lunes, 28 de julio de 2008

CuentaCuentos nº 77 "Entre el bien y el mal"

Entre el bien y el mal.

    -Íbamos caminando la muerte tú y yo... - dijo Lucía.
    -¿Pero cuando fue eso? - preguntó extrañado Miguel.
    -Bueno, fue el... No estoy segura, creo que hace dos días...
    -No lo recuerdo.
    -Bueno, el caso es que íbamos hablando de la trayectoria que había llevado tu vida, y la verdad es que a veces te has ganado lo que tienes.
    -¿Dices que me merecía el tiro que me pegaron? - preguntó Miguel con los ojos como platos.
    -A ver te lo merecías, no de esa forma, pero te lo merecías... Me explico, no te merecías que te matase una bala perdida de un tiroteo entre bandas, más bien merecías que el padre de alguna de las niñas de las que abusaste te matase por venganza, pero también hay que ver que luego ese hombre pagaría por lo que hizo, y el pobre no se lo merece. Así que le damos un punto a favor a Dios por ponerte en aquel lugar aquel día, al menos en eso fue sabio...
    -¿Pero que me estás contando? ¡Yo no me merezco estar muerto!
    -¿No lo mereces? ¿Me vas a hacer que te recuerde todo lo que le hiciste a aquellas niñas?
    -En el juicio quedó demostrado que lo hice bajo un transtorno mental, no era dueño de mis actos...
    -Claro... No eras dueño de tus actos ni consciente de lo que hacías, sí eso dijo tu abogado. Pero creo que las fotos, videos y recuerdos que la policía encontró en tu casa no dijeron mucho a tu favor.
    -Pues mira, todo eso que hallaron en mi casa me ayudó a reforzar la idea de que no estaba en plenas facultades cuando lo hice. ¿Acaso a que persona en su sano juicio se le ocurriría guardar pruebas incriminatorias en su casa?
    -Fácil, a un enfermo. Pero no a un enfermo de esos que quería demostrar tu abogado, sino a una persona retorcida, malvada, fría, sin sentimientos...
    -¡Oye! - protestó Miguel.
    -¿Qué? ¿Te he herido los sentimientos?
    -Pues sí.
    -Vaya, que contrariedad... -dijo Lucía irónicamente, y después prosiguió. - Siempre pensé que los violadores pederastas no tenían sentimientos, porque bueno... Hay que tener una gran falta de escrúpulos para hacer lo que hacéis.
    -Mira, ya me estás enfadando. Me declararon culpable, así que ya no hay más que decir.
    -Pues mira que yo creo que sí, porque es verdad que te declararon culpable, pero también aceptaron que sufrías una demencia transitoria y desdoblamiento de personalidad cuando cometiste todas aquellas aberraciones, y lo único que hicieron fue mandarte a un hospital psiquiátrico.
    -Bueno, cumplí mi condena ¿no?
    -Yo creo que no... Deberías haber entrado en la cárcel y cumplir al menos los 30 años que marca la ley. Aunque en cuanto los demás presos supiesen lo que habías echo, no durarías ni cinco minutos...
    -¡Pero he estado encerrado en un centro donde me vigilaban a todas horas! Y me medicaban casi cada cinco minutos. Y me hacían exámenes psicológicos para ver si estaba bien, y al final conseguí salir de allí...
    -Ah, claro, perdona... Es que yo no me daba cuenta de que con dos años y medio se pueden pagar las culpas de 7 violaciones a menores de 14 años, en las cuales, una de ellas resultó muerta... - respondió Lucía con los ojos casi en llamas a causa de la ira.
    -Mira, creo que no estoy aquí para que me juzguéis...
    -Jajajaja... Pues ahí te equivocas de pleno.
    -¿Qué? No te entiendo - se preocupó Miguel.
    -Pues que has hecho cosas terribles, pero también has salvado muchas vidas. Has sido uno de los mejores cirujanos del momento, y hasta yo pienso que fue una lástima que ocurriese esto, pero debías pagar por lo que hiciste... Y por eso estás aquí, para que te juzguemos...
    -¿Vais a juzgarme vosotros? - preguntó asombrado Miguel.
    -Es una cuestión de principios, tenemos que hacerlo para ver si finalmente vas al cielo o al infierno.
    -Ya, claro... Dios que quiere arriba por las vidas que salvé como médico, y en cambio me quieren abajo por lo que hice, ¿verdad? - añadió con una sonrisa.
    -Pues te vuelves a equivocar - dijo Lucía mostrando un semblante malicioso y borrando la sonrisa de Miguel. - Estás aquí porque Dios no te quiere en el cielo por lo que les hiciste a las niñas, y no se te quiere en el infierno porque salvaste demasiadas vidas como médico.
    -¿Qué quieres decir con eso? ¿Que no se me va a juzgar por lo que hice?
    -Bueno... Más bien vamos a ver quién se lleva la condena de tener que quedarse contigo, por eso todavía estás aquí...
    -¿Y mi abogado?
    -No mira, es que aquí no tienes abogado. Aquí un ángel y un demonio tratarán de demostrar que tu sitio está en el otro lado, porque deberías de ser consciente de que no te quieren en ninguno de los dos. Y debería añadir que es la primera vez que pasa que un alma no es deseada en ninguno de los dos lados... - y añadió como si pensase en alto. - A mí eso me haría sentirme muy mal... jajajajaj...

    Miguel no sabía cómo reaccionar. Hacía dos días que había muerto y la verdad no se había parado a pensar en lo bueno y malo que había hecho durante toda su vida. Cuando estaba vivo no le importaba, además cuando lo arrestaron y lo mandaron para el psiquiátrico pensó que se había librado de todo, pero no había pensado en esto. Era una idea absurda, pero allí estaba, en espera de oír cómo se peleaban por ver quien tenía que joderse y quedarse con él...

    -Por cierto - dijo Lucía extendiendo la mano hacia él. - Esta es mi tarjeta, cuando termine el juicio, a lo mejor te hace falta llamarme...
    -Lucía Fer - leyó Miguel entre susurros.
    -Tú puedes llamarme Luci - y se marchó guiñándole un ojo.


    *Mi frase.

martes, 22 de abril de 2008

CuentaCuentos nº 76 "Reencuentros"

Reencuentros

    “La última vez que se vieron eran todavía adolescentes. Se habían jurado amor eterno cuando supieron que ella tendría que mudarse cuando a su padre le concediesen el traslado. Habían llorado juntos en su lugar secreto, donde se reunían para abrazarse y besarse. Donde nadie les decía que sólo eran unos niños y que no podían tener aquellos sentimientos...

    El día que Susan se fue para Peter todo cambió. No volvió a ser el mismo chico de siempre. Estaba triste, callado, apenas salía de casa y en los estudios había bajado su rendimiento. Nadie sabía el por qué de aquel comportamiento repentino, porque nadie conocía la existencia del amor que ambos se profesaban.  Para Susan las cosas tampoco fueron fáciles. Tuvo que adaptarse a una nueva ciudad, nueva gente, nuevo colegio, nuevos... ¿Amigos? No. No conseguía hacer amigos nuevos. No se sentía capaz o más bien no quería hacerlos. Lo único que la calmaba y la hacía estar mejor era pensar en que algún día volvería a estar con Peter y que entonces ya nada ni nadie podría separarles.

    Pasaron los años y ambos tuvieron que seguir adelante con sus vidas, o con lo que decían que eran sus vidas, porque para ellos, lo que tenían delante era un auténtico infierno en el que tenían que pasar cada día el uno sin el otro. Pero consiguieron seguir avanzando, porque se lo habían prometido aquel último día que estuvieron juntos. Aquel día en el que por miedo a no verse más se habían entregado el alma el uno al otro. El momento en el que fueron, al fin, un solo ser...

