viernes, 7 de marzo de 2008

CuentaCuentos nº 69 "En el salón"

En el salón

    "Voy a coger un frasquito de hierbas de mi librería, necesito relajarme un poco, así que elijo un té de caramelo. Dulce y relajante. ¡Perfecto! Pongo el cazo al fuego y dentro dejo caer un par de cucharadas de té. Prefiero este al que viene en bolsitas, que para cuando llegan a las manos del consumidor ya han perdido muchas cualidades. Me quedo absorta en el vaivén que adquieren las hierbas sobre el creciente crepitar del agua hirviendo, y allí estoy durante minutos, observando como la furia que el fuego infligió al agua arrastra hasta el fondo a las hierbas, coloreando el agua de un suave tono castaño...

    Preparo el té y lo dejo reposar durante unos cuantos minutos, por eso de sacar todas sus cualidades, y mientras me preparo unas cuantas pastitas para acompañarlo. Lo pongo todo en una bandeja acompañado de abundantes servilletas y algún que otro posavasos, ya que no me gustaría que mi mesa Luís XV se estropease por nada del mundo. Vuelvo al salón, donde me reciben las cortinas, de un color verde pálido, atrapando entre sus bordados en oro la impetuosa luz del sol de mediodía, y haciendo que la estancia adquiriese aún luminosidad diferente haciéndola parecer aún más majestuosa...

    Me encanta ese salón. Fue mi madre quien lo decoró así, con muebles de época y la verdad siempre me ha gustado mucho, a parte de que nunca me atrevería a mover nada que mi madre hubiese hecho. Mirando alrededor me encuentro rodeada de antigüedades. La mesa Luís XV, las sillas a juego con la mesa, el reloj de pared de mi tátara abuelo, un espejo ribeteado en oro del siglo XVII, las cortinas de organza bordadas en hilo de oro... Todo tan majestuoso que podría ser, perfectamente el salón de la corte de algún rey del siglo XVII o XVIII.

    Sólo hay dos cosas que rompen la armonía de todas aquellas piezas. Una de ellas es la alfombra. Me la compré en un arrebato, en medio de un capricho, y sinceramente sabía que no casaba con el resto del mobiliario, pero fue un impulso y yo soy una persona que sigue sus impulsos. Y aún así esa alfombra lleva en el mismo lugar desde hace ya más de 20 años. Y la otra cosa que choca con la vieja y exquisita decoración es el reciente cadáver de mi esposo, que aún sigue desangrándose y encharcando los suaves y hermosos tejidos de mí alfombra.

    Cómo lo he matado no lo voy a contar, porque ustedes, como buenos policías, lo adivinarán tarde o temprano, igual que los motivos que me llevaron a hacerlo, así que no vale la pena ni que intente demostrar mi inocencia. Escribo mi confesión aquí mismo, en este salón, tomándome mi té mientras espero a que lleguen. Que tengo que decirles que les he llamado confesando el asesinato hace más de 15 minutos y por aquí aún no ha venido nadie, y tengo que confesar también que a causa de su falta de puntualidad y rapidez, casi he estado a punto de escapar, pero viendo que llevo tacones, no me ha parecido ni correcto ni sano.

    Espero que esta confesión valga, porque como sabrán, como buena escritora que soy, no me gusta mucho hablar, me expreso mejor por escrito y puede ser que me haya extendido demasiado para decir que he matado a mi marido sin decir ni cómo ni por qué, pero es que me parecía mucho más importante para la posteridad hacerles ver el horror del cadáver de mi esposo en medio de tanta exquisitez. Así pues, me despido ya, que por fin oigo las sirenas y para cuando lleguen quiero tener todo esto terminado, no se vayan a pensar que tengo un arma escondida o algo así y me vayan a pegar un tiro sin querer.

    Afectuosamente,

    Sarah J. Turner.


    *Frase de Darka Treake.

1 comentario:

  1. Comentarios de la entrada original:

    ______________ dijo...
    El cuento es peculiar, en ocasiones pasa la línea de lo raro, pero luego el giro al final lo arregla todo y le da sentido. ¡Y ole por escribir con esta frase! (además de por dejar pintadas en las paredes del cuenta cuentos!
    Un saludo,
    Pedro.
    8/3/08 09:19

    Carlos dijo...
    El exquisito y refinado sabor del té en contraste con la insignificancia del ser humano cuando éste es cadaver.Sabe Sarah apreciar el horrible efecto que produce en tan elegante salita aquel cuerpo.Posiblemente justificase aquello su muerte.Creo que la policía se llevará la misma impresión al ver la escena :)
    Un relato muy bien planteado y asombra la serenidad con que ella afronta la situación,aunque claro,es que el té está para eso :)
    Un abrazo!
    8/3/08 23:36

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