Infancia
robada
“-El niño debe de ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y
explotación. No
podemos permitir que un niño sufra abusos de ninguna índole, y estamos
obligados a preservar su inocencia y su infancia ante todas las cosas y en
contra de quien sea... – hizo un gesto con la mano.
-¡Acusado póngase en pie! – dijo el alguacil.
-Señor Olivenza, tras escuchar todos los testimonios, incluido el suyo, este
tribunal le declara culpable de un delito leve de lesiones contra su esposa, y
culpable de abuso a menores contra su hijo de 7 años. – dio un golpe en la mesa
con el mazo. – Se levanta la sesión. Pueden llevárselo.
Octavio Olivenza comenzó a resistirse y a gritar que él no había sido, que era
inocente. Todos decían lo mismo, pero las pruebas le señalaban a él. Vio a su
hijo y a su esposa allí, en primera fila.
Cuando los ojos de su padre se clavaron en los suyos, Benjamín comenzó a
temblar. No podía evitarlo, y sin darse cuenta, unas lágrimas comenzaron a
brotar de sus ojos. Su madre que lo vio lo abrazó contra su pecho, y Benjamín
al levantar la cabeza pudo ver su cara hinchada y aquel ojo tan negro como la
noche. Se volvió a estremecer, esta vez más visiblemente. Estaba asustado y ya
no le daba miedo a admitirlo. Era un niño. Sólo tenía 7 años y estaba en todo
su derecho de sentir miedo, eso le habían dicho los psicólogos, pero estaba
asustado, muy asustado.
No le pidieron que subiera al estrado a testificar. Dijeron que las pruebas que
tenían eran suficientes y eso hizo que se sintiese aliviado, pero según se
habían ido desarrollando los acontecimientos su cuerpo se había ido tensando
poco a poco... Su madre contando la paliza que su padre le propinó una noche
que llegó del trabajo. Él fue testigo de esa brutal paliza, pero no tenía que
declarar, tenían pruebas suficientes habían dicho... Su madre contó entre
lágrimas y con todo detalle todos los golpes que recibió por parte de su
marido, y como Benjamín lo miraba todo, llorando acostado en el sofá del salón.
Lo recordaba todo como si hubiese sido ayer, y ya habían pasado casi 11 meses.
También recordaba el testimonio de su padre. No negaba que le hubiese dado la
paliza a su mujer, era evidente que alguien la había maltratado, pero alegaba
enajenación mental transitoria, aunque no le creyeron. Pero al contrario,
negaba categóricamente que él hubiese maltratado y abusado de Benjamín. ¿Por
qué? ¿Por qué no decía la verdad? Benjamín se había venido abajo el día que
declaró su padre. Se había puesto a llorar en la sala, y su madre se lo tuvo
que llevar fuera cuando el niño había comenzado a gritar cosas presa de un
ataque de nervios.
Y ahora allí estaban. Había finalizado el juicio y le habían declarado
culpable. Ya estaba todo hecho. Y recordaba las palabras del abogado... ‘Cuando
tengamos una sentencia podrás volver a respirar tranquilo. No volverán a
hacerte daño.’ Levantó la vista para ver a su madre una vez más. Ella le estaba
acariciando el pelo, y al verle le sonrió y le dio un suave beso en la frente.
Soltó a Benjamín para coger su abrigo y en ese momento el niño se alejó
corriendo de ella. Saltó la barandilla y se abrazó con fuerza a su padre.
-¿Por qué papá? ¿Por qué no les dijiste que fue ella? ¿Por qué no les contaste
que le pegaste al ver lo que me hacía? – gritaba Benjamín entre lágrimas
mirando a su padre a los ojos. – Y ahora dejas que vuelva con ella a casa.
Sabes lo que va a hacerme. Una vez me protegiste, dijiste que no volvería a
pasar y ahora te vas. ¿Por qué no me proteges papá?
Todas las miradas se centraron en Margarita. Se había quedado rígida y pálida
como el mármol. No decía nada y no se movía. Estaba impertérrita ante la sala y
aguantaba las miradas que ahora habían tornado de lástima a desprecio,
desaprobación y asco. Benjamín se giró hacia el abogado. Todos pudieron ver el
dolor reflejado en la cara del pequeño, y fueron conscientes del daño que había
sufrido y también del que le podían haber causado...
-Me dijiste que no hacía falta que declarase, que estaba a salvo, que no
volverían a hacerme daño. Y me quitas a la única persona que me ha protegido...
La única persona que podía evitar que ella volviese a tocarme...
-¡Cállate la boca maldito niño! ¡Que los dos sabemos muy bien que me
provocabas!
-¡Ya basta! – gritó el juez. – No estoy dispuesto a escuchar ninguna barbaridad
más. Señor Octavio Olivenza, ¿es verdad todo lo que está diciendo su hijo? Y si
es así, ¿por qué no dijo nada ante este tribunal?
-Señor juez. Todo lo que ha dicho mi pequeño Benjamín es cierto. Y si no le he
dicho nada a usted señoría es porque ella me prometió que si yo cargaba con las
culpas no volvería a tocar al niño...
-En vista de los nuevos acontecimientos ordeno que entre en prisión preventiva
la señora Margarita Pena, y que se prepare una vista oral para fijar la fecha
del juicio por abuso de menores a su hijo de 7 años Benjamín Olivenza Pena. Así
como dictamino que se ponga inmediatamente en libertad provisional al señor
Octavio Olivenza, pendiente de un juicio por agravios leves a su mujer. Ahora
sí, ¡se levanta el acta!
Benjamín corrió hasta los brazos de su padre que lo abrazó con todas sus
fuerzas. Secó sus lágrimas con su camisa y volvió a abrazar a su hijo.
-Tienes que entenderme Benjamín. Tenía que hacerlo para que ella te dejase en
paz. Lo hice por ti hijo...
No hizo falta nada más, ni una sola palabra, ni un gesto. Benjamín estrechó
fuertemente a su padre entre sus brazos y rompió a llorar otra vez, pero ahora
con el alivio de saberse a salvo de ella...”
*Frase Anónima.