lunes, 25 de febrero de 2008

CuentaCuentos nº 68 "Motivos"

Motivos...

    "-Al final, se rompió la tetera. - dijo Sofía.
    -Bueno, no pasa nada - respondió Bruno. - Ya compraremos otra.
    -Se ha roto... - y rompió a llorar.

    Eran las cinco de la madrugada de un sábado. Bruno acababa de llegar de una cena de negocios. Había hecho el menor ruido posible para no despertarla, pero por lo visto no estaba dormida. No había sido capaz de conciliar el sueño. La luz de la luna entraba por la ventana del dormitorio y se filtraba a través de las cortinas, bañando con su pálida luz la habitación. Bajo el resplandor de la luna casi parecía la misma de hacía diez años. Verdaderamente era hermosa y muchas veces se repetía la suerte que había tenido. Todos sus compañeros de trabajo le envidiaban y eso le hacía sentirse más orgulloso.

    Se quedó mirándola un buen rato en silencio, dudando entre si abrazarla o no. ¿La quería? Por supuesto que sí, pero le parecía muy extraño que estuviese así por una estúpida tetera. Y se puso a recordar cuando la habían comprado. Había sido dos días antes de su boda. Les quedaban aún unas cosas por comprar y por eso decidieron ir de compras. Entraron en multitud de tiendas y compraron lo necesario, tirando de tarjeta y dejando su dirección para que se lo llevasen a casa. Menos mal que la madre de Sofía se había ofrecido a quedarse pendiente de recibir todo lo que habían comprado mientras ellos estuviesen de luna de miel, para que lo encontrasen todo perfecto y preparado al regresar.

    Recordó que Sofía había visto aquella tetera en una tienda y prácticamente se había enamorado de ella, pero él se había negado a comprarla. Recordó que ella, entre juegos, había hecho un pucherito con los labios y sin saberlo, eso le había ablandado el corazón. Se habían metido en la tienda de al lado y mientras ella miraba unas alfombras que le enseñaba el amable vendedor, él se había escapado hasta la otra tienda y le había comprado aquella tetera. Recordaba perfectamente su cara cuando se la dio al llegar a casa.

    -¿La has comprado?
    -No, la he robado...
    -¿Qué?
    -Anda tonta, claro que la he comprado. Para ti... - dijo Bruno antes de darle un beso. - Quizá pueda ser un símbolo de nuestro amor, ¿no te parece?

    Y volvió a verla. Quizá por eso estaba así con la rotura de la tetera. Quizá ella también recordaba aquel momento y ahora al verla hecha pedazos, se había puesto triste. No sabía que decirle. Miraba la habitación en la oscuridad y cerca de la cama, en una silla, pudo ver una de sus camisas. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Era raro que no la hubiera puesto a lavar con lo ordenada que ella era... En la oscuridad distinguió algo raro en ella, y entrecerró los ojos para tratar de distinguirlo, y en el cuello pudo ver perfectamente, una marca de barra de labios. Todo su cuerpo se erizó con un escalofrío que le hizo taparse aún más.

    Miró a Sofía de reojo, y volvió a ver la camisa. Siempre había sido muy cuidadoso y no sabía cómo podía habérsele pasado algo tan evidente como aquello. Seguro que estaba así por esa mancha de la camisa, pero entonces ¿por qué había hablado de la tetera? ¿Quizá por el recuerdo de sus palabras aquel día?

    -Sofía, ¿la tetera...?
    -Sí, ¡la he roto yo!

    No hizo falta decir nada más. Se quedó en silencio, mirándola, siendo consciente de que tenía que grabar su imagen en su retina y en su memoria para siempre, porque aquella sería la última noche que ella le dejaría pasar a su lado..."


    *Frase de La Oruga.

jueves, 21 de febrero de 2008

CuentaCuentos nº 67 "El momento justo"

El momento justo

    “El sol brillaba alegremente en la mañana del gran día, pero el suelo seguía blanco de nieve y el aire era muy frío. Nieve... ¡Qué ganas tenía de tocarla! Aunque para poder hacerlo aún tendría que esperar un par de años, pero seguro que merecía la pena. Parecía tan blanca y tan mullida... Se imaginaba allí en medio tumbado, moviendo los brazos y las piernas y dejando en su lugar, al levantarse, la forma de un bonito ángel blanco.

    Estaba nervioso sí, para que negarlo, pero sabía que aquel día tendría que llegar, y también sabía que ocurriría cuando estuviese preparado. Pero aún así no podía evitar todos los nervios que sentía. Estaba seguro de que ese era el día exacto, porque esa mañana al despertarse notó algo diferente. Al principio, como aún estaba medio dormido no se dio mucha cuenta, pero después de desperezarse bien y darse un par de vueltas, comenzó a notar aquellas pequeñas diferencias. Miró hacia la pared para poder ver su pequeña estación meteorológica...

