martes, 22 de abril de 2008

CuentaCuentos nº 76 "Reencuentros"

Reencuentros

    “La última vez que se vieron eran todavía adolescentes. Se habían jurado amor eterno cuando supieron que ella tendría que mudarse cuando a su padre le concediesen el traslado. Habían llorado juntos en su lugar secreto, donde se reunían para abrazarse y besarse. Donde nadie les decía que sólo eran unos niños y que no podían tener aquellos sentimientos...

    El día que Susan se fue para Peter todo cambió. No volvió a ser el mismo chico de siempre. Estaba triste, callado, apenas salía de casa y en los estudios había bajado su rendimiento. Nadie sabía el por qué de aquel comportamiento repentino, porque nadie conocía la existencia del amor que ambos se profesaban.  Para Susan las cosas tampoco fueron fáciles. Tuvo que adaptarse a una nueva ciudad, nueva gente, nuevo colegio, nuevos... ¿Amigos? No. No conseguía hacer amigos nuevos. No se sentía capaz o más bien no quería hacerlos. Lo único que la calmaba y la hacía estar mejor era pensar en que algún día volvería a estar con Peter y que entonces ya nada ni nadie podría separarles.

    Pasaron los años y ambos tuvieron que seguir adelante con sus vidas, o con lo que decían que eran sus vidas, porque para ellos, lo que tenían delante era un auténtico infierno en el que tenían que pasar cada día el uno sin el otro. Pero consiguieron seguir avanzando, porque se lo habían prometido aquel último día que estuvieron juntos. Aquel día en el que por miedo a no verse más se habían entregado el alma el uno al otro. El momento en el que fueron, al fin, un solo ser...

    Susan terminó la carrera y comenzó a ejercer de abogada en un bufete importante, y en menos de dos años, ya la habían hecho socia de la firma. Tenía todo lo que la gente podía desear, pero aún así no era feliz. Seguía pensando en Peter a cada instante que podía. Cuando veía unos novios abrazándose, cuando se cruzaba con una pareja con niños, cuando veía a dos abuelitos echando migas de pan a las palomas en un banco del parque...

    Era muy deseada por los hombres. Nunca se había parado a pensar en ello, pero se había convertido en una mujer hermosa. Largas piernas, cintura de avispa, ojos verdes y una larga y ondulada melena color azabache. Todo aquello en conjunto hacía que siempre se levantasen murmullos a su alrededor y más de una vez, se había sorprendido a si misma haciéndole un grosero corte de manga a un trabajador de la construcción después de un comentario soez sobre su trasero.

    Sus compañeras siempre le preguntaban si no había ningún hombre en su vida, porque ella podría conseguir al que desease con una sola mirada, pero siempre les contestaba lo mismo “Hay un hombre desde hace años, y tarde o temprano volveremos a encontrarnos”. Y ellas suspiraban imaginando la tierna historia de amor que Susan no quería contarles, para no tener que compartirla con nadie. Para no tener que compartir así la imagen de su último encuentro con Peter. Susan se miraba en el espejo del ascensor aquella noche. Se veía radiante y sabía que sería el centro de casi todas las miradas masculinas en cuanto hiciese su entrada en el salón donde se celebraba la fiesta de cumpleaños de uno de los socios del bufete, pero le gustaba sentirse deseada y saber que ninguno de ellos podría tenerla nunca.

    El ‘ding’ que anunciaba que había llegado a la planta deseada la sacó de su ensoñación y se preparó para la lluvia de elogios que iba a caer sobre ella, y fue tal y como esperaba. En cuanto entró en la estancia se hizo un silencio y todos se volvieron a verla y comenzaron a lloverle elogios de todas partes, casi parecía ella la homenajeada porque incluso su compañero se acercó a ella y le dio un suave beso en la mejilla que ella recibió cerrando los ojos y sonriendo.

    Se paseó suavemente entre todos los asistentes, con un ligero movimiento de las caderas, siendo consciente de que en ese momento estaría siendo una de las mujeres más deseadas de la fiesta. Se acercó a la barra y pidió que le sirvieran un ‘Shirley Temple’ y se apoyó un momento mientras esperaba que la sirviesen. Y fue justo entonces cuando sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Alguien la estaba mirando fijamente y podía notar como su mirada la recorría de arriba abajo. Se giró lentamente con la bebida en la mano dispuesta a enfrentarse cara a cara con el hombre (al menos eso esperaba) que la estuviese mirando, pero entonces todo su cuerpo se quedó como paralizado. No era capaz de moverse, porque aunque habían pasado muchos años desde la última vez que se habían visto, pudo reconocer perfectamente a Peter entre toda aquella multitud.