    Susan terminó la carrera y comenzó a ejercer de abogada en un bufete importante, y en menos de dos años, ya la habían hecho socia de la firma. Tenía todo lo que la gente podía desear, pero aún así no era feliz. Seguía pensando en Peter a cada instante que podía. Cuando veía unos novios abrazándose, cuando se cruzaba con una pareja con niños, cuando veía a dos abuelitos echando migas de pan a las palomas en un banco del parque...

    Era muy deseada por los hombres. Nunca se había parado a pensar en ello, pero se había convertido en una mujer hermosa. Largas piernas, cintura de avispa, ojos verdes y una larga y ondulada melena color azabache. Todo aquello en conjunto hacía que siempre se levantasen murmullos a su alrededor y más de una vez, se había sorprendido a si misma haciéndole un grosero corte de manga a un trabajador de la construcción después de un comentario soez sobre su trasero.

    Sus compañeras siempre le preguntaban si no había ningún hombre en su vida, porque ella podría conseguir al que desease con una sola mirada, pero siempre les contestaba lo mismo “Hay un hombre desde hace años, y tarde o temprano volveremos a encontrarnos”. Y ellas suspiraban imaginando la tierna historia de amor que Susan no quería contarles, para no tener que compartirla con nadie. Para no tener que compartir así la imagen de su último encuentro con Peter. Susan se miraba en el espejo del ascensor aquella noche. Se veía radiante y sabía que sería el centro de casi todas las miradas masculinas en cuanto hiciese su entrada en el salón donde se celebraba la fiesta de cumpleaños de uno de los socios del bufete, pero le gustaba sentirse deseada y saber que ninguno de ellos podría tenerla nunca.

    El ‘ding’ que anunciaba que había llegado a la planta deseada la sacó de su ensoñación y se preparó para la lluvia de elogios que iba a caer sobre ella, y fue tal y como esperaba. En cuanto entró en la estancia se hizo un silencio y todos se volvieron a verla y comenzaron a lloverle elogios de todas partes, casi parecía ella la homenajeada porque incluso su compañero se acercó a ella y le dio un suave beso en la mejilla que ella recibió cerrando los ojos y sonriendo.

    Se paseó suavemente entre todos los asistentes, con un ligero movimiento de las caderas, siendo consciente de que en ese momento estaría siendo una de las mujeres más deseadas de la fiesta. Se acercó a la barra y pidió que le sirvieran un ‘Shirley Temple’ y se apoyó un momento mientras esperaba que la sirviesen. Y fue justo entonces cuando sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Alguien la estaba mirando fijamente y podía notar como su mirada la recorría de arriba abajo. Se giró lentamente con la bebida en la mano dispuesta a enfrentarse cara a cara con el hombre (al menos eso esperaba) que la estuviese mirando, pero entonces todo su cuerpo se quedó como paralizado. No era capaz de moverse, porque aunque habían pasado muchos años desde la última vez que se habían visto, pudo reconocer perfectamente a Peter entre toda aquella multitud.

    Su corazón comenzó a palpitar más fuertemente, aunque para ella, es como si empezase ahora, porque hasta aquel mismo momento no había vuelto a sentirlo dentro de su pecho. Sólo él hacía que estuviese así. Nerviosa y feliz al mismo tiempo. Con ganas de gritar y de llorar a la vez. Se sentía fuerte y débil frente a él. Él se fue acercando como a cámara lenta y Susan seguía sintiéndose incapaz de hacer ni un solo movimiento. Incluso quería decir algo, pero notaba la garganta seca. Al fin había venido a buscarla y no era capaz de hacer ni decir nada. No quería parecer insensible, ni que él pensase que no le importaba que estuviese allí, pero no había forma de hacer reaccionar su cuerpo.

    Al final consiguió que su brazo cediese a las órdenes que le enviaba su cerebro y pudo beberse el ‘Shirley Temple’ de un solo trago. Ya no tenía la garganta seca, pero tampoco dijo nada, porque la verdad, no sabía ni qué iba a decirle. Había imaginado muchas veces que se encontraban otra vez, pero nunca se había parado a pensar en que iba a decirle cuando eso sucediese.

    Peter llegó hasta ella y le dijo un suave ‘hola’ que fue el desencadenante de todo el cuerpo de Susan. Ahora ya podía moverse, ya podía hablar y se sentía liberada al fin de aquellos horribles segundos en los que había tenido miedo de que finalmente su mente le hubiera jugado una mala pasada y no fuese él, así que se echó en sus brazos y le dio el más efusivo de los abrazos, que llevaba guardando durante años para él, sólo para él.

    -¡Peter al fin! Cuanto tiempo sin verte.
    -Lo mismo digo Susan. Jamás creí que te encontraría aquí.
    -Ni yo a ti. Es lo que menos esperaba. Por cierto, ¿cómo es que estás aquí?
    -Porque tu socio, el que está de cumpleaños, está llevando unos asuntos de alguien cercano a mí... Así que aquí estoy.
    -Que casualidad, hasta podría haber llevado yo los asuntos de ese ‘alguien cercano’ jijiji...
    -Sí, podría ser...

    Susan volvió a abrazarle. No se lo podía creer. ¿Al fin estaban otra vez juntos y se iba a poner a hablar de trivialidades? Le sentía contra su cuerpo y notaba como todo su cuerpo comenzaba a temblar. Necesitaba tenerle más cerca, estar a solas con él, y notaba contra su cadera que él también lo deseaba, y mucho. Separó su cabeza de su hombro para preguntarle si quería que fuesen a un lugar más apartado, justo cuando una pelirroja se paraba a su lado.

    -Peter cariño, ¿quién es tu amiga?
    -Oh, sí, perdón. Ahora os presento – dijo Peter alejándose un poco de Susan. – Mary, esta es Susan, la amiga de la infancia de la que te hablé tantas veces.
    -Por supuesto – dijo Mary. – Susan...
    -Susan, esta es Mary... – y tras un silencio añadió. – Mi esposa.

    Susan creyó que todo su mundo se desvanecía en aquel mismo instante, con aquellas dos palabras saliendo de los labios de Peter, pero trató de mantenerse firme, entera, para que nadie pudiese notar que en unos segundos todo había cambiado por completo, dando un giro radical.

    -Peter me ha hablado mucho de ti durante todos estos años.
    -¿Durante todos estos años? – preguntó Susan.
    -Sí. Estuvimos de novios un año y ahora llevamos casados ¿Cuánto? ¿Tres años mi amor?
    -Sí, tres años. – respondió Peter con la cabeza baja.
    -Sí, tres maravillosos años. Mira – dijo sacando la cartera del bolso. – Estas son nuestras gemelas, Sophie y Estella, tienen añito y medio, y ahora viene en camino nuestro pequeño campeón.
    -¿Vuestro pequeño campeón? – preguntó con perplejidad Susan.
    -Sí, estoy embarazada de 5 meses, ¿no lo habías notado?

    En ese mismo momento Susan la miró de arriba abajo y fue consciente del estado de Mary. Hasta ese momento ni se había fijado, o quizá su cerebro no había querido retenerlo. Fuese como fuese, Peter había seguido adelante con su vida y no la había esperado. Cuando le vio allí mirándola pensó que había venido a por ella. En ningún momento se le pasó por la cabeza que él pudiese haber seguido con su vida, porque ella no lo había hecho, y no fue por falta de oportunidades, sino por la promesa que le había hecho cuando eran todavía adolescentes. Quizá su palabra valía más que la de Peter...

