En
los jardines de palacio
“La belleza era su mayor bendición, pero también su maldición... Allí estaba, sentada al borde de
aquella fuente, perdida en sus pensamientos y tratando de recordar porque
estaba allí... Como tantas otras noches había escapado de palacio para perderse
por los jardines en busca de respuestas. Respuestas que nunca llegaban y noche
tras noche la luna era testigo incansable de sus lágrimas y su sufrimiento...
Al día
siguiente sería su boda. Un matrimonio concertado con un hombre al que apenas
conocía y al que por supuesto no amaba. Su padre se había encargado de todo. Le
decía que una alianza con aquel hombre tan poderoso les vendría bien, y que
ella sería muy feliz junto a él por todos los lujos que le podría ofrecer... ¿Y
qué más daban los lujos si no había amor? ¿Qué más le daba todo lo que podía
tener al lado de aquel hombre si lo que necesitaba él jamás podría dárselo?
Toda su vida
había tenido que convivir con aquella maldición... Su hermosura no tenía
comparación con ninguna otra dama de los alrededores. Su piel morena, su largo
y sedoso cabello de color azabache, sus carnosos labios y aquella mirada felina
escondida tras unos pequeños ojos color aceituna... Todos la admiraban por su
belleza, pero ella en cambio, se sentía maldecida. Sabía que jamás podría estar
segura del amor de un hombre por ella... Porque no la amaban a ella, sino a su
belleza.
Al principio
era muy ingenua y pensaba que no era así, pero con el paso del tiempo se fue
dando cuenta de que jamás la amarían por lo que realmente era... Hiciese lo que
hiciese siempre sería la hermosa hija del sultán. Una bella, joven y rica
heredera con la que convenía casarse... Había tenido varios pretendientes
durante los últimos dos años, pero su padre los había rechazado uno a uno...
Ella al principio sonreía porque creía que su padre no había visto verdadero
amor en los pretendientes de su hija. Tiempo después se encontró con la
realidad...
Cuando llegó
aquel hombre con tanta majestuosidad a palacio, pensó que sería otro rechazada
más, pero tras una charla con su padre, salieron a anunciarle que ya estaba
prometida y que pronto se desposaría con aquel desconocido del que nada
sabía... Y entonces supo la verdad, aún no la había casado porque no había
llegado un hombre lo suficientemente rico... Se encerró en su cuarto y lloró
durante dos lunas enteras. No podía creer que su propio padre le fuese a hacer
aquello. Sin darse cuenta, él mismo la había encerrado en una jaula de
brillantes barrotes de la que sólo podría escapar con la muerte...
Aquella noche,
como tantas otras, había salido a escondidas para disfrutar de unas pocas horas
de auténtica “libertad”. Paseaba entre las flores sin pensar demasiado en lo
que estaba por venir. A unos cuantos pasos delante de ella vio algo brillar y
curiosa, se acercó a ver que era... Había tenido suerte por primera vez en su
vida! Era una moneda de oro. Una simple moneda, pero que para ella significaba
mucho más... Era la primera moneda que realmente le pertenecía a ella. Era suya
porque la había encontrado y podría hacer con ella lo que desease... Pensó en
guardarla por siempre, como recuerdo de aquellas noches en las que era libre,
pero pronto en su cabeza comenzaron a materializarse otros pensamientos...
Paseó por los
jardines y llegó hasta la gran fuente que había en el centro y se sentó en el
borde. Allí estaba con la moneda de oro en la mano y segura de lo que iba a
hacer. No serviría de nada, pero al menos a ella la liberaría de su tormento
pensando que al menos lo había intentado... La belleza era su mayor bendición,
pero también su maldición... Tiró la moneda al aire, por encima de su cabeza y
al tiempo que la moneda se hundía en las cristalinas aguas de aquella fuente
murmuró...
-No quiero ser
hermosa...