    Sí, sin duda. Había aumentado la presión y disminuido la humedad. Se acercaba el momento que tanto había esperado y en ese momento el embargaron las dudas. ¿Y si no estaba preparado? ¿Y si algo salía mal por su culpa? Sabía lo que tenía que hacer, se lo sabía de memoria, tampoco era gran cosa, pero realmente de él dependía que todo se pusiese en marcha. Otro aumento de presión. Comenzó a temblar. Estaba seguro de que aquello era pánico escénico. Tenía que relajarse. ¿Y si hacía un solitario? Mmmmm... Requería demasiada concentración. ¿Una cabezadita? Mmmm... Tampoco, no era el momento adecuado para quedarse dormido.

    Estornudó y se golpeó la cabeza contra la pared, ya que se había acercado un poco más para poder ver mejor los marcadores. Se estaba avecinando una buena, y cada vez se estaba poniendo más nervioso. Respiró hondo. La decisión estaba tomada, no había marcha atrás. Cogió aire una vez más, se colocó en posición y pasó sus manos fuertemente por la pared. Fue entonces cuando todo comenzó a precipitarse. Estaba hecho, no había vuelta atrás. Él había comenzado todo aquello, pero ahora no dependía sólo de él. Cerró los ojos y se dejó llevar. Ya quedaba poco.

    ‘Era la presión justa, la humedad correcta. Allá voy, comienzo mi gran viaje. Pronto podré abrazarte mami’.”


    *Frase de Matilda Grimm.

miércoles, 13 de febrero de 2008

CuentaCuentos nº 66 "En la cafetería"

En la cafetería

    “Todo sucedió en un minuto. En un solo minuto y os voy a poner en antecedentes para que os metáis en la historia... Todo sucedió en una cafetería, a comienzos de una primavera cualquiera, en algún lugar de este mundo. Tania tomaba café y charlaba con sus dos amigas. Reían y se contaban mil anécdotas de las cosas que les habían pasado en las últimas semanas. Estaban en aquella mesa tan absortas en su conversación que casi se habían aislado totalmente del resto del mundo de la cafetería. Sólo estaban ellas y sus gestos, sus miradas, sus sonrisas y su mutua compañía.

    Ya habían terminado sus consumiciones y le hicieron un gesto al camarero para que se acercase para atenderlas una vez más. El camarero recogió la mesa con una agilidad pasmosa, y entonces alzó la voz tanto como pudo para preguntarles que deseaban tomar. Les sorprendió aquel repentino aumento de voz, pero es que habían estado tan metidas en su conversación, que ni se habían dado cuenta de que la cafetería, antes casi vacía, se había llenado casi hasta su aforo limitado. La verdad es que a su alrededor se escuchaban miles de conversaciones a viva voz, risitas histéricas de alguna señorita coqueta, y algún que otro llanto de niño, pero sin entender bien porque, en ese mismo instante en el que Tania levantó la cabeza, todo pareció quedarse en el más absoluto silencio.

    (Muy bien, este es el momento preciso de poner el cronómetro en marcha...)

    00... Se abrió la puerta y Tania miró hacia allí. Entró él. No muy alto, moreno, ojos negros y una sonrisa que había sido capaz de iluminar por completo aquella sombría cafetería.

    03... Vio como miraba a su alrededor mientras se acercaba a la barra, pedir algo a la camarera, y escoger de entre los periódicos uno en especial. “Seguro que ha cogido ‘El Mundo’ o ‘La Razón’, tiene cara de intelectual” pensó Tania. Entonces se fijó en su ropa. Vestía un pantalón vaquero, una camisa azul con rayas blancas y una americana. “No, seguramente ha cogido el otro...” Y al moverse vio que efectivamente, había cogido el ‘Marca’.

    12... Vio como daba un par de pasos en la dirección en la que estaba ella. ¡Dios! Iba a notar que lo estaba mirando. No sabía como disimular, porque no era capaz de apartar los ojos de los de él. La tenían como hipnotizada.

    20... Pudo ver como esquivaba a un joven e inexperto camarero con una bandeja llena de cafés calientes. Como le agarró la bandeja para que no terminase todo por encima suyo y la sonrisa de ‘no te preocupes, no ha pasado nada’. Y esa sonrisa que ni siquiera iba dirigida para ella la conquistó.

    33... Él siguió su camino, ¿pero hacia a dónde iba? Tania miró en la dirección en la que avanzaba y pudo ver una pequeña mesa en un rincón. Estaba vacía y tenía sólo un par de sillas. La verdad es que siempre que había ido a esa cafetería, esa mesa siempre estaba vacía por muy lleno que estuviese aquello.

    37... Volvió a verle, porque no quería perderse ni un solo movimiento que hiciese, y entonces, a punto de cumplirse el minuto que os cuento, él llegó hasta la mesa en la que estaba sentada. Le tenía tan cerca...

    40... Se atusó el cabello, se mojó los labios con un sensual movimiento de la lengua sobre ellos, y preparó su mejor sonrisa para cuando sus miradas se cruzasen, pero eso no ocurrió.