    Vio como Mary se alejaba satisfecha por haber marcado el territorio delante de ella. Presumiendo de su barriga ante todo aquel que quisiera verla y charlar durante un rato. Y notaba que muy a menudo se giraba para mirarla, mientras se acariciaba el vientre y en su mirada podía verse reflejada la victoria.

    -Peter, sé que no es el momento, pero siempre me quedé pensando en nuestra promesa.
    -Lo sé Susan, yo también. Pero llegó un momento en el que sólo el hecho de recordarte me hacía daño y entonces llegó Mary. La conocí en el último curso y con ella empecé a olvidarte. Y la verdad, pensé que tú harías lo mismo tarde o temprano.
    -Pues ya ves que no. Que yo me quedé esperándote.
    -Ahora lo sé y me duele. Porque sigues siendo tan hermosa como antes, o incluso más.
    -Peter, necesito al menos despedirme de ti. Un momento a solas en el que podamos cerrar lo que empezamos hace tantos años. ¿Me concederás al menos eso?
    -Tan solo dime cuando y donde.
    -En 10 minutos, en mi despacho. Es el que está al fondo del pasillo en la planta inferior.

    Y se alejó de allí en silencio, rumbo al ascensor y Peter la observó hasta que las puertas se cerraron y perdió el contacto visual con ella. Estaba perplejo por lo que estaba a punto de hacer, pero no había vuelta atrás. La deseaba y ahora que había vuelto a verla, tenía que cerrar aquella etapa de su vida para poder seguir siendo feliz al lado de Mary. Cuando entró en el despacho, Susan ya lo estaba esperando de pie, en el centro de la estancia. Se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos, sintiendo como ella se estremecía y como su corazón comenzaba a latir más fuertemente que antes. Ella le besaba con una mezcla de dulzura y pasión. La misma que recordaba de hacía tantos años y mientras iba dando cortos pasos hacia atrás, retrocediendo hasta la mesa.

    Cuando tropezó con ella se levantó un poco la falda y se sentó en el borde, abriendo ligeramente las piernas y dejándole así espacio suficiente a Peter para colocarse entre ellas y poder pegar su cuerpo al de ella sin ninguna interrupción entre ambos.  Susan comenzó a besarle el cuello suavemente, sembrando cálidos besos que le encendían aún más el deseo, y él se dejaba hacer hasta que notó que ella le mordía fuertemente, y se apartó bruscamente de ella, un poco consternado por la situación.

    -¡Susan! Mi mujer está arriba. ¿Por qué has hecho esto? – dijo mientras se tocaba el cuello.
    -¿Por qué? – dijo Susan mirándole a los ojos. – Para que todo el mundo sepa que en tus últimos momentos de vida fuiste mío.

    Y en ese preciso instante con un rápido movimiento, Susan le clavó su abrecartas en el abdomen. Hasta la empuñadura y girándolo después para que la herida se hiciese más grande, y comenzó a notar como brotaba su sangre sobre sus piernas. Mientras le miraba a los ojos sacó el abrecartas y volvió a clavárselo, esta vez con más fuerza y más ira. Se sentía traicionada, engañada, herida en su orgullo y descargaba toda su ira con cada embestida del abrecartas contra el cuerpo de Peter.

    Cuando notó que sólo le quedaba un hilillo de vida lo empujó y lo dejó caer torpemente sobre la alfombra de su despacho y lo observó mientras exhalaba sus últimos alientos de vida. Pero viéndolo allí tirado, pagando su traición no se sentía mejor ni mucho menos, y sabía lo que tenía que hacer. Se levantó y tiró el abrecartas con furia sobre el cuerpo inmóvil de Peter y fue a sentarse en su escritorio. Sacó una libreta con el membrete del bufete, cogió su pluma y se puso a escribir mientras las lágrimas comenzaban a brotar y resbalaban por sus mejillas.

    Se levantó y dejó la pluma sobre la mesa. Abrió el primer cajón y volvió a guardar la libreta allí dentro, y luego abrió el tercer cajón para coger de allí el último caprichito que se había comprado. Dio la vuelta a la mesa y se colocó de pie al lado del cadáver de Peter. Seguía llorando mientras le miraba allí, pero ya estaba todo hecho. Levantó la hoja que llevaba en la mano izquierda y lentamente leyó en voz alta.

    -Nuestra historia de amor fue como la de Romeo y Julieta y tiene que terminar como la suya... Trágicamente...

   Entonces levantó la mano derecha y se pegó un tiro en la sien.”


    *Frase de Shaylee.

jueves, 17 de abril de 2008

CuentaCuentos nº 75 "El beso"

El beso

    “La oscuridad lo envolvió todo, y supo que cuando volviese la luz todo habría cambiado. Estaba nerviosa. Temblaba. Se sentía como una niña pequeña. No era la primera vez que iba a hacerlo, pero sí la primera con él, y eso es lo que la ponía nerviosa. Le miraba a los ojos y casi podía verse reflejada en ellos. Brillaban mucho, casi podría decir que más que nunca, y sería cierto, porque su mirada escondía algo diferente, algo que hasta ahora nunca había estado ahí. ¿Quizá el deseo cumplido de tenerla entre sus brazos?

    No sabía qué hacer. Quería besarle, pero su cuerpo no le respondía. No la dejaba moverse, parecía que estuviese clavada al suelo, y le veía acercarse. Lentamente, en silencio, sin apartar los ojos de los ella, hasta que él venció la batalla y tímidamente, ella apartó la mirada. Sintió como sus brazos la rodeaban y su respiración se volvió más acompasada. Cada movimiento de las manos de él sobre su cuerpo la hacía temblar sin poder evitarlo. No sabía por qué su cuerpo reaccionaba así. Quería ser fuerte, hacerle ver que no estaba nerviosa, ella no era así. Pero él le hacía sentir mil sensaciones y volvía a sentirse como si fuese nueva en todo aquello...

    Una nueva caricia, otra respiración profunda. Sentía como todo su pecho se llenaba de aire, para luego soltarlo lentamente en un suave suspiro, casi imperceptible, como un susurro, y que hacía que en los labios de él, apareciese aquella sonrisa tan pícara que a ella no hacía más que sonrojarla. Volvía a mirar sus ojos. Su forma de mirarla ahora era diferente. Siempre la había visto con timidez, desde la distancia, entre las sombras, como escondido. Y ahora la miraba de frente, sin esquivar su mirada y ella quería ser fuerte. Quería mantenerle la mirada.

    -Por fin te tengo. Ya eres mía...
    -Sí.
    -¿Y por qué tiemblas? Tú no eres así...
    -No, pero contigo es diferente, tú me haces sentir así.

    Y aquellos labios estaban cada vez más cerca de los suyos y se iba preparando para el beso que vendría. Pensaba en si cerrar los ojos o mirarle mientras se besaban. ¿Pero qué más daba lo que ella quisiera si su cuerpo decidiría por ella? Y así fue... Por fin sintió sus labios cálidos sobre los suyos, y en ese justo instante todo pareció detenerse para los dos. Entre ellos no había ni un solo espacio sin rellenar de deseo, de pasión, de ilusión, de ganas, de amor...

    Se dejó arrastrar por todo lo que sentía y por su cuerpo comenzó a recorrer una nueva sensación de felicidad, y le gustaba. Volvía a sentir que todo estaba bien, que nada podía ir mal, que al fin había llegado el momento de ser feliz de nuevo. El roce de sus labios, de su cuerpo la volvía loca. No quería separarse de él, no quería tenerle lejos, deseaba fundirse en un solo ser junto a él... Y quizá en aquel momento lo consiguió. Unir sus almas para siempre, porque estuviesen donde estuviesen y sin importar la distancia entre ambos, siempre se sentían el uno junto al otro...”


