lunes, 3 de septiembre de 2007

CuentaCuentos nº 43 "En los jardines de palacio"

En los jardines de palacio

    “La belleza era su mayor bendición, pero también su maldición... Allí estaba, sentada al borde de aquella fuente, perdida en sus pensamientos y tratando de recordar porque estaba allí... Como tantas otras noches había escapado de palacio para perderse por los jardines en busca de respuestas. Respuestas que nunca llegaban y noche tras noche la luna era testigo incansable de sus lágrimas y su sufrimiento...
 
    Al día siguiente sería su boda. Un matrimonio concertado con un hombre al que apenas conocía y al que por supuesto no amaba. Su padre se había encargado de todo. Le decía que una alianza con aquel hombre tan poderoso les vendría bien, y que ella sería muy feliz junto a él por todos los lujos que le podría ofrecer... ¿Y qué más daban los lujos si no había amor? ¿Qué más le daba todo lo que podía tener al lado de aquel hombre si lo que necesitaba él jamás podría dárselo?
 
    Toda su vida había tenido que convivir con aquella maldición... Su hermosura no tenía comparación con ninguna otra dama de los alrededores. Su piel morena, su largo y sedoso cabello de color azabache, sus carnosos labios y aquella mirada felina escondida tras unos pequeños ojos color aceituna... Todos la admiraban por su belleza, pero ella en cambio, se sentía maldecida. Sabía que jamás podría estar segura del amor de un hombre por ella... Porque no la amaban a ella, sino a su belleza.
 
    Al principio era muy ingenua y pensaba que no era así, pero con el paso del tiempo se fue dando cuenta de que jamás la amarían por lo que realmente era... Hiciese lo que hiciese siempre sería la hermosa hija del sultán. Una bella, joven y rica heredera con la que convenía casarse... Había tenido varios pretendientes durante los últimos dos años, pero su padre los había rechazado uno a uno... Ella al principio sonreía porque creía que su padre no había visto verdadero amor en los pretendientes de su hija. Tiempo después se encontró con la realidad...
 
    Cuando llegó aquel hombre con tanta majestuosidad a palacio, pensó que sería otro rechazada más, pero tras una charla con su padre, salieron a anunciarle que ya estaba prometida y que pronto se desposaría con aquel desconocido del que nada sabía... Y entonces supo la verdad, aún no la había casado porque no había llegado un hombre lo suficientemente rico... Se encerró en su cuarto y lloró durante dos lunas enteras. No podía creer que su propio padre le fuese a hacer aquello. Sin darse cuenta, él mismo la había encerrado en una jaula de brillantes barrotes de la que sólo podría escapar con la muerte...
 
    Aquella noche, como tantas otras, había salido a escondidas para disfrutar de unas pocas horas de auténtica “libertad”. Paseaba entre las flores sin pensar demasiado en lo que estaba por venir. A unos cuantos pasos delante de ella vio algo brillar y curiosa, se acercó a ver que era... Había tenido suerte por primera vez en su vida! Era una moneda de oro. Una simple moneda, pero que para ella significaba mucho más... Era la primera moneda que realmente le pertenecía a ella. Era suya porque la había encontrado y podría hacer con ella lo que desease... Pensó en guardarla por siempre, como recuerdo de aquellas noches en las que era libre, pero pronto en su cabeza comenzaron a materializarse otros pensamientos...
 
    Paseó por los jardines y llegó hasta la gran fuente que había en el centro y se sentó en el borde. Allí estaba con la moneda de oro en la mano y segura de lo que iba a hacer. No serviría de nada, pero al menos a ella la liberaría de su tormento pensando que al menos lo había intentado... La belleza era su mayor bendición, pero también su maldición... Tiró la moneda al aire, por encima de su cabeza y al tiempo que la moneda se hundía en las cristalinas aguas de aquella fuente murmuró...
 
    -No quiero ser hermosa...
 