    Su corazón comenzó a palpitar más fuertemente, aunque para ella, es como si empezase ahora, porque hasta aquel mismo momento no había vuelto a sentirlo dentro de su pecho. Sólo él hacía que estuviese así. Nerviosa y feliz al mismo tiempo. Con ganas de gritar y de llorar a la vez. Se sentía fuerte y débil frente a él. Él se fue acercando como a cámara lenta y Susan seguía sintiéndose incapaz de hacer ni un solo movimiento. Incluso quería decir algo, pero notaba la garganta seca. Al fin había venido a buscarla y no era capaz de hacer ni decir nada. No quería parecer insensible, ni que él pensase que no le importaba que estuviese allí, pero no había forma de hacer reaccionar su cuerpo.

    Al final consiguió que su brazo cediese a las órdenes que le enviaba su cerebro y pudo beberse el ‘Shirley Temple’ de un solo trago. Ya no tenía la garganta seca, pero tampoco dijo nada, porque la verdad, no sabía ni qué iba a decirle. Había imaginado muchas veces que se encontraban otra vez, pero nunca se había parado a pensar en que iba a decirle cuando eso sucediese.

    Peter llegó hasta ella y le dijo un suave ‘hola’ que fue el desencadenante de todo el cuerpo de Susan. Ahora ya podía moverse, ya podía hablar y se sentía liberada al fin de aquellos horribles segundos en los que había tenido miedo de que finalmente su mente le hubiera jugado una mala pasada y no fuese él, así que se echó en sus brazos y le dio el más efusivo de los abrazos, que llevaba guardando durante años para él, sólo para él.

    -¡Peter al fin! Cuanto tiempo sin verte.
    -Lo mismo digo Susan. Jamás creí que te encontraría aquí.
    -Ni yo a ti. Es lo que menos esperaba. Por cierto, ¿cómo es que estás aquí?
    -Porque tu socio, el que está de cumpleaños, está llevando unos asuntos de alguien cercano a mí... Así que aquí estoy.
    -Que casualidad, hasta podría haber llevado yo los asuntos de ese ‘alguien cercano’ jijiji...
    -Sí, podría ser...

    Susan volvió a abrazarle. No se lo podía creer. ¿Al fin estaban otra vez juntos y se iba a poner a hablar de trivialidades? Le sentía contra su cuerpo y notaba como todo su cuerpo comenzaba a temblar. Necesitaba tenerle más cerca, estar a solas con él, y notaba contra su cadera que él también lo deseaba, y mucho. Separó su cabeza de su hombro para preguntarle si quería que fuesen a un lugar más apartado, justo cuando una pelirroja se paraba a su lado.

    -Peter cariño, ¿quién es tu amiga?
    -Oh, sí, perdón. Ahora os presento – dijo Peter alejándose un poco de Susan. – Mary, esta es Susan, la amiga de la infancia de la que te hablé tantas veces.
    -Por supuesto – dijo Mary. – Susan...
    -Susan, esta es Mary... – y tras un silencio añadió. – Mi esposa.

    Susan creyó que todo su mundo se desvanecía en aquel mismo instante, con aquellas dos palabras saliendo de los labios de Peter, pero trató de mantenerse firme, entera, para que nadie pudiese notar que en unos segundos todo había cambiado por completo, dando un giro radical.

    -Peter me ha hablado mucho de ti durante todos estos años.
    -¿Durante todos estos años? – preguntó Susan.
    -Sí. Estuvimos de novios un año y ahora llevamos casados ¿Cuánto? ¿Tres años mi amor?
    -Sí, tres años. – respondió Peter con la cabeza baja.
    -Sí, tres maravillosos años. Mira – dijo sacando la cartera del bolso. – Estas son nuestras gemelas, Sophie y Estella, tienen añito y medio, y ahora viene en camino nuestro pequeño campeón.
    -¿Vuestro pequeño campeón? – preguntó con perplejidad Susan.
    -Sí, estoy embarazada de 5 meses, ¿no lo habías notado?