    *Mi frase.

martes, 8 de abril de 2008

CuentaCuentos nº 74 "Amistad"

Amistad

    “La mano no me tiembla mientras acerco la cerilla al cigarro que cuelga de mis labios. Tengo el pulso firme, mucho más firme que cuando estaba en la facultad. Así que acerco la cerilla hasta el pitillo que ya casi se ha convertido en otra extraña prolongación de mi cuerpo, y cuando su llama incandescente entra en contacto con él, doy unas pequeñas pero seguras caladas y entonces comienzo uno de los momentos que más me gustan del día. Ver escribir a Igor...

    Me gusta sentarme en este viejo sofá de color castaño. Tiene la tapicería llena de agujeros. Unos son por culpa de desgarrones o de animales y otros son pequeñas quemaduras producidas por mis cigarros, pero no cambiaría los últimos cinco años que me llevo sentando en él por nada del mundo. A veces cuando me paro a pensarlo casi me parece increíble que Igor y yo nos hayamos conocido hace ya tanto tiempo, y quizá sea porque a su lado me parece que el tiempo no transcurre o lo hace más despacio, y eso que cada dos días, durante estos últimos años, nos pasamos la tarde juntos.

    No sabría cómo explicarlo, pero me relaja verle escribir. Es como si en el momento en el que se sienta delante del ordenador una luz le iluminase la mirada y me siento totalmente incapaz de apartar la vista de él. Me atrae, me atrapa y me paso las horas sentado sin moverme, sin articular una sola palabra y no sintiendo nada más que admiración por él... Recuerdo con total claridad el día que nos conocimos. Él acababa de llegar a la ciudad y se encontraba desorientado. Yo tenía treinta y un años y buscaba desesperadamente algo en lo que centrar mi atención para olvidar el accidente en el que habían muerto mi mujer y mi hija. Me escudaba en el alcohol, pero al día siguiente el recuerdo y la agonía eran mucho mayores, hasta que nos encontramos y me hice cargo de él.

    Igor no debía tener más de dos años y todo lo que le rodeaba le asustaba. Al principio ni siquiera me dejaba acercarme a él, pero poco a poco fuimos entablando amistad, hasta que nos volvimos inseparables. No sé que haría sin él, porque me ayudó a superar mis miedos, mi dolor, mi sentimiento de culpa por no haber estado en casa con ellas... Todo eso desapareció con su llegada, y de eso hace ya 5 años. Ahora me encuentro en este viejo sofá que ha sido testigo silencioso de nuestros encuentros durante todo este tiempo. De cómo llego y me siento aquí sin decir una sola palabra. De cómo Igor se coloca delante del ordenador y comienza a escribir. Despacio, sin prisas, pensando bien las cosas y tocando una letra de cada vez. Así nos pasamos toda la tarde y cuando termina, me permite leer lo que escribió desde mi última visita y entonces es cuando me maravilla aún más su genialidad.

    Sus palabras comienzan a rodearme en cuanto mis ojos se pasean por las primeras líneas de sus escritos. Habla de lugares que nunca he visto, de sucesos que nunca había imaginado y de cosas que jamás soñé con conocer... Me sumerge en un sinfín de emociones que no sé cómo describir con palabras. Creo que nuestra amistad es lo que nos salvó de desaparecer ante el resto de la humanidad. Sin él yo habría terminado bajo algún puente con una puñalada, o en las urgencias de algún lúgubre hospital con un coma etílico, y él... Igor siempre dice que sin mí, ahora ya ni existiría. Que nadie le recordaría y que nadie sabría de él. Dice que soy como su padre y que me quiere como tal. Y el cariño que yo le tengo es muy parecido al que aún siento por mi hija, y aunque nadie podrá ocupar su lugar, Igor tiene su propio rinconcito justo a la misma altura que ella.

    Yo le traigo comida cada dos días, cuando vengo a verle escribir. Y después charlamos de mil cosas interesantes e increíbles de las que no puedo hablar con nadie más. Con él se me ha abierto mucho más la mente y eso se lo agradezco. Igor es mi familia, la única que tengo y por él sería capaz de dar mi vida con tal de que no le pasase nada malo. Es mi amigo, mi confidente, mi apoyo, mi hijo... Es todo lo que me ayuda a seguir día a día. Lo que me da valor para seguir adelante, y lo que me da la fuerza para levantarme cada mañana... Es especial para mí, muy especial...

    Por cierto... ¿Os he dicho que Igor es un dinosaurio morado que mide 7 metros?”


    *Frase de Aarón.

lunes, 31 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 73 "Circunstancias"

Circunstancias

    “Supo que había sentido miedo cuando miró hacia atrás sin que ninguna causa lo justificara. La calle estaba silenciosa. Ni un alma le hacía compañía en aquel trayecto que separaba su trabajo de su casa. Desde que había recibido la llamada de su mujer no tenía en mente nada más que llegar a casa. Que ella le contase todo otra vez, porque todavía tenía mil ideas bailando por su cabeza y los llantos de ella clavados en sus oídos. No había llegado a entender bien lo que quería decirle, porque no había más que llorar y llorar, pero sentía dentro de él que algo terrible se cernía sobre su familia.

    Cruzó el parque por donde muchas otras noches lo hacía acompañado de Búster, su pastor alemán, pero en aquel momento le pareció mucho más tétrico que de costumbre. No había una sola persona por allí aquella noche y eso hacía que toda su piel se erizase. Ni siquiera los grillos le acompañaban en su rápido caminar en dirección a su casa. Fue entonces cuando se giró. Ningún ruido, ninguna pisada, nadie, nada... Y aún así un escalofrío se había manifestado en su columna vertebral llegando casi a paralizarle.

    Miedo. Había sentido miedo y sin ningún motivo aparente, y eso era quizá otro síntoma del temor que tenía de llegar a casa. De enfrentarse a su mujer y lo que aquellas lágrimas podían esconder. Volvió a mirar hacia atrás. Sabía que no vería nada, pero quería estar seguro, cerciorarse. Estaba cerca de su casa, tanto que casi podía ver la salida del parque. Giró en el último recodo de su camino, y sus pies se detuvieron incapaces de dar un solo paso más, hincándose en el suelo como las raíces más fuertes y profundas que pudiese imaginar.

    A lo lejos, cerca de la entrada del parque podía ver a un hombre apoyado en un coche que estaba aparcado en el arcén. Tenía las luces apagadas y desde la distancia casi podría asegurar que estaba parado justo enfrente del portal de su casa. Con pasmosa dificultad consiguió dar un paso más, pero se detuvo nuevamente cuando creyó vislumbrar entre la brumosa oscuridad que aquel hombre había girado la cabeza en su dirección. Estaba seguro de que no podía haberlo visto por la distancia y porque se encontraba en una zona del parque en la que los chavales disfrutaban apedreando farolas.

    Estaba al amparo de la oscuridad y aún así se había sentido observado por aquel desconocido que esperaba en la lontananza. ¿Qué haría allí? ¿Quizá la llamada de su esposa tenía que ver con él? ¿Y por qué? Eran suposiciones absurdas y quería borrarlas de su mente, pero no lo conseguía. Volvían una y otra vez martilleando su cabeza con mil pensamientos que casi conseguían volverle loco. En la distancia notó un movimiento sospechoso en aquel hombre, que volvió a girar su cabeza y su mirada hacia el parque, e instintivamente se escondió entre unos arbustos cercanos.

