, aunque tratase de controlarlos, y pese a tener tanto aguante. Siempre le habían dicho que era la fuerte de la manada, pero nunca se lo había creído hasta que consiguió controlar lo de sus transformaciones... Ahora podía hacerlo a voluntad, ni siquiera un paseo romántico a la luz de la luna era capaz de doblegar su fortaleza ante el deseo de transformación. Pero el olor de una presa fresca e indefensa en medio de ese parque, siempre había sido su perdición... Pero ella era libre, y llegaría donde no había llegado ningún otro de su especie...

    -Lo que no sé es qué haré el día que comiencen a relacionar todas esas desapariciones conmigo... – pensó mirando al vacío mientras salía por fin del parque. – Bueno, de momento lo único que importa es terminar la carrera...”




    *Frase del Señor de las Historias.

viernes, 27 de febrero de 2009

CuentaCuentos nº 78 "Amor"

Amor


    “Su voz comenzó a suavizarse, a convertirse prácticamente en un susurro. Era tan hermosa... A sus 27 años seguía conservando un rostro angelical. Tenía un hermoso pelo ensortijado, de un vivo color cobrizo, que cuando agachaba la cabeza con timidez, se convertía en una cortina de misterio que siempre me hacía mirarla como si fuera la primera vez. Sus ojos eran verdes, de un verde tan intenso que cualquier prado palidecería en comparación con ellos. Y aquella nariz tan chiquitina, como si fuese tímida, apenas asomaba en aquel rostro tan perfecto que poseía... Y sus labios... Rojo carmesí, invitando a todo aquel que los mirase a acercarse a ellos invadidos por los más intensos deseos de besarlos, de probarlos, de catarlos...

    Sí. Eva poseía una belleza que no tenía comparación con ninguna otra mujer que hubiese visto jamás. Y no se quedaba sólo ahí, porque a su carita de muñeca le acompañaban unas largas piernas que terminaban en unos pies perfectos, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Unas caderas que eran la envidia de cualquier mujer. Anchas, jugosas, con las proporciones justas. Una cinturita de avispa que hacía resaltar aún más la hermosura de su cuerpo. Y como no... Sus pechos. Grandes, suaves, esponjosos... Me encantaba verla dormirse cada día. A Eva le gustaba hablar antes de dormir. Siempre hacía un repaso de cómo le había ido el día en el trabajo. Cuantas noches me habré dormido escuchando sus “peleas” con sus compañeras de trabajo. Y otras tantas habré llorado con ella mientras recordaba cuanto la infravaloraba su jefe. Ella valía mucho más que eso, y no se daban cuenta.

    Casi cada noche ella se quedaba dormida antes que yo. Notaba cuando iba a dormirse porque cada vez sus palabras eran más espaciadas, o porque lo que contaba empezaba a perder lógica. Su respiración se hacía más y más profunda y entonces, cuando ya casi había alcanzado el sueño, comenzaba a ronronear y en ese instante podía notar como iba a dormirme con ella, con su respiración, con su ronroneo... Prefería que ella se durmiese antes, porque me maravillaba verla cuando al fin había alcanzado el sueño tras un duro día. Sus músculos se relajaban y entonces podía admirar otro rostro completamente diferente. Más dulce, casi sin expresión, más tranquilo, sin preocupaciones. La otra cara de Eva, la que poca gente había podido disfrutar. Yo era afortunado por poder compartir todo eso con ella.

    Odiaba cuando me quedaba dormido antes que ella, porque temía despertarla, alterarla y que después ella no consiguiese conciliar el sueño, como antes, porque al principio le costaba muchísimo relajarse lo suficiente para dormirse, tenía demasiadas cosas en las que pensar. Pero desde que nuestras vidas se cruzaron, comenzó a dormir mejor. Y no quería arrebatarle lo que tanto trabajo había costado conseguir. Nuestra relación era perfecta. Ella la hacía perfecta. Yo simplemente observaba lo bien que nos iba todo. Nada de malos rollos, nada de discusiones, ni siquiera una palabra más alta que la otra. Todo esta bien entre nosotros. Éramos la pareja perfecta y lo sabíamos. Bueno, al menos yo lo sabía, y creo que ella, en el fondo, también lo sabía. Me gustaba acariciar su pelo mientras dormía y sentir como nuevamente volvía a ronronear al contacto con mi mano, y la forma en la que su olor se colaba entre mis dedos y como se quedaba ahí, a lo mejor durante todo el día... Dios, era tan, tan hermosa... Me acerqué a ella, silencioso, como cada noche, no quería despertarla, no habría estado bien, no. Cuando la vi allí, tan dormidita el miedo y la ansiedad se apoderaron de mí a partes iguales.

    Y entonces puse el cojín sobre su perfecto rostro y la asfixié. No tuvo apenas tiempo para darse cuenta de lo que estaba pasando. Casi ni opuso resistencia, lo que estuvo bien, porque sino no habría tenido valor para continuar con aquello. Apreté un poco más hasta que noté que ya no se movía. Retiré el cojín con cuidado y me cercioré de que no respiraba... Eva estaba muerta... Seguro que ahora estaréis diciendo mil barbaridades sobre mí. Sobre lo despiadado que he sido. Que soy un asesino, pero... ¿Qué derecho tenía ella a romper lo nuestro? Con todo lo que nos había costado llegar a construirlo. ¿Acaso sólo podía decidir ella cuando se terminaba? ¿Podía alejarme de su vida así como así? ¿Borrarme como si yo jamás hubiera existido?

    Estoy convencido de que no sabe quien la ha matado. Ella ni siquiera sabía que yo existía. No se dignaba ni a dirigirme la palabra en el trabajo. Pero siguiéndola descubrí donde vivía. Alquilé el piso de al lado, y sin que se diese cuenta hice un pasadizo que unía su piso con el mío, y coloqué cámaras, era necesario para nuestra relación. Así pasamos casi dos años maravillosos, en los que fuimos muy felices, hasta que hace dos noches me engañó. Llevó a otro hombre a nuestra casa y follaron en nuestra cama, mientras yo les observaba. ¿Acaso creía que le perdonaría eso? Me hizo daño. Me falló. Traicionó nuestra relación. ¡La muy zorra! Y por eso debía morir... Porque ella lo deseaba. Si no podía estar conmigo no quería estar con nadie más, pero ella no era lo suficientemente valiente para hacerlo sola. Por eso me hizo daño. Para que yo lo hiciese. Para que la ayudase a morir. Es lo que ella deseaba. Sabía que estaba dispuesto a todo por ella. Por eso trajo a aquel cabrón a casa. Porque él también quería morir... Y lo hizo, anoche, en su bañera...

    -Señoría, Eva se suicidó... Bueno... Quería suicidarse, por eso me obligó a hacerlo. Aquí la única víctima soy yo...”




    *Dedicado a Sara.