    En ese mismo momento Susan la miró de arriba abajo y fue consciente del estado de Mary. Hasta ese momento ni se había fijado, o quizá su cerebro no había querido retenerlo. Fuese como fuese, Peter había seguido adelante con su vida y no la había esperado. Cuando le vio allí mirándola pensó que había venido a por ella. En ningún momento se le pasó por la cabeza que él pudiese haber seguido con su vida, porque ella no lo había hecho, y no fue por falta de oportunidades, sino por la promesa que le había hecho cuando eran todavía adolescentes. Quizá su palabra valía más que la de Peter...

    Vio como Mary se alejaba satisfecha por haber marcado el territorio delante de ella. Presumiendo de su barriga ante todo aquel que quisiera verla y charlar durante un rato. Y notaba que muy a menudo se giraba para mirarla, mientras se acariciaba el vientre y en su mirada podía verse reflejada la victoria.

    -Peter, sé que no es el momento, pero siempre me quedé pensando en nuestra promesa.
    -Lo sé Susan, yo también. Pero llegó un momento en el que sólo el hecho de recordarte me hacía daño y entonces llegó Mary. La conocí en el último curso y con ella empecé a olvidarte. Y la verdad, pensé que tú harías lo mismo tarde o temprano.
    -Pues ya ves que no. Que yo me quedé esperándote.
    -Ahora lo sé y me duele. Porque sigues siendo tan hermosa como antes, o incluso más.
    -Peter, necesito al menos despedirme de ti. Un momento a solas en el que podamos cerrar lo que empezamos hace tantos años. ¿Me concederás al menos eso?
    -Tan solo dime cuando y donde.
    -En 10 minutos, en mi despacho. Es el que está al fondo del pasillo en la planta inferior.

    Y se alejó de allí en silencio, rumbo al ascensor y Peter la observó hasta que las puertas se cerraron y perdió el contacto visual con ella. Estaba perplejo por lo que estaba a punto de hacer, pero no había vuelta atrás. La deseaba y ahora que había vuelto a verla, tenía que cerrar aquella etapa de su vida para poder seguir siendo feliz al lado de Mary. Cuando entró en el despacho, Susan ya lo estaba esperando de pie, en el centro de la estancia. Se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos, sintiendo como ella se estremecía y como su corazón comenzaba a latir más fuertemente que antes. Ella le besaba con una mezcla de dulzura y pasión. La misma que recordaba de hacía tantos años y mientras iba dando cortos pasos hacia atrás, retrocediendo hasta la mesa.

    Cuando tropezó con ella se levantó un poco la falda y se sentó en el borde, abriendo ligeramente las piernas y dejándole así espacio suficiente a Peter para colocarse entre ellas y poder pegar su cuerpo al de ella sin ninguna interrupción entre ambos.  Susan comenzó a besarle el cuello suavemente, sembrando cálidos besos que le encendían aún más el deseo, y él se dejaba hacer hasta que notó que ella le mordía fuertemente, y se apartó bruscamente de ella, un poco consternado por la situación.

    -¡Susan! Mi mujer está arriba. ¿Por qué has hecho esto? – dijo mientras se tocaba el cuello.
    -¿Por qué? – dijo Susan mirándole a los ojos. – Para que todo el mundo sepa que en tus últimos momentos de vida fuiste mío.

    Y en ese preciso instante con un rápido movimiento, Susan le clavó su abrecartas en el abdomen. Hasta la empuñadura y girándolo después para que la herida se hiciese más grande, y comenzó a notar como brotaba su sangre sobre sus piernas. Mientras le miraba a los ojos sacó el abrecartas y volvió a clavárselo, esta vez con más fuerza y más ira. Se sentía traicionada, engañada, herida en su orgullo y descargaba toda su ira con cada embestida del abrecartas contra el cuerpo de Peter.

    Cuando notó que sólo le quedaba un hilillo de vida lo empujó y lo dejó caer torpemente sobre la alfombra de su despacho y lo observó mientras exhalaba sus últimos alientos de vida. Pero viéndolo allí tirado, pagando su traición no se sentía mejor ni mucho menos, y sabía lo que tenía que hacer. Se levantó y tiró el abrecartas con furia sobre el cuerpo inmóvil de Peter y fue a sentarse en su escritorio. Sacó una libreta con el membrete del bufete, cogió su pluma y se puso a escribir mientras las lágrimas comenzaban a brotar y resbalaban por sus mejillas.