    Estaba claro que buscaba o esperaba algo o a alguien que llegaría por el parque, por el mismo sitio por el que él iba camino de su casa. No era motivo para estar así, pero no podía evitarlo. Su cuerpo reaccionaba involuntariamente poniéndose en tensión y en guardia. Dio un par de pasos amparado por la oscuridad que le ofrecían todas aquellas farolas rotas. Se movía con la agilidad de un gato que acecha a su presa, acompasando su respiración a cada paso que daba, pudiendo saborear casi el olor de su víctima. Ahora ya podía verle perfectamente. Era un hombre que debería tener más o menos su edad. Estaba apoyando en el coche, con las manos en los bolsillos y parecía sereno, como si no esperase que ocurriera nada en concreto.

    Lo miraba con detenimiento, escudriñando cada detalle de su ropa, de su cara, de sus gestos, de su actitud... Parecía no esperar nada concreto, pero estaba claro que algo hacía allí, y no saber el que le tenía de los nervios. El desconocido volvió a dirigir la vista hacia el parque, pero tuvo tiempo de esconderse tras un seto. Su mano se topó con una rama rota que estaba en el suelo y casi instintivamente la cogió con fuerza. Se incorporó y se asomó un poco. Seguía allí... El silencio parecía acrecentarse a su alrededor y ya se hacía insoportable en sus oídos. La falta de ruido se había colado hasta el fondo dentro de su ser y le ensordecía el zumbido que los rodeaba a ambos. Al desconocido y a él mismo...

    Dio un paso más, sin querer pisó unos cristales rotos de la última farola del parque, y quedaba ya expuesto ante los ojos del extraño, que se había girado por completo hacia él, y entonces todo se precipitó. Pudo ver como el hombre metía su mano en el interior de la chaqueta, y reaccionó en una fracción de segundo. Se lanzó sobre él con un grito, cargando entre sus manos la rama, y antes de darse cuenta le había golpeado en la cabeza con todas sus fuerzas. Se separó jadeando y observó la escena como si de un cuadro se tratase. El cuerpo de aquel hombre, tendido en el suelo, dando los últimos coletazos de vida. Viendo como la sangre manaba de aquella herida abierta...

    Entonces se fijó en la mano que el desconocido había metido dentro de su chaqueta y vio que tenía algo en ella. Se agachó para cogerlo y rápidamente se incorporó temiendo que aún le quedase suficiente vida para tratar de herirle. Entonces sintió flojera en todo el cuerpo. Su mano se destensó y la rama cayó hasta el suelo estrepitosamente. Miles de lágrimas comenzaron a escurrirse por sus mejillas, pero no consiguió emitir ni un solo sonido. Sus rodillas flaquearon un solo instante, pero lo suficiente para hacerle caer al suelo, y ante sus ojos vidriosos cayó la foto que llevaba el desconocido. Una foto de su hijo amordazado y encerrado en una pequeña jaula...”


    *Frase de  Amanda Pinkleton.

miércoles, 26 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 72 "Una última lágima"

Una última lágrima

    “Llegó la oscuridad, y con ella una lágrima resbalando por su mejilla. Se sentía sola, y aunque el sentimiento no era nada nuevo, esta vez parecía completamente diferente. Quizá porque su corazón había dejado de sufrir por fin. Quizá porque había conseguido volver a sonreír. Quizá porque había dejado de ver el cielo gris para verlo azul. Y al final todo se había venido abajo de nuevo. Sin avisar, de repente.

    Necesitaba tranquilidad, felicidad y creyendo que podría haberla encontrado bajó la guardia. Se permitió ser débil una vez más. Se dejó acariciar de nuevo por palabras sin darse cuenta de que las palabras se desvanecen en el aire. Y a fin de cuentas es lo que sucedió, y sabía casi con toda seguridad que aquello ya no tendría remedio. Porque es orgullosa, porque no deja que nadie le pase por encima, y cuando eso pasa, es difícil que olvide, que deje pasar, que perdone... Se siente traicionada por todo lo que compartió con él, porque no entiende a que pudieron venir esas palabras y esa “agresividad”  que le mostró, y porque estaba tan a la defensiva.

    ¿Acaso ella había hecho algo? No lograba comprenderlo, la verdad. Si había algo dentro de él, ¿porque estuvo así? ¿Porque quizá no había nada? ¿Porque se había asustado? Mil preguntas y no tenía respuestas para ninguna, sólo él podía dárselas, pero a lo mejor ella ya no quiere escucharlas. Puede que ya esté harta de todo esto, de escuchar excusas y mil palabras bonitas que al final siempre quedan en nada... Y al final terminará cayendo de nuevo donde creía que no volvería a caer, porque lo necesita, lo necesita con urgencia... Un abrazo. Uno que no llega y con el que no le queda más remedio que soñar...

    Y después de todo esto suena el teléfono, otra vez él. Otra vez para confundirla todavía más de lo que ya lo estaba y se queda mirándolo sin saber qué hacer, si contestar o no, si colgar o dejarlo así hasta que pare de sonar... Otra vez un dilema que no puede resolver sola. Porque pese a que es inteligente y siempre consigue salir adelante, ahora se siente como una niña pequeña ante la incertidumbre de si dentro de su armario lo que hay es el monstruo que ha creído ver. O si por el contrario, debajo de ese aspecto horrible que ha dejado a la vista, hay algo más hermoso.

    Es algo que debería descubrir y que no se atreve. No da ningún paso. No avanza, ni hacia el armario ni hacia el teléfono, que sigue sonando, inundando el aire a su alrededor con su lacónico y agonizante sonido, que se mete en sus oídos y su cabeza como el peor y más horribles de los lamentos. Ahora volvía a sentirse indefensa una vez más. Sin saber que decir o como actuar. Sabía que tenía que hacer algo, que no podía dejarse morir una vez más, y se puso a escribir...

    Una vez más comienza a sonar el teléfono y deja las letras a un lado para cogerlo entre sus manos y descolgar sin tener muy claro que va a suceder. Y entonces otra vez sonrisas. No sabe muy bien como lo consigue, pero ha vuelto a hacerla sonreír y otra vez es feliz... ¿Y por qué no darse una oportunidad? Pues sí, se la va a dar, porque ambos se lo merecen.

    Una sonrisa, un te quiero y un futuro por delante...”


    *Frase de Gema.

sábado, 22 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 71 "Filosofías"