    Con lágrimas en los ojos se fue a sus aposentos donde trató de descansar para el ajetreado día de matrimonio que la esperaba al día siguiente... Por la mañana la despertaron con gritos y empujones. No sabía lo que estaba pasando. ¿Habían atacado el palacio? No podía ser... ¿O sí? La sacaron a rastras de su habitación y la llevaron ante el sultán que le hizo un sinfín de preguntas que no entendía. A su alrededor todo eran gritos, se sentía desconcertada y finalmente la volvieron a coger y la llevaron al patio. Allí la ataron a unas palmeras, le desgarraron el camisón y comenzaron a azotarla ante la mirada impasible de su padre. Ella no hacía más que gritar de dolor y suplicar entre llantos a su padre que la dejase ya...
 
    No sabía el motivo de tal castigo. Quizá sus paseos nocturnos? No podía ser eso... Eran inocentes paseos dentro de palacio, no había echo nada malo... Pero no pudo estar demasiado en estos pensamientos porque pronto se desmayó... Recuperó el conocimiento justo cuando la llevaban hacia la puerta del palacio. Vio como se abría aquel pesado portón lo suficiente como para que pasase una persona. La acercaron hasta allí y de un empujón la tiraron al otro lado. Y desde el suelo pudo ver como las puertas volvían a cerrarse...
 
    ¿Qué había pasado? Estaba desconcertada... Una muchacha la ayudó a levantarse y le dijo que la iba a llevar con ella a su casa, que no podía estar así en la calle... Entonces recordó que tenía el camisón desgarrado y que seguramente estaría sangrando copiosamente a causa de los latigazos recibidos... Pasaron por el mercado, y todo el mundo las miraba. Entonces se paró delante de un puesto donde vendían espejos. La cara que la observaba desde el otro lado no era la suya... Sólo reconocía aquellos pequeños ojos color aceituna, aunque ahora, en otro rostro, eran mucho más felices...”


    *Frase de Mun.

1 comentario:

  1. Comentarios de la entrada original:

    Roberto dijo:
    3 septiembre, 2007 en 12:36
    Me pregunto cuánto le durará a esta princesa la felicidad de no ser hermosa, puesto que ahora le sobrevendrá la infelicidad por su falta de hermosura y riqueza. Si es que no se puede tener todo en esta vida…
    Saludos
    printen

    Alejandra dijo:
    3 septiembre, 2007 en 12:54
    Yo pienso que no… No hace falta ser hermosa y ser rica para ser feliz… Al menos no desde es mi punto de vista… Creo que existen cosas mucho más importantes que te pueden dar la felicidad, y mucho más que el dinero o la apariencia física…

    Biquiños!!

    Duendecilla-Mun dijo:
    3 septiembre, 2007 en 18:23
    ¡Oh :D, muchas gracias por la dedicatoria!Lo cierto es que está más que a la altura. Me ha encantado el cuento, y sobre todo el personaje de ella, que se parece a la chica de mi cuento^^ La descripción de tu chica me ha recordado un poco a Jasmine, paseando por los jardines sintiendo la pena de su matrimonio forzado… También me ha dado mucha pena, porque debajo de ese bellezón seguro que había una belleza aún mayor y que los demás jamás conocerían^^Chapeau!Un besote hermoso,Mun

    Sandra dijo:
    3 septiembre, 2007 en 23:34
    Bueno, que decir? jejeCreo que cuando leas el mío, sabrás porque no puedo comentar mucho sobre este… El mío a tirado para algo un poco (solo un poco, solo un poco, yo quería más, pero no me salió) más gore, pero la base es la misma… ¿Habrán muchos más así?Solo decirte que se me ha puesto la piel de gallina con la última frase… ^^Besitos.

    Queralt. dijo:
    5 septiembre, 2007 en 15:34
    No se necesita la belleza para vivir con respeto y dignidad pero, renunciar a ella, a estas alturas de mi vida te digo, que es un error del que, posiblemente, se arrepienta.
    Fíjate, yo hubiera pedido a la fuente, AMOR. No sé, perdona pero es que, cumplidos los cincuenta y uno, te das cuenta de que TODO en la vida es legítimo para conseguir el objetivo que buscas… pero si a tu prota le vale, a mi también, al fin y al cabo, sólo uno mismo sabe lo que le conviene y lo que realmente quiere y busca…
    Me ha gustado mucho. Y es que, los "cuentos de hadas" `(¡anda que no leí yo de esos cuando era peque!), me encantan y considero que encierran muchos mensajes.

    Helado de cerecitas y muchos besos.

    Queralt.

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