    Se levantó y dejó la pluma sobre la mesa. Abrió el primer cajón y volvió a guardar la libreta allí dentro, y luego abrió el tercer cajón para coger de allí el último caprichito que se había comprado. Dio la vuelta a la mesa y se colocó de pie al lado del cadáver de Peter. Seguía llorando mientras le miraba allí, pero ya estaba todo hecho. Levantó la hoja que llevaba en la mano izquierda y lentamente leyó en voz alta.

    -Nuestra historia de amor fue como la de Romeo y Julieta y tiene que terminar como la suya... Trágicamente...

   Entonces levantó la mano derecha y se pegó un tiro en la sien.”


    *Frase de Shaylee.

jueves, 17 de abril de 2008

CuentaCuentos nº 75 "El beso"

El beso

    “La oscuridad lo envolvió todo, y supo que cuando volviese la luz todo habría cambiado. Estaba nerviosa. Temblaba. Se sentía como una niña pequeña. No era la primera vez que iba a hacerlo, pero sí la primera con él, y eso es lo que la ponía nerviosa. Le miraba a los ojos y casi podía verse reflejada en ellos. Brillaban mucho, casi podría decir que más que nunca, y sería cierto, porque su mirada escondía algo diferente, algo que hasta ahora nunca había estado ahí. ¿Quizá el deseo cumplido de tenerla entre sus brazos?

    No sabía qué hacer. Quería besarle, pero su cuerpo no le respondía. No la dejaba moverse, parecía que estuviese clavada al suelo, y le veía acercarse. Lentamente, en silencio, sin apartar los ojos de los ella, hasta que él venció la batalla y tímidamente, ella apartó la mirada. Sintió como sus brazos la rodeaban y su respiración se volvió más acompasada. Cada movimiento de las manos de él sobre su cuerpo la hacía temblar sin poder evitarlo. No sabía por qué su cuerpo reaccionaba así. Quería ser fuerte, hacerle ver que no estaba nerviosa, ella no era así. Pero él le hacía sentir mil sensaciones y volvía a sentirse como si fuese nueva en todo aquello...

    Una nueva caricia, otra respiración profunda. Sentía como todo su pecho se llenaba de aire, para luego soltarlo lentamente en un suave suspiro, casi imperceptible, como un susurro, y que hacía que en los labios de él, apareciese aquella sonrisa tan pícara que a ella no hacía más que sonrojarla. Volvía a mirar sus ojos. Su forma de mirarla ahora era diferente. Siempre la había visto con timidez, desde la distancia, entre las sombras, como escondido. Y ahora la miraba de frente, sin esquivar su mirada y ella quería ser fuerte. Quería mantenerle la mirada.

    -Por fin te tengo. Ya eres mía...
    -Sí.
    -¿Y por qué tiemblas? Tú no eres así...
    -No, pero contigo es diferente, tú me haces sentir así.

    Y aquellos labios estaban cada vez más cerca de los suyos y se iba preparando para el beso que vendría. Pensaba en si cerrar los ojos o mirarle mientras se besaban. ¿Pero qué más daba lo que ella quisiera si su cuerpo decidiría por ella? Y así fue... Por fin sintió sus labios cálidos sobre los suyos, y en ese justo instante todo pareció detenerse para los dos. Entre ellos no había ni un solo espacio sin rellenar de deseo, de pasión, de ilusión, de ganas, de amor...

    Se dejó arrastrar por todo lo que sentía y por su cuerpo comenzó a recorrer una nueva sensación de felicidad, y le gustaba. Volvía a sentir que todo estaba bien, que nada podía ir mal, que al fin había llegado el momento de ser feliz de nuevo. El roce de sus labios, de su cuerpo la volvía loca. No quería separarse de él, no quería tenerle lejos, deseaba fundirse en un solo ser junto a él... Y quizá en aquel momento lo consiguió. Unir sus almas para siempre, porque estuviesen donde estuviesen y sin importar la distancia entre ambos, siempre se sentían el uno junto al otro...”