Filosofías

    “-Me dijiste: ‘Los árboles son vividores pretéritos en otoño que en primavera camuflan su pasado con hojas verdes y, si son presumidos, con flores de cualquier color’. ¿Es lo que me dijiste sí o no?
    -Bueno sí, es lo que te dije... – contestó Max.
    -Pues ahora me lo vas a tener que explicar – dijo Newton.
    -Con el nombre que tienes, podrías ser algo más inteligente.
    -Vamos a ver, ¿y qué tiene que ver el nombre ahora? ¿Acaso por
 llamarme Newton simplemente debería ser más inteligente? Lo dudo...
    -Yo también dudo que puedas ser más inteligente.
    -¿Qué estás insinuando?
    -¿Yo? Nada.
    -¡Anda que no Max!
    -Vamos a ver Newton, sólo era una pequeña broma, nada más... Soy consciente de que un simple nombre no puede cambiar ni la apariencia física de alguien, ni su inteligencia, ni su formación molecular básica. Eso lo sabe todo el mundo.
    -¿Ves? Ya empiezas otra vez igual. Cuando te pones así no te entiendo y muchas veces me cuesta seguir nuestras conversaciones y ya sabes que no tengo nada mejor que hacer que estar aquí charlando contigo...
    -Tú también sabes que yo no tengo nada mejor que hacer.
    -Pues entonces no me pongas las cosas tan difíciles. No creo que sea tan complicado decir las cosas para que hasta un cabeza de nuez como yo las entienda.
    -A ver Newton, ¿qué es lo que quieres que te explique?
    -¡Todo en general! Jajajaja...
    -Vamos, no seas payaso.
    -No, ahora en serio, lo de los árboles, explícame lo de los árboles pretéritos esos... ¿Es una nueva clase?
    -Bien, veamos... Cuando te digo que los árboles pretéritos me refiero a que en otoño están ahí, y aunque sus hojas se desprendan de sus ramas, ellos seguirán estando ahí, porque ese es su cometido, su finalidad.
    -Sí, eso creo que lo había pillado, pero ¿y lo de la primavera?
    -Pues que cuando llega el buen tiempo vuelven a tener flores y hojas verdes, y ya no parecen los mismos árboles viejos del invierno...
    -¡Ah! Por eso dices que camuflan su pasado... Porque esconden bajo tanto colorido que son árboles que llevan décadas en el bosque y con sus colores y nuevo follaje se difuminan entre los árboles más jóvenes, ¿no?
    -¿Ves como no era tan difícil Newton? Y tampoco es necesario que te caiga una manzana en la cabeza para tener una gran idea.
    -¿Qué no es necesario que me caiga una manzana en la cabeza? No lo pillo...
    -Buah, déjalo.
    -¿Cómo que déjalo? Para ti es muy fácil decirlo, porque sabes de lo que hablas. A veces no te das cuenta de lo despistado que me dejas Max.
    -Mira, estate tranquilo, no era nada que tuvieses que pillar, sólo era una simple frase. Deja de comerte la cabeza por todo y trata de disfrutar del momento.
    -Ya, pero para la semana que viene me vendrás con una nueva frasecita de esas, que no sé de donde las sacas, y volverás a dejarme sin saber que decir...
    -Newton, relájate. Mira, aquí tienes una rama de árbol. Disfrútala y no pienses en esto más... Sé feliz.
    -¿Sabes qué Max?
    -Dime...
    -Yo soy feliz siendo ardilla...”


    *Frase de Popi.

miércoles, 12 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 70 "Momentos"

Momentos

    “-Soy el mendigo que sólo acepta sueños.
    -Pero ¿de verdad que no quiere un par de monedas para tomarse un café?
    -No chiquilla, gracias. Si los del bar de enfrente siempre me traen un cola.cao caliente a media tarde.
    -¿Y sólo toma eso en todo el día?
    -No, claro que no. En el centro social me dan un desayuno, comida, cena y un lugar cómodo y calentito en el que dormir. Por eso no pido limosna, porque ya estoy muy agradecido por todo lo que recibo...
    -¿Y cómo es eso de que sólo acepta sueños?
    -Pues verás. Me siento cada día en un lugar diferente. Y cuando alguien me quiere dar unas monedas le ofrezco un pedacito de papel y un bolígrafo y les digo que únicamente me escriban algo que deseen mucho, algo que anhelen conseguir.
    -Un sueño...
    -Exacto, y al terminar el día, cuando ya me voy a dormir abro los papelitos y los leo, y veo todas aquellas cosas que quieren conseguir.
    -¿Y qué tal?
    -Algunas veces me encuentro con algunos que no me gustan, pero siempre, siempre hay alguno que me hace sonreír y consigue que duerma plácidamente.
    -¿De verdad? ¿Sólo con conocer los sueños de los demás?
    -Pues sí querida. Mira, si hoy te quedas charlando conmigo hasta que me vaya te dejaré ver el que más me emocione hoy.
    -Está bien. Porque me ha entrado la curiosidad.
    -Pues saciarla sólo es cosa de tiempo, querida.

    Lidia pasó el resto de la tarde con aquel vagabundo tan peculiar, que en el fondo no parecía un sin techo como los demás. Tenía algo especial que hacía que se sintiese bien allí con él. Se había parado con él cuando iba a echarle un par de monedas y vio todos aquellos papelitos, y movida por la curiosidad tuvo que preguntarle que eran, y él muy amablemente le contó su historia.

    Tenía una barba muy bien cuidada, quizá demasiado para ser un mendigo corriente, y era extremadamente educado, no como los otros, que te insultaban si no les echabas dinero, y quizá fue eso mismo lo que la hizo confiar en él. Hablaron durante horas de mil cosas y se sorprendió al ver que había pasado tan rápido el tiempo sin darse apenas cuenta. Menos mal que nadie la esperaba, o empezarían a echarla en falta.

    -Bueno, ya es hora. Voy a leerlos y te mostraré el más hermoso de hoy.
    -Vale, sin prisas. Me lo he pasado muy bien charlando contigo hoy...

    Se apartó un poco, para que no sintiese que estaba invadiendo su intimidad o algo así y se quedó mirando como cambiaba su rostro con cada nueva nota que leía. Aún no había llegado a la mitad cuando el rostro de... Vaya, no sabía cómo se llamaba... Bueno, pues en la cara del mendigo se dibujó una amplia y cálida sonrisa.

    -Bueno, creo que la he encontrado...
    -¿Ya? Pero si todavía no las ha leído todas.
    -Lo sé, pero son muchos años así y uno aprende a ver cuando encuentra aquel deseo que ningún otro podrá superar.
    -¿De veras? ¿Cree que ningún otro lo podrá superar?
    -Toma, júzgalo tú misma.

    Le tendió el papel con una sonrisa. Lidia lo cogió entre sus manos, nerviosa pensando que iba a profanar el deseo de alguien. Pero bueno, si lo había compartido con el mendigo no pasaría nada si ella también lo leía., ¿no? Abrió el papel lentamente y se encontró una letra infantil. Muy grande y desordenada y sólo el hecho de verla, ya la hizo sonreír. Tomó aire y leyó en voz alta.

    -Me llamo Marcos y tengo 8 años. A mí me gustaría que mi perrito soñase con una montaña entera de huesos para él solito. Sí, eso deseo.

    Lidia no pudo contener la sonrisa y supo que aquel deseo no podía ser superado, simplemente por la propia pureza del niño al escribirlo, y le devolvió el papel asintiendo.

    -Sí, seguro que es el mejor de todos. ¿Y yo podría escribirle también uno?
    -Claro que si pequeña. Ten, papel y boli.

    Lidia se apartó para que no pudiese ver lo que escribía y puso en letras bien grandes ‘ME GUSTARÍA SER COMO USTED. PODER SONREÍR Y SER FELIZ CON LA NOTA DE OTRA PERSONA’. Dobló el papel y se lo dio.

    Se extrañó al ver que a su vez, él le entregaba otro a ella y se quedó mirándolo sin saber muy bien que decir o como actuar.

    -No lo abras hasta llegar a casa. Un placer conocerte pequeña. Hasta la próxima.
    -Encantada. Hasta luego.

    Y se fue a su casa, tocando todo el rato en el bolsillo aquel papelito que le había dado. Nunca tenía ganas de volver a casa porque se encontraba sola, pero hoy lo estaba deseando... Cuando llegó lo dejó todo en la entrada y se fue a sentar en el sofá con la nota en la mano. La abrió muy despacio, y se encontró con una letra muy firme y clara.

    ‘Me equivoqué, sí que podía encontrar uno mejor que el de Marcos, el tuyo’.

    ¡Pero si no podía saber lo que ella había puesto! Sonrió nerviosa y se dio cuenta de que por detrás había un par de palabritas escritas.

    ‘YA LO ERES’.

    -Ya lo soy... – susurró y volvió a sonreír.

    No volvió a verle, pero estaba segura de que estaría bien. Ayudando a más gente como ella y pidiendo a cambio únicamente sueños...”