    46... Él iba pendiente de no tropezar con ningún otro camarero y ni la miró de soslayo. Tania se sintió un poco decepcionada. No entendía a que venía entonces aquella extraña atenuación del sonido a su alrededor, que él captase toda su atención haciendo que nada más importase. Suponía que aquello era una señal, pero debía de haberse equivocado.

    50... Estaba un poco perpleja aún, pero no podía dejar de mirarle. La tenía como hechizada y seguía todos y cada uno de sus movimientos.

    52... Entre la gente le costó ver como apartaba una de las sillas de aquella desierta mesa y se sentaba.

    54... Justo al tiempo que la camarera a la que le había pedido, le servía una taza de café y otra de té con una sonrisa.

    55... “¡Sería descarada! ¡Se había puesto un té para tomarlo con él! ¿Acaso sería su novia? No, espera, se va... ¿Entonces ese té?”

    56… Justo en ese momento, su campo de visión quedó despejado, porque extrañamente, todo el mundo que había entre ellos se había movido al mismo tiempo y pudo ver como él se giraba hacia donde estaba ella y por fin sus ojos se cruzaron.

    57... Sintió un escalofrío por todo su cuerpo, y una nueva sensación que la invadía por completo.

    58... Vio como señalaba el té y sus labios comenzaron a moverse sin pronunciar una sola palabra, pero enviándole un inequívoco mensaje sólo para ella.

    59... “Es para ti…”

    00... Sin saber cómo, su cuerpo reaccionó al instante y se levantó de la silla. “Chicas disculpadme, creo que he sido víctima de un flechazo...” Y se alejó de sus amigas.

    05... Se acercó a él y se presentaron, pero esta ya es otra historia que dura mucho más que un minuto...”


    *Frase de Mj.

sábado, 9 de febrero de 2008

CuentaCuentos nº 65 "Lo que pasó con la canción"

Imprescindible leer antes Carrigan y Sam para entender la historia.

Lo que pasó con la canción

    “-Me he tragado una canción. – susurró Carrigan.
    -Bueno muchacha tranquila, no pasa nada. Muchas veces yo también he tenido que aguantar más de una canción – le dijo Sam.
    -Pero es que gggggg...
    -¿Qué dices niña? – y se dio la vuelta justo a tiempo para ver como el final de un estribillo desaparecía por la boca de la chica. - ¿Qué era eso?
    -La canción que me he tragado...
    -¿Pero te la has tragado de verdad?
    -¡Ya te lo había dicho! ¿Acaso no me escuchas cuando te hablo?
    -Sí, pero no pensé que sería algo así... ¿Y como ha sido?
    -Pues que estaba cantando y...
    -¿Cantando? ¿Qué canción?
    -¿Eso importa?
    -¡Pues claro! ¿No se te ha ocurrido pensar que podemos estar ante un claro caso de canciones asesinas?
    -¿Qué? Cacaca... ¿Canciones asesinas?
    -Sí, piénsalo bien. Un grupo de canciones que se aprovecha de los descuidos de los jóvenes cantantes aficionados para colarse dentro de ellos y hacerse con el control de su cuerpo.
    -¿Y por qué querrían hacer eso?
    -Pues supongo que para dominar el mundo – dijo Sam mientras se pasaba lentamente una de sus alas sobre su cabeza. -  Sería la opción más lógica, ¿no?
    -Pues no sé... ¿Para qué querría una canción dominar el mundo? No tiene mucha lógica.
    -En la época en la que estamos nada tiene mucha lógica... Soy un cuervo que habla y tú una muchacha que se acaba de tomar de desayuno una canción cualquiera...
    -No era una canción cualquiera, ¿vale?
    -Bueno, como quieras señorita. No diré nada más al respecto, pero sólo dime. ¿Cómo lo has hecho?
    -Pues estaba cantando y me dio una especie de estornudo, y en vez de exhalar, pues inspiré por la boca, y las palabras se metieron dentro rápidamente, y para no ahogarme...
    -Te las tragaste – esperó a que Carrigan asintiese. – Eres muy rara, ¿lo sabías?
    -Eso me habían dicho, si...

    La nave aterrizó suavemente y entonces abandonaron aquella extraña conversación. Carrigan se acercó al panel de mandos y se fijó en la pantalla. Roma siglo XIV ddC.

    -Bueno, al menos habían avanzado un poco más en la historia – dijo Carrigan. – Ven Sam. Tenemos que cambiar tu chip de habla. (Aunque la verdad no sé para qué, les asustará de todos modos un cuervo parlante...)
    -No está bien farfullar por lo bajito – dijo Sam con superioridad.
    -Bueno tranquilo. Ahora tenemos que ser un equipo. Estamos en Roma, en busca de la obra de Tito que sucumbió a los terremotos... ¿Alguna idea?
    -Pues la verdad es que con sólo estos datos no se me ocurre nada. Ni siquiera por dónde empezar a buscar.
    -Pues tendremos que salir a explorar. Oye, ¿tú crees que en el siglo XIV llamará atención una pelirroja?
    -Supongo que no, pero deberías vestirte como una esclava. No creo que hubiese muchas señoras con tu color de pelo en esta época.
    -¡Mierda de prejuicios!
    -¡Es lo que hay pequeña!
    -¡Machista! – gritó Carrigan al tiempo que trataba de darle un manotazo a Sam.
    -¡Zoofoba! – gorgojeó Sam aleteando por escapar de los manotazos.
    -jajaja... ¿Zoo qué?
    -Ya me has entendido, así que vamos – dijo con orgullo.