    *Mi frase.

martes, 8 de abril de 2008

CuentaCuentos nº 74 "Amistad"

Amistad

    “La mano no me tiembla mientras acerco la cerilla al cigarro que cuelga de mis labios. Tengo el pulso firme, mucho más firme que cuando estaba en la facultad. Así que acerco la cerilla hasta el pitillo que ya casi se ha convertido en otra extraña prolongación de mi cuerpo, y cuando su llama incandescente entra en contacto con él, doy unas pequeñas pero seguras caladas y entonces comienzo uno de los momentos que más me gustan del día. Ver escribir a Igor...

    Me gusta sentarme en este viejo sofá de color castaño. Tiene la tapicería llena de agujeros. Unos son por culpa de desgarrones o de animales y otros son pequeñas quemaduras producidas por mis cigarros, pero no cambiaría los últimos cinco años que me llevo sentando en él por nada del mundo. A veces cuando me paro a pensarlo casi me parece increíble que Igor y yo nos hayamos conocido hace ya tanto tiempo, y quizá sea porque a su lado me parece que el tiempo no transcurre o lo hace más despacio, y eso que cada dos días, durante estos últimos años, nos pasamos la tarde juntos.

    No sabría cómo explicarlo, pero me relaja verle escribir. Es como si en el momento en el que se sienta delante del ordenador una luz le iluminase la mirada y me siento totalmente incapaz de apartar la vista de él. Me atrae, me atrapa y me paso las horas sentado sin moverme, sin articular una sola palabra y no sintiendo nada más que admiración por él... Recuerdo con total claridad el día que nos conocimos. Él acababa de llegar a la ciudad y se encontraba desorientado. Yo tenía treinta y un años y buscaba desesperadamente algo en lo que centrar mi atención para olvidar el accidente en el que habían muerto mi mujer y mi hija. Me escudaba en el alcohol, pero al día siguiente el recuerdo y la agonía eran mucho mayores, hasta que nos encontramos y me hice cargo de él.

    Igor no debía tener más de dos años y todo lo que le rodeaba le asustaba. Al principio ni siquiera me dejaba acercarme a él, pero poco a poco fuimos entablando amistad, hasta que nos volvimos inseparables. No sé que haría sin él, porque me ayudó a superar mis miedos, mi dolor, mi sentimiento de culpa por no haber estado en casa con ellas... Todo eso desapareció con su llegada, y de eso hace ya 5 años. Ahora me encuentro en este viejo sofá que ha sido testigo silencioso de nuestros encuentros durante todo este tiempo. De cómo llego y me siento aquí sin decir una sola palabra. De cómo Igor se coloca delante del ordenador y comienza a escribir. Despacio, sin prisas, pensando bien las cosas y tocando una letra de cada vez. Así nos pasamos toda la tarde y cuando termina, me permite leer lo que escribió desde mi última visita y entonces es cuando me maravilla aún más su genialidad.

    Sus palabras comienzan a rodearme en cuanto mis ojos se pasean por las primeras líneas de sus escritos. Habla de lugares que nunca he visto, de sucesos que nunca había imaginado y de cosas que jamás soñé con conocer... Me sumerge en un sinfín de emociones que no sé cómo describir con palabras. Creo que nuestra amistad es lo que nos salvó de desaparecer ante el resto de la humanidad. Sin él yo habría terminado bajo algún puente con una puñalada, o en las urgencias de algún lúgubre hospital con un coma etílico, y él... Igor siempre dice que sin mí, ahora ya ni existiría. Que nadie le recordaría y que nadie sabría de él. Dice que soy como su padre y que me quiere como tal. Y el cariño que yo le tengo es muy parecido al que aún siento por mi hija, y aunque nadie podrá ocupar su lugar, Igor tiene su propio rinconcito justo a la misma altura que ella.

    Yo le traigo comida cada dos días, cuando vengo a verle escribir. Y después charlamos de mil cosas interesantes e increíbles de las que no puedo hablar con nadie más. Con él se me ha abierto mucho más la mente y eso se lo agradezco. Igor es mi familia, la única que tengo y por él sería capaz de dar mi vida con tal de que no le pasase nada malo. Es mi amigo, mi confidente, mi apoyo, mi hijo... Es todo lo que me ayuda a seguir día a día. Lo que me da valor para seguir adelante, y lo que me da la fuerza para levantarme cada mañana... Es especial para mí, muy especial...

    Por cierto... ¿Os he dicho que Igor es un dinosaurio morado que mide 7 metros?”


    *Frase de Aarón.