    *Frase de Scry.

viernes, 7 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 69 "En el salón"

En el salón

    "Voy a coger un frasquito de hierbas de mi librería, necesito relajarme un poco, así que elijo un té de caramelo. Dulce y relajante. ¡Perfecto! Pongo el cazo al fuego y dentro dejo caer un par de cucharadas de té. Prefiero este al que viene en bolsitas, que para cuando llegan a las manos del consumidor ya han perdido muchas cualidades. Me quedo absorta en el vaivén que adquieren las hierbas sobre el creciente crepitar del agua hirviendo, y allí estoy durante minutos, observando como la furia que el fuego infligió al agua arrastra hasta el fondo a las hierbas, coloreando el agua de un suave tono castaño...

    Preparo el té y lo dejo reposar durante unos cuantos minutos, por eso de sacar todas sus cualidades, y mientras me preparo unas cuantas pastitas para acompañarlo. Lo pongo todo en una bandeja acompañado de abundantes servilletas y algún que otro posavasos, ya que no me gustaría que mi mesa Luís XV se estropease por nada del mundo. Vuelvo al salón, donde me reciben las cortinas, de un color verde pálido, atrapando entre sus bordados en oro la impetuosa luz del sol de mediodía, y haciendo que la estancia adquiriese aún luminosidad diferente haciéndola parecer aún más majestuosa...

    Me encanta ese salón. Fue mi madre quien lo decoró así, con muebles de época y la verdad siempre me ha gustado mucho, a parte de que nunca me atrevería a mover nada que mi madre hubiese hecho. Mirando alrededor me encuentro rodeada de antigüedades. La mesa Luís XV, las sillas a juego con la mesa, el reloj de pared de mi tátara abuelo, un espejo ribeteado en oro del siglo XVII, las cortinas de organza bordadas en hilo de oro... Todo tan majestuoso que podría ser, perfectamente el salón de la corte de algún rey del siglo XVII o XVIII.

    Sólo hay dos cosas que rompen la armonía de todas aquellas piezas. Una de ellas es la alfombra. Me la compré en un arrebato, en medio de un capricho, y sinceramente sabía que no casaba con el resto del mobiliario, pero fue un impulso y yo soy una persona que sigue sus impulsos. Y aún así esa alfombra lleva en el mismo lugar desde hace ya más de 20 años. Y la otra cosa que choca con la vieja y exquisita decoración es el reciente cadáver de mi esposo, que aún sigue desangrándose y encharcando los suaves y hermosos tejidos de mí alfombra.

    Cómo lo he matado no lo voy a contar, porque ustedes, como buenos policías, lo adivinarán tarde o temprano, igual que los motivos que me llevaron a hacerlo, así que no vale la pena ni que intente demostrar mi inocencia. Escribo mi confesión aquí mismo, en este salón, tomándome mi té mientras espero a que lleguen. Que tengo que decirles que les he llamado confesando el asesinato hace más de 15 minutos y por aquí aún no ha venido nadie, y tengo que confesar también que a causa de su falta de puntualidad y rapidez, casi he estado a punto de escapar, pero viendo que llevo tacones, no me ha parecido ni correcto ni sano.

    Espero que esta confesión valga, porque como sabrán, como buena escritora que soy, no me gusta mucho hablar, me expreso mejor por escrito y puede ser que me haya extendido demasiado para decir que he matado a mi marido sin decir ni cómo ni por qué, pero es que me parecía mucho más importante para la posteridad hacerles ver el horror del cadáver de mi esposo en medio de tanta exquisitez. Así pues, me despido ya, que por fin oigo las sirenas y para cuando lleguen quiero tener todo esto terminado, no se vayan a pensar que tengo un arma escondida o algo así y me vayan a pegar un tiro sin querer.

    Afectuosamente,

    Sarah J. Turner.


    *Frase de Darka Treake.

lunes, 25 de febrero de 2008

CuentaCuentos nº 68 "Motivos"

Motivos...

    "-Al final, se rompió la tetera. - dijo Sofía.
    -Bueno, no pasa nada - respondió Bruno. - Ya compraremos otra.
    -Se ha roto... - y rompió a llorar.

    Eran las cinco de la madrugada de un sábado. Bruno acababa de llegar de una cena de negocios. Había hecho el menor ruido posible para no despertarla, pero por lo visto no estaba dormida. No había sido capaz de conciliar el sueño. La luz de la luna entraba por la ventana del dormitorio y se filtraba a través de las cortinas, bañando con su pálida luz la habitación. Bajo el resplandor de la luna casi parecía la misma de hacía diez años. Verdaderamente era hermosa y muchas veces se repetía la suerte que había tenido. Todos sus compañeros de trabajo le envidiaban y eso le hacía sentirse más orgulloso.

    Se quedó mirándola un buen rato en silencio, dudando entre si abrazarla o no. ¿La quería? Por supuesto que sí, pero le parecía muy extraño que estuviese así por una estúpida tetera. Y se puso a recordar cuando la habían comprado. Había sido dos días antes de su boda. Les quedaban aún unas cosas por comprar y por eso decidieron ir de compras. Entraron en multitud de tiendas y compraron lo necesario, tirando de tarjeta y dejando su dirección para que se lo llevasen a casa. Menos mal que la madre de Sofía se había ofrecido a quedarse pendiente de recibir todo lo que habían comprado mientras ellos estuviesen de luna de miel, para que lo encontrasen todo perfecto y preparado al regresar.

    Recordó que Sofía había visto aquella tetera en una tienda y prácticamente se había enamorado de ella, pero él se había negado a comprarla. Recordó que ella, entre juegos, había hecho un pucherito con los labios y sin saberlo, eso le había ablandado el corazón. Se habían metido en la tienda de al lado y mientras ella miraba unas alfombras que le enseñaba el amable vendedor, él se había escapado hasta la otra tienda y le había comprado aquella tetera. Recordaba perfectamente su cara cuando se la dio al llegar a casa.

    -¿La has comprado?
    -No, la he robado...
    -¿Qué?
    -Anda tonta, claro que la he comprado. Para ti... - dijo Bruno antes de darle un beso. - Quizá pueda ser un símbolo de nuestro amor, ¿no te parece?

    Y volvió a verla. Quizá por eso estaba así con la rotura de la tetera. Quizá ella también recordaba aquel momento y ahora al verla hecha pedazos, se había puesto triste. No sabía que decirle. Miraba la habitación en la oscuridad y cerca de la cama, en una silla, pudo ver una de sus camisas. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Era raro que no la hubiera puesto a lavar con lo ordenada que ella era... En la oscuridad distinguió algo raro en ella, y entrecerró los ojos para tratar de distinguirlo, y en el cuello pudo ver perfectamente, una marca de barra de labios. Todo su cuerpo se erizó con un escalofrío que le hizo taparse aún más.

    Miró a Sofía de reojo, y volvió a ver la camisa. Siempre había sido muy cuidadoso y no sabía cómo podía habérsele pasado algo tan evidente como aquello. Seguro que estaba así por esa mancha de la camisa, pero entonces ¿por qué había hablado de la tetera? ¿Quizá por el recuerdo de sus palabras aquel día?

    -Sofía, ¿la tetera...?
    -Sí, ¡la he roto yo!

    No hizo falta decir nada más. Se quedó en silencio, mirándola, siendo consciente de que tenía que grabar su imagen en su retina y en su memoria para siempre, porque aquella sería la última noche que ella le dejaría pasar a su lado..."