    Salieron de la nave, que estaba oculta en un pequeño bosque. Activaron el camuflaje de la nave y fueron a inspeccionar la zona, a ver si podían sacar algo en claro. Carrigan encontró una ropa que podía ayudarla a pasar desapercibida y la tomo ‘prestada’ diciéndose a sí misma que la devolvería, aunque sabía que no sería así... No veían a nadie por las calles. Todo estaba desierto y aquello comenzaba a darles mala espina. ¿Dónde podría estar toda la gente? ¿Qué podía haber capaz de congregar a todo el mundo en un mismo lugar y a la misma hora? Estaba pasando algo raro, y tenían que averiguar el que... A lo lejos vieron a una mujer que caminaba muy apresurada y corrieron para alcanzarla y poder hacerle un par de preguntas. Llegaron junto a ella a la carrera y la mujer se asustó un poco.

    -Perdone, ¿a dónde ha ido todo el mundo? – preguntó Carrigan.
    -¿Cómo? Debes de ser de fuera... – dijo mirándola de arriba abajo. – Hoy hay entrada libre en el Anfiteatro Flavio. Hoy todo el mundo puede presenciar la representación programada para hoy, por gentileza del emperador – y rápidamente se fue de allí.
    -¿El Anfiteatro Flavio? – preguntó extrañada Carrigan.
    -Claro niña... Roma, Tito, anfiteatro... ¡El Coliseo! ¡El Cristal de Cuarzo debe de estar en el Coliseo!
    -¿Pues a qué estamos esperando? ¡Allá vamos!

    Y se dirigieron corriendo hasta el lugar donde se alzaba majestuoso. Todavía se conservaba entero y Sam se preguntó por cuanto tiempo seguiría así, porque aquel año había sido el del terrible terremoto. Entraron por la zona reservada a los esclavos y la gente del pueblo, y se buscaron un lugar en el que sentarse. Encontraron un buen asiento desde el que podían ver la mayor parte del anfiteatro y comenzaron a hacer cábalas sobre donde podría estar escondido el cristal. Sonaron las trompetas y en el altar apareció el emperador. Todo el mundo se levantó y comenzó a vitorearle y Carrigan les imitó en cuanto se dio cuenta de que llamaba la atención allí sentada. El emperador estuvo recibiendo los elogios un buen rato y luego hizo un ademán para que empezase la representación.

    No tenían ni idea de dónde podía estar escondido y aquello empezaba a ser preocupante... Hoy estaba abierto a todo el mundo, pero después sólo podrían entrar las personas acomodadas de Roma y tal vez con suerte, sus esclavos más fieles. Y ella ni era una de esas personas acomodadas, ni tenía tiempo de convertirse en la esclava de confianza de nadie. Miraba nerviosa para todos lados, y entonces escuchó a Sam graznar. Como todo el mundo alzó la vista para ver que ocurría y pudo verle haciendo una danza circular sobre sus cabezas, a una altura prudente como para que a la gente no le extrañase, pero aún así comenzaba a haber murmullos, siempre los había en cuanto Sam entraba en escena.

    Carrigan miró a su alrededor y a lo lejos vio un par de guardias que se movían entre la gente, así que imaginó que aquello era una señal de peligro, se levantó y comenzó a ir hacia la salida más cercana que tenía. Gracias a dios consiguió llegar antes que los guardias se acercasen lo suficiente para que todo el mundo supiese que la perseguían a ella, y así no había levantado sospechas, y menos cuando le preguntó a un señor que estaba sentado cerca de la entrada, dónde quedaban las letrinas. Se escabulló entre aquellos pasillos de piedra, más fríos que el acero y más oscuros que las plumas de Sam. Entre la oscuridad consiguió distinguir la puerta que le habían indicado, pero prefirió seguir corriendo un poco más y esconderse en los siguientes. No sabía muy bien por qué, pero lo hizo.

    Casi había dado otro cuarto más de vuelta al Coliseo cuando encontró otra puerta y se metió allí dentro, y se encerró dentro de uno de aquellos rústicos antecesores de los baños. Se quedó callada, inmóvil, esperando lo que pudiera suceder a continuación. La espera se le hizo eterna, pero tal y como esperaba, al final se abrió la puerta y entraron dos personas a la carrera. Tenían que ser los soldados, porque pronto pudo escuchar como abrían las puertas de los otros baños. Estaba acorralada, en cuanto llegasen a aquel, estaría perdida. Cada vez estaban más cerca, temblaba y Sam, que estaba en su hombro lo notaba perfectamente. Él también estaba asustado, pero no temblaba. No sabía si era porque se controlaba mejor que ella o si porque los cuervos no saben temblar. Nunca se había parado a pensarlo, y estaba claro que aquel no era el mejor momento para empezar a hacerlo... Llamaron a la puerta y Carrigan se tapó la boca para no gritar. Volvieron a llamar una vez más.