Con lágrimas
en los ojos se fue a sus aposentos donde trató de descansar para el ajetreado
día de matrimonio que la esperaba al día siguiente... Por la mañana la
despertaron con gritos y empujones. No sabía lo que estaba pasando. ¿Habían
atacado el palacio? No podía ser... ¿O sí? La sacaron a rastras de su
habitación y la llevaron ante el sultán que le hizo un sinfín de preguntas que
no entendía. A su alrededor todo eran gritos, se sentía desconcertada y
finalmente la volvieron a coger y la llevaron al patio. Allí la ataron a unas
palmeras, le desgarraron el camisón y comenzaron a azotarla ante la mirada
impasible de su padre. Ella no hacía más que gritar de dolor y suplicar entre
llantos a su padre que la dejase ya...
No sabía el
motivo de tal castigo. Quizá sus paseos nocturnos? No podía ser eso... Eran
inocentes paseos dentro de palacio, no había echo nada malo... Pero no pudo
estar demasiado en estos pensamientos porque pronto se desmayó... Recuperó el
conocimiento justo cuando la llevaban hacia la puerta del palacio. Vio como se
abría aquel pesado portón lo suficiente como para que pasase una persona. La
acercaron hasta allí y de un empujón la tiraron al otro lado. Y desde el suelo
pudo ver como las puertas volvían a cerrarse...
¿Qué había
pasado? Estaba desconcertada... Una muchacha la ayudó a levantarse y le dijo
que la iba a llevar con ella a su casa, que no podía estar así en la calle... Entonces
recordó que tenía el camisón desgarrado y que seguramente estaría sangrando
copiosamente a causa de los latigazos recibidos... Pasaron por el mercado, y
todo el mundo las miraba. Entonces se paró delante de un puesto donde vendían
espejos. La cara que la observaba desde el otro lado no era la suya... Sólo
reconocía aquellos pequeños ojos color aceituna, aunque ahora, en otro rostro,
eran mucho más felices...”
*Frase de Mun.
Comentarios de la entrada original:
ResponderEliminarRoberto dijo:
3 septiembre, 2007 en 12:36
Me pregunto cuánto le durará a esta princesa la felicidad de no ser hermosa, puesto que ahora le sobrevendrá la infelicidad por su falta de hermosura y riqueza. Si es que no se puede tener todo en esta vida…
Saludos
printen
Alejandra dijo:
3 septiembre, 2007 en 12:54
Yo pienso que no… No hace falta ser hermosa y ser rica para ser feliz… Al menos no desde es mi punto de vista… Creo que existen cosas mucho más importantes que te pueden dar la felicidad, y mucho más que el dinero o la apariencia física…
Biquiños!!
Duendecilla-Mun dijo:
3 septiembre, 2007 en 18:23
¡Oh :D, muchas gracias por la dedicatoria!Lo cierto es que está más que a la altura. Me ha encantado el cuento, y sobre todo el personaje de ella, que se parece a la chica de mi cuento^^ La descripción de tu chica me ha recordado un poco a Jasmine, paseando por los jardines sintiendo la pena de su matrimonio forzado… También me ha dado mucha pena, porque debajo de ese bellezón seguro que había una belleza aún mayor y que los demás jamás conocerían^^Chapeau!Un besote hermoso,Mun
Sandra dijo:
3 septiembre, 2007 en 23:34
Bueno, que decir? jejeCreo que cuando leas el mío, sabrás porque no puedo comentar mucho sobre este… El mío a tirado para algo un poco (solo un poco, solo un poco, yo quería más, pero no me salió) más gore, pero la base es la misma… ¿Habrán muchos más así?Solo decirte que se me ha puesto la piel de gallina con la última frase… ^^Besitos.
Queralt. dijo:
5 septiembre, 2007 en 15:34
No se necesita la belleza para vivir con respeto y dignidad pero, renunciar a ella, a estas alturas de mi vida te digo, que es un error del que, posiblemente, se arrepienta.
Fíjate, yo hubiera pedido a la fuente, AMOR. No sé, perdona pero es que, cumplidos los cincuenta y uno, te das cuenta de que TODO en la vida es legítimo para conseguir el objetivo que buscas… pero si a tu prota le vale, a mi también, al fin y al cabo, sólo uno mismo sabe lo que le conviene y lo que realmente quiere y busca…
Me ha gustado mucho. Y es que, los "cuentos de hadas" `(¡anda que no leí yo de esos cuando era peque!), me encantan y considero que encierran muchos mensajes.
Helado de cerecitas y muchos besos.
Queralt.