    *Frase de La Oruga.

jueves, 21 de febrero de 2008

CuentaCuentos nº 67 "El momento justo"

El momento justo

    “El sol brillaba alegremente en la mañana del gran día, pero el suelo seguía blanco de nieve y el aire era muy frío. Nieve... ¡Qué ganas tenía de tocarla! Aunque para poder hacerlo aún tendría que esperar un par de años, pero seguro que merecía la pena. Parecía tan blanca y tan mullida... Se imaginaba allí en medio tumbado, moviendo los brazos y las piernas y dejando en su lugar, al levantarse, la forma de un bonito ángel blanco.

    Estaba nervioso sí, para que negarlo, pero sabía que aquel día tendría que llegar, y también sabía que ocurriría cuando estuviese preparado. Pero aún así no podía evitar todos los nervios que sentía. Estaba seguro de que ese era el día exacto, porque esa mañana al despertarse notó algo diferente. Al principio, como aún estaba medio dormido no se dio mucha cuenta, pero después de desperezarse bien y darse un par de vueltas, comenzó a notar aquellas pequeñas diferencias. Miró hacia la pared para poder ver su pequeña estación meteorológica...

    Sí, sin duda. Había aumentado la presión y disminuido la humedad. Se acercaba el momento que tanto había esperado y en ese momento el embargaron las dudas. ¿Y si no estaba preparado? ¿Y si algo salía mal por su culpa? Sabía lo que tenía que hacer, se lo sabía de memoria, tampoco era gran cosa, pero realmente de él dependía que todo se pusiese en marcha. Otro aumento de presión. Comenzó a temblar. Estaba seguro de que aquello era pánico escénico. Tenía que relajarse. ¿Y si hacía un solitario? Mmmmm... Requería demasiada concentración. ¿Una cabezadita? Mmmm... Tampoco, no era el momento adecuado para quedarse dormido.

    Estornudó y se golpeó la cabeza contra la pared, ya que se había acercado un poco más para poder ver mejor los marcadores. Se estaba avecinando una buena, y cada vez se estaba poniendo más nervioso. Respiró hondo. La decisión estaba tomada, no había marcha atrás. Cogió aire una vez más, se colocó en posición y pasó sus manos fuertemente por la pared. Fue entonces cuando todo comenzó a precipitarse. Estaba hecho, no había vuelta atrás. Él había comenzado todo aquello, pero ahora no dependía sólo de él. Cerró los ojos y se dejó llevar. Ya quedaba poco.

    ‘Era la presión justa, la humedad correcta. Allá voy, comienzo mi gran viaje. Pronto podré abrazarte mami’.”


    *Frase de Matilda Grimm.

miércoles, 13 de febrero de 2008

CuentaCuentos nº 66 "En la cafetería"

En la cafetería

    “Todo sucedió en un minuto. En un solo minuto y os voy a poner en antecedentes para que os metáis en la historia... Todo sucedió en una cafetería, a comienzos de una primavera cualquiera, en algún lugar de este mundo. Tania tomaba café y charlaba con sus dos amigas. Reían y se contaban mil anécdotas de las cosas que les habían pasado en las últimas semanas. Estaban en aquella mesa tan absortas en su conversación que casi se habían aislado totalmente del resto del mundo de la cafetería. Sólo estaban ellas y sus gestos, sus miradas, sus sonrisas y su mutua compañía.

    Ya habían terminado sus consumiciones y le hicieron un gesto al camarero para que se acercase para atenderlas una vez más. El camarero recogió la mesa con una agilidad pasmosa, y entonces alzó la voz tanto como pudo para preguntarles que deseaban tomar. Les sorprendió aquel repentino aumento de voz, pero es que habían estado tan metidas en su conversación, que ni se habían dado cuenta de que la cafetería, antes casi vacía, se había llenado casi hasta su aforo limitado. La verdad es que a su alrededor se escuchaban miles de conversaciones a viva voz, risitas histéricas de alguna señorita coqueta, y algún que otro llanto de niño, pero sin entender bien porque, en ese mismo instante en el que Tania levantó la cabeza, todo pareció quedarse en el más absoluto silencio.

    (Muy bien, este es el momento preciso de poner el cronómetro en marcha...)

    00... Se abrió la puerta y Tania miró hacia allí. Entró él. No muy alto, moreno, ojos negros y una sonrisa que había sido capaz de iluminar por completo aquella sombría cafetería.

    03... Vio como miraba a su alrededor mientras se acercaba a la barra, pedir algo a la camarera, y escoger de entre los periódicos uno en especial. “Seguro que ha cogido ‘El Mundo’ o ‘La Razón’, tiene cara de intelectual” pensó Tania. Entonces se fijó en su ropa. Vestía un pantalón vaquero, una camisa azul con rayas blancas y una americana. “No, seguramente ha cogido el otro...” Y al moverse vio que efectivamente, había cogido el ‘Marca’.

    12... Vio como daba un par de pasos en la dirección en la que estaba ella. ¡Dios! Iba a notar que lo estaba mirando. No sabía como disimular, porque no era capaz de apartar los ojos de los de él. La tenían como hipnotizada.

    20... Pudo ver como esquivaba a un joven e inexperto camarero con una bandeja llena de cafés calientes. Como le agarró la bandeja para que no terminase todo por encima suyo y la sonrisa de ‘no te preocupes, no ha pasado nada’. Y esa sonrisa que ni siquiera iba dirigida para ella la conquistó.

    33... Él siguió su camino, ¿pero hacia a dónde iba? Tania miró en la dirección en la que avanzaba y pudo ver una pequeña mesa en un rincón. Estaba vacía y tenía sólo un par de sillas. La verdad es que siempre que había ido a esa cafetería, esa mesa siempre estaba vacía por muy lleno que estuviese aquello.

    37... Volvió a verle, porque no quería perderse ni un solo movimiento que hiciese, y entonces, a punto de cumplirse el minuto que os cuento, él llegó hasta la mesa en la que estaba sentada. Le tenía tan cerca...

    40... Se atusó el cabello, se mojó los labios con un sensual movimiento de la lengua sobre ellos, y preparó su mejor sonrisa para cuando sus miradas se cruzasen, pero eso no ocurrió.

    46... Él iba pendiente de no tropezar con ningún otro camarero y ni la miró de soslayo. Tania se sintió un poco decepcionada. No entendía a que venía entonces aquella extraña atenuación del sonido a su alrededor, que él captase toda su atención haciendo que nada más importase. Suponía que aquello era una señal, pero debía de haberse equivocado.

    50... Estaba un poco perpleja aún, pero no podía dejar de mirarle. La tenía como hechizada y seguía todos y cada uno de sus movimientos.

    52... Entre la gente le costó ver como apartaba una de las sillas de aquella desierta mesa y se sentaba.

    54... Justo al tiempo que la camarera a la que le había pedido, le servía una taza de café y otra de té con una sonrisa.

    55... “¡Sería descarada! ¡Se había puesto un té para tomarlo con él! ¿Acaso sería su novia? No, espera, se va... ¿Entonces ese té?”

    56… Justo en ese momento, su campo de visión quedó despejado, porque extrañamente, todo el mundo que había entre ellos se había movido al mismo tiempo y pudo ver como él se giraba hacia donde estaba ella y por fin sus ojos se cruzaron.

    57... Sintió un escalofrío por todo su cuerpo, y una nueva sensación que la invadía por completo.

    58... Vio como señalaba el té y sus labios comenzaron a moverse sin pronunciar una sola palabra, pero enviándole un inequívoco mensaje sólo para ella.

    59... “Es para ti…”

    00... Sin saber cómo, su cuerpo reaccionó al instante y se levantó de la silla. “Chicas disculpadme, creo que he sido víctima de un flechazo...” Y se alejó de sus amigas.

    05... Se acercó a él y se presentaron, pero esta ya es otra historia que dura mucho más que un minuto...”


    *Frase de Mj.