    -¿Quién está ahí dentro? ¿Quiere hacer el favor de identificarse? – dijo a voz en grito uno de los guardias.
    -Perdón, me llamo Marco. Soy un hombre del pueblo que ha venido a ver la representación, pero ahora había venido a... Bueno, ya se puede imaginar... – dijo Sam con la voz temblorosa. - ¿He hecho algo mal? ¿Este baño es para las personas ricas? Si es así lo siento mucho.
    -No, no se preocupe, las personas importantes no vienen a estos cuchitriles. Sólo era que estábamos buscando a una mujer.
    -Pues aquí no hay ninguna.
    -Perdona las molestias aldeano.

    Los escucharon alejarse, pero no querían correr riesgos, así que se quedaron allí mucho rato, callados. Tanto que cuando al fin tuvieron valor de salir, la representación ya había terminado y no quedaba nadie allí dentro.

    -Bueno, al menos así podremos inspeccionarlo sin molestias de ningún tipo.
    -Tienes razón. Y Sam... Gracias por lo de antes.
    -Tranquila, si tú fueses una cuervo bocazas y yo un humano con propensión a meterme en líos, seguro que harías lo mismo por mí.
    -¡Estúpido!

    Caminaron por la zona abierta del anfiteatro y encontraron la forma de colarse en la zona reservada para el rey. Seguro que el cristal debería estar escondido por allí, ya que supuestamente es la zona más segura de todo aquel lugar... Rebuscaron por todos lados, pero no encontraban nada. Ya no sabían por donde más continuar y Carrigan se dejó caer sobre el trono del rey, para descansar un rato. Se arrellanó todo lo que pudo en el mullido asiento y dejó caer los brazos lánguidamente por los laterales, y comenzó a acariciar el trono, suavemente tallado en oro. Entonces sus manos tropezaron con una protuberancia en una de las patas y sin pararse a pensar en las consecuencias, la apretó. A su espalda escuchó a Sam soltar una maldición a causa del susto que se había llevado cuando en medio de una pared se abrió un pequeño compartimento. Se acercó a examinarlo, y tras una rápida inspección metió la mano dentro. Sus dedos se toparon con algo sólido, lo cogió suavemente y con destreza lo sacó de aquel angosto recoveco. Lo miraron con escepticismo. Aquello no era el Cristal de Cuarzo ni se le parecía lo más mínimo. Era otro tubo de madera y que rápidamente Carrigan abrió, para encontrarse con otra nota... ‘Una vez más estáis en el lugar indicado. Sólo os queda hacer que la historia sea real, y después ir en busca del lugar en el que encerrar al que traicionó a Luís XV’

    -¿Sólo nos queda hacer que la historia sea real? – masculló Sam. - ¿Qué querrá decir eso?
    -No lo sé, pero sí sé cuál es nuestro próximo destino, Sam.
    -Yo también, y de verdad espero que nos toque estar del bando adecuado por una vez...

    Se disponían a marcharse cuando Carrigan vio el primitivo altavoz que usaba el emperador para dirigirse a los actores o al pueblo y no pudo evitar la tentación de decir algo por él, al menos, ya que no tenían el cristal, hacer algo divertido.

    -¡Vámonos niña! No hagas ninguna insensatez.
    -No es ninguna insensatez – dijo colocándose delante de aquel artilugio. – gggggg...
    -¿Qué? ¿Eso es un nuevo insulto ininteligible para pájaros?
    -No, es que me ha dado un dolor en la barriga, así de repente... argggg...

    Y entonces comenzó a sonar atronadoramente en todo el anfiteatro una música atroz.

    -Dios mío, ¿qué es eso?
    -‘La carga de las Valkirias’... Es la canción que me he tragado...
    -¿Y tenías que echarla fuera justo ahora? – dijo Sam a gritos.
    -¡No he podido evitarlo! No ha sido a posta.

    Y entonces todo comenzó a temblar bajo sus pies, mientras aquella música seguía resonando y cogiendo más fuerza cada vez que rebotaba en las paredes del anfiteatro, y antes de que pudiesen darse cuenta, la zona sur comenzaba a derrumbarse poco a poco...

    -¡Mierda! – dijo Carrigan. - ¡Fui yo quien se lo cargó!  ¿Qué pensará la gente de mí ahora?
    -Tranquila pequeña inconsciente. Recuerda las clases de historia. El coliseo se vino abajo por un terremoto, nadie te nombra... Puede que la música les asustase tanto en este tiempo, recuerda que Wagner no la compuso hasta 1870... Tenemos que irnos antes de que nos vean, sino sí que nos cargaremos la historia.
    -¡Mierda, se refería a eso con lo de hacer que la historia fuese real! Tenía que cargarme el Coliseo… Pero, ¿por qué?
    -Ya lo adivinaremos a salvo en la nave... Ahora tenemos que salir de aquí...

    Y salieron de allí a toda prisa. Luego, en la nave con aquella nota entre sus manos, miles de pensamientos se agolpaban en sus cabezas, sin saber que alguien les observaba y que tenía unos planes muy concretos para ellos dos.”


    *Frase de Kloverkirov.

viernes, 1 de febrero de 2008

CuentaCuentos nº 64 "Carrigan y Sam"

Carrigan y Sam

    “-Todas aquellas palabras que en su época fueron escritas – aquella frase resonaba en su cabeza una y otra vez. - ¿Qué crees que querrá decir Sam?
    -No lo sé Carrigan, pero no creo que tengamos mucho tiempo para adivinarlo. ¿Qué pone en la pantalla de la nave?
     -Egipto, siglo III adC – la muchacha trató de alisar un revoltoso mechón de su largo cabello pelirrojo. - ¿Crees que llamaremos mucho la atención?
    -Teniendo en cuenta que eres una mujer blanca, con el pelo del color del mismísimo fuego, y que hablas con un cuervo más negro que la boca del infierno... Yo diría que te convendría un buen disfraz, y a mí estarme un poco más calladito.
    -Jajaja... ¿Tú callado Sam? Eso habrá que verlo.

    La nave comenzó a moverse, como si estuviese en un mar lleno de turbulencias, y después calma. Todo se quedó en silencio, habían llegado a su destino.  Carrigan se acercó a la puerta y se asomó. Estaban en medio de una frondosa vegetación. Entró de nuevo a ver la consola de la nave, y sí ‘Egipto, siglo III adC’, lo ponía bien clarito, y aunque no estaba segura del todo, tenían que salir a explorar, no sin antes cargar en el ordenar el chip modificador de la voz que les permitiría a ambos comunicarse en el idioma de la época. La verdad es que muchas veces estarían perdidos sin aquellos implantes. Se colocó el suyo e insertó el de Sam en la pletina bajo el plumaje del cuello y salieron.

    -Carrigan...
    -¿Qué quieres ahora Sam? ¿No habías dicho que se acababa el cuervo  gruñón y parlante?
    -Si yo me callo. Pero no sé qué pensarán al encontrarse semejante aparato aquí en medio.
    -Upsss... – dijo sonrojándose. – La nave, es cierto – y activó el dispositivo de camuflaje. - ¡Listo!
    -(Esta muchacha algún día acabará conmigo…)

    Comenzaron a caminar sin rumbo fijo, y a lo lejos pudieron distinguir un núcleo de construcciones, quizá un pequeño poblado a las afueras de la capital. Seguro que allí podría encontrar algo con lo que pasar desapercibida. Con sigilo se acercó a las casas, y pudo ver en las paredes de una, unas prendas de ropa tendidas seguramente a orear. Salió corriendo hacia ellas, y tras coger una, desapareció por donde había venido a la misma velocidad. Se lo colocó como pudo y vio que era una túnica roída, larga hasta los pies y con capucha. Al menos le serviría para ocultar su pelo. Así que se la colocó y comenzaron el camino hacia su destino. No tenían tiempo que perder.

    -Vamos a ver Sam. ‘Todas aquellas palabras que en su tiempo fueron escritas’. ¿A qué puede referirse?
    -¿La primera palabra escrita? ¿Quizá las primeras palabras impresas?
    -Las primeras palabras impresas son del 23 de febrero de 1455. ¿Te suena de algo la Biblia de Gutenberg?
    -Perdone mi ignorancia señorita sabelotodo...
    -Sshhh... Nos acercamos a la ciudad, ahora será mejor que te mantengas calladito.

    Se mezclaron entre la gente. Sam sobrevolaba el perímetro por encima de Carrigan, para poder advertirla de cualquier movimiento extraño que sucediese. La verdad es que le tenía mucho aprecio a aquella extraña muchacha. La veía mezclarse entre la gente, volviéndose casi invisible en todas las épocas que habían visitado, y pese a su llamativa melena pelirroja, salía airosa de muy variadas y peligrosas situaciones, sin duda Sam sentía verdadera admiración por Carrigan, pero jamás lo admitiría. Después de todo, él era un cuervo...

    A ras de tierra, Carrigan podía enterarse de todo aquello de lo que Sam no podía al tener que volar. Eran un buen equipo, se complementaban a la perfección, aunque al principio cuando los habían asignado a formar equipo ninguno de los dos había aceptado de buen agrado. Pero la verdad es que gracias a él se había salvado de algunas muy gordas... Iba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta de que se acercaba al séquito del rey y sin que Sam pudiese hacer nada por impedirlo, tropezó estrepitosamente con uno de ellos, haciéndolo caer al suelo. No tuvo tiempo de reaccionar, porque los demás la cogieron y evitaron que se marchase de allí. El que estaba en el suelo la cogió por un brazo y la empujó contra la pared de una casa, y la rodearon.

    -Descubre tu cabeza.
    -Yo...
    -¡Hazlo ahora mismo!

    Carrigan no se movía, estaba paralizada al sentirse rodeada y sin ningún lugar hacia el que escapar. Y entonces aquel hombre dio un paso hacia ella, agarró la capucha con fuerza y con un gesto seco se la quitó dejándola al descubierto. A su alrededor un quejido de sorpresa la envolvió. Todo el mundo la estaba mirando y era consciente de porque lo hacían. Ni siquiera aquel hombre era capaz de acercarse ahora a ella. Sabía lo que era aquello. No era la primera vez que le pasaba algo así a lo largo de sus aventuras interespaciales.

    -Mirad su pelo... Es del color del fuego – susurraban.
    -Y va vestida de hombre – decían otros.
    -No es de fiar. Nadie con ese aspecto es de fiar...

    En aquel momento Sam tuvo una idea que quizá funcionaría. Bajó poco a poco hacia Carrigan, tratando de hacer el menos ruido posible, y maquinando bien su plan. Primero se posó sobre la cabeza de la muchacha y esta al principio se asustó un poco, hasta que supo que era él. Y después, poco a poco, fue bajando hasta su hombro derecho.

    -¡Dios, mirad!
    -Es un mal augurio...
    -¡Tiene un cuervo negro!
    -¡Perdonen! – dijo Sam visiblemente enfadado. – Estoy más que harto de que esta situación se lleve a engaño. La señorita Carrigan no ‘tiene’ un cuervo, sino que la ‘acompaña’ un cuervo.
    -¡Puede hablar! – grito una mujer. – ¡Es una bruja, una hechicera!

    Y comenzó a cundir el pánico entre toda la gente congregada en aquella plaza. Todos la miraban ahora con miedo y recelo. Incluso los guardias habían retrocedido un par de pasos tras la perorata de Sam, que por el semblante tranquilo que mostraba, Carrigan pudo adivinar que justamente era esa reacción la que quería desencadenar.

    -Sabemos lo que le pasa al rey – le dijo al que parecía el jefe. – Y Carrigan y yo, hemos venido para ayudarle, desde tierras muy lejanas.
    -¿Le pasa algo al rey? – le preguntó ella en un susurro. - ¿De verdad le pasa algo?
    -Sshhh... ¿Cuando has visto que a un rey no le pasase nada? Siempre tienen un conflicto que resolver con la magia, y de eso tenemos que aprovecharnos.
    -Vale – susurró. Y luego alzando la voz dijo. – Estamos aquí para verle, sólo trataremos el tema con él y nadie más – y bajando un poco la voz le dijo al guardia. – Porque como bien sabéis, el rey no gusta de que el pueblo sepa de sus desdichas...
    -Bien, comencemos el camino. Te llevaremos ante el rey hechicera.

    Se sintió enjaulada, porque la guardia la rodeaba por completo. No tenía por donde escapar y por donde pasaban todo el mundo les miraba y susurraba. Sabía que con Sam en el hombro aún era más llamativa de lo normal, pero debería estar acostumbrada ya... No era la primera vez que les pasaba algo así.

    -¿Y dónde se encuentra ahora el rey Ptolomeo I?
    -En la nueva construcción, en las calles de Bruquión. Contemplando el avance de las obras, pero como bien sabéis, está preocupado.
    -Bruquión... – murmuró Carrigan, dándole vueltas a aquel nombre.- ¡Claro, la biblioteca! - y mirando al cuervo añadió. – Sam, estamos en Alejandría.
    -Entonces ‘Todas aquellas palabras que en su tiempo fueron escritas’ tiene que referirse...
    -¡A la construcción de la biblioteca de Alejandría! Allí debe estar el cristal de cuarzo, y es allí a donde vamos...

    Llegaron hasta una gran construcción, cerca del mar. Todavía no estaba completada del todo, pero se podía observar ya toda su majestuosidad. Una pena que terminase siendo pasto de las llamas, pero esto no podían cambiarlo, sólo dar una pequeña ayudita. Los presentaron ante el rey, que se quedó mirándolos con recelo. Eran extranjeros que habían aparecido de repente, sin que nadie los avisase y afirmando que conocían lo que le pasaba al rey. Aquella muchacha era extraña, y mucho más aquel pajarraco que traía consigo, pero decidió darles audiencia.

    -Bien muchacha, ¿qué quieres decirle al rey?
    -Gran señor Ptolomeo I, mi nombre es Carrigan y este es Sam.
    -¿Presentas a tu mascota?
    -No soy una mascota señor, y le pediría que no se refiriese a mí en esos términos tan hirientes.
    -Sam por favor. Este no es el momento de ponerse orgulloso. – y dirigiéndose de nuevo al rey. – Discúlpele. Es un cuervo y no está acostumbrado a tratar con alguien de su nivel.
    -Una muchacha con el pelo de fuego y un pájaro que habla. Singular pareja tengo ante mí... Venga habla. ¿Qué deseáis?
    -Sabemos que esta construcción es muy importante para vos y para el pueblo de Alejandría. Y sabemos la angustia que le producen los celos de los enemigos, y estamos aquí para calmarle esos miedos.
     -¿Ah, sí? ¿Y cómo si se puede saber?
    -Eso niña, ¿cómo?
    -¡Cállate Sam! Pues verá. He tenido una visión de mal presagio sobre esta biblioteca. Sus temores son ciertos. Algo terrible le pasará a este lugar...
    -¿Quién osará atacarla?
    -No pude saber quien señor, ni siquiera cuando, pero sí he podido ver más allá.
    -Habla.
    -Sé que este temor que he infundido en usted le llevará a mostrarle a sus hijos y descendientes la fragilidad de este lugar, y uno de ellos construirá otro lugar así, donde conservar manuscritos valiosos. Usted sólo tiene que asegurarse que lo hará en el Serapeo. Sólo así el mundo entero conocerá la grandiosidad de Alejandría, de su biblioteca y de su fundador, el gran Ptolomeo I.
    -Ahí te has ido un poco niña... – susurró Sam.
    -Ssshhh... Que parece que ha tragado.
    -Muy bien pequeña, y ¿qué es lo que quieres por esta información? ¿Oro verdad? ¿Y cómo podré estar seguro de que decís la verdad?
    -No queremos oro señor – dijo Sam. – Nos conformaríamos con poder visitar la construcción de la biblioteca, quizá el lugar destinado al primer libro...
    -¿Sólo eso? Eso tendréis, pero acompañados por la guardia. – y alzando la voz. – Llevadles a la sala principal.

    Siguieron a un par de soldados, que les acompañaron por un sinfín de pasillos y corredores, hasta llegar a una majestuosa sala central. Se veía enorme. Llena de columnas talladas y al fondo un atrio. Quizá para futuros oradores, y detrás un lugar bellamente enjaezado, seguramente el lugar elegido para el primer libro de la biblioteca. Carrigan se acercó a aquel lugar y le hizo un gesto imperceptible a Sam. Sabía que tenían que actuar rápido y que como tantas otras veces, tenían que sincronizarse o saldrían mal parados. Pero la verdad es que hacían un buen equipo.

    Mientras Carrigan se acercaba al atrio, Sam comenzó a sobrevolar la cabeza de los guardias, haciendo piruetas hablándoles de mil cosas. Los guardias estaban asombrados con él y perdieron de vista a la joven, y ella aprovechó el descuido para revisar aquel lugar. Encontró una piedra suelta, la levantó con rapidez y metió la mano. Encontró algo duro y lo sacó rápidamente de allí y se lo metió bajo la túnica, en una bolsa que llevaba, y dio un silbido.

    -Sam, déjalo ya. Es hora de irnos, tenemos un viaje muy largo por delante.
    -Voy Carrigan. – y descendió hasta posarse en su hombro.

    Los acompañaron hasta la salida de la ciudad y les indicaron el camino hacia el otro poblado. Caminaba con paso lento, tranquilo, aunque en realidad se moría por echarse a correr.

    -¿Lo tienes?
    -Claro que lo tengo Sam.
    -¿Y cómo es? ¿Es lo que buscábamos?
    -No lo sé, no quise verlo por si acaso alguno de los guardias me miraba. Lo haremos cuando lleguemos a la nave.

    A lo lejos divisaron el oasis en el que habían dejado la nave. Carrigan se quitó la túnica, sacó el mando del bolsillo y desactivó el camuflaje. De repente apareció la nave ante ellos.

    -¡Una bruja! ¡Una hechicera! ¡Guardias!
    -¿Pero qué...?

    Se giraron y vieron a un hombre gritando que les señalaba y a lo lejos una patrulla que iba corriendo hacia ellos.

    -¡Carrigan, eres única creando problemas!
    -¡Corre y calla Sam! ¡Corre y calla!

    Entraron en la nave. Programó la consola de mandos tan rápido como pudo y despegaron de allí a toda velocidad.

    -¿Y ahora a dónde vamos?
    -A la base Sam. Nos merecemos un descanso y gracias a esto nos lo hemos ganado – dijo sacando el artefacto del bolsillo.
    -¿Gracias a un pequeño tubo de madera? – preguntó irónico.
    -¿Qué? No puede ser...

    Abrió el tuvo con cuidado, había otra nota en su interior. ‘Las palabras estaban a salvo, al contrario que la obra de Tito, que sucumbió a los terremotos’.

    -Otra notita más. Esto no se acabará nunca – dijo dejándose caer en el asiento. – ¿Y ahora qué haremos? Habrá que dar la cara y tendremos que volver a partir...
    -Carrigan, ¿nunca te han dicho que eres una muchacha muy inteligente y aventurera? Podrás con todo esto...
    -¿Y a ti nunca te han dicho que eres un cuervo con el pico un poco suelto? – y entre risas. – Gracias Sam.”

    *Frase